Su vida no es un guaguancó

Joaquín Riviera no solo es el productor del magno evento de la belleza nacional. Es un artista formado en la Cuba de los años cincuenta, donde aprendió a darle ritmo a sus shows. Actualmente defiende el declive de la televisión venezolana y culpa de esto a algo a lo que es alérgico: “La revolución que se le impone al país”

 

 

 

 Tiffanny Cornejo Castillo

Una sinfonía de Beethoven de fondo, paredes y alfombra azul cielo, escritorio con muebles blancos —combinación inspirada en los colores de la Virgen de Lourdes— hacen que su oficina parezca calzarle mejor a Gustavo Dudamel o, quizás, a algún concertista de una sinfónica. 
La paz que inspiran las cuatro paredes que desde hace más de 30 años lo acogen en su sitio de trabajo en el canal de la colina, son muy distantes del guaguancó o cualquier ritmo cubano al que se pueda pensar que baila su vida; distantes de las plumas, las lentejuelas y las luces con las que —probablemente— cualquiera que escuche su nombre, pueda asociarlo.  
Y es que a Joaquín Castellanos Valdés, mejor conocido como Joaquín Riviera, productor del programa con más raiting en el país, le encanta armar el show, pero no ser una marioneta de él.
A mí no me gusta la farándula, ni estar figurando. Me gustó en algún momento, pero lo que me gusta ahora es el arte de crear.
Lo afirma con su voz ronca, desafinada y pausada que aún conserva su acento cubano, el vicepresidente de Venevision, a quien su imagen de «tierno abuelito» —como lo califica su secretaria Mireya— y vestuario sobrio con pulóver y camisa, dan fe que no se trata de uno de los muchos productores estrafalarios que abundan en la TV. «Él es un señor de la televisión», expresa Peggy Navarro, Gerente del canal.
 
QUE EMPIECE EL SHOW
Joaquín nació en La Habana un 26 de diciembre de 1932. De no haber sido este su lugar de nacimiento, quizás hoy su historia fuese otra.
El contexto de la Cuba de los cincuenta, de alegría, del Tropicana, la que brillaba con estrellas de la música y bailaba al son del danzón, la rumba, el mambo o el chá chá chá, fue el marco de su desarrollo como bailarín, profesión que desde pequeño le llamó la atención, tanto que, cuando aún era estudiante del colegio La Salle, solo pensaba en llegar a su gran casa de La Habana, en la urbanización Ayestarán —conocida por sus adinerados habitantes—, rodar los muebles de la sala, poner los discos de su ídolo Gene Kelly e imitar las coreografías del intérprete de “Un americano en París”, mientras obligaba a su abuela a ser su público.
En esta misma década formó su trió de música y baile llamado «Los Riviera», que obtuvo su nombre de una manera azarosa. Abrieron la guía telefónica y apareció el anuncio de Joyería Riviera, una de las grandes de La Habana, “Nos gustó y nos lo quedamos”, cuenta  añadiendo que por eso es que decidió cambiarse el apellido. «Yo era cabeza de grupo y me reconocían más por Riviera, así que lo cambié», expresa. Desde ese momento pasó a ser Joaquín Riviera, el de las grandes producciones que sí escucha ritmos caribeños y se entiende con las lentejuelas y los escenarios. 
 
CUANDO SALÍ DE CUBA
Cuba no solo definió su estilo como artista. El hecho de tener que vivir la revolución castrista, moldeó más de una característica de este hombre, entre ellas su postura política. Hoy confiesa no querer nada con regímenes comunistas ni dictaduras militares. 
Para 1968 ya había logrado imponer su nombre y manejaba cuatro de los seis cabarets que presentaban grandes espectáculos en las noches habaneras. “Fue el trece de marzo de ese año que decidí dejar la isla», recuerda, “Para hacerlo tuve que cortar caña durante dos meses en Camagüey”. 
«Nos trataban como presos, teníamos que hacer nuestras necesidades en el monte, bañarnos en el río, cocinar en fogatas». A partir de aquí aprendió a valorarlo todo y, quizás por esto, su vida no se impregnó de lo plástico de la televisión. «Gracias a eso hoy atesoro hasta lo mínimo: una comida caliente, un baño», dice quien, a los 36 años, le dijo adiós a Cuba.
Si Luis Aguilé en su canción decía «cuando salí de Cuba, dejé mi vida, dejé mi amor», Riviera abre las mismas comillas y cita lo mismo, con la gran diferencia que él no le agrega “pero llegará un día en que mi mano te alcanzará”, porque ya no quiere saber nada de ese país. No lo extraña. «Solo regresé para sacar a toda mi familia. Ahora no me interesa ni sueño con volver. Esos días fueron los más duros de mi vida». 
 
En 1980, cuando ya tenía una década produciendo De fiesta con Venevision, programa que conducía Gilberto Correa, Enrique Cuscó, gerente del canal, le propone producir un espectáculo para recibir a Maritza Sayalero, primera venezolana en coronarse Miss Universo.
Yo le dije ‘pero este año nada más porque no quiero trabajar con las misses’ y así empecé y me quedé.
Eso lo recuerda quien ya suma 32 producciones de tal evento, demostrando que además de ser el único productor en el país capaz de montar estos espectáculos, es un hombre que sabe reinventarse y se adapta a cada época. Tan es así, que desde que produjo su primer Miss Venezuela, hasta ahora, no hay programa que le gane en raiting
«Todos los años busca innovar, estudia lo nuevo en iluminación, en ritmos. Escucha todo tipo de música, se conoce hasta el último reggaetón. Pide videos de los mejores espectáculos de Broadway en la HD [High Definition]. Maneja la computadora mejor que cualquier chamito y así va…», expresa Ricardo Di Salvatore, su asistente desde hace más de 15 años, mientras le deja en su escritorio su Ipad con la lista de canciones actualizada. 
Su capacidad de reinventarse es una de las claves para que nadie lo haya igualado. Ejemplo de esto fue cuando le anunciaron que el Miss Venezuela 2011 ya no tendría el mismo presupuesto. No le preocupó y decidió adaptarse. “La TV es victima de esta revolución socialista y una vez más me toca adaptarme y buscar hacer lo mejor”, confiesa, dejando ver que su vida es bailar al ritmo que le toque.
«Es lo apasionado por el trabajo lo que hace que nadie le gane. En 2009, cuando cayó en coma por un principio de meningitis, al despertarse solo decía: ‘hay que ir a montar la cuña de navidad'», recuerda Vicente Alvarado, uno de los productores que integra su equipo, añadiendo que Riviera es exigente, pero más persistente.
Nos exige a nosotros  pero más a él mismo. Le gusta que todo salga perfecto. Puede repetir un ensayo mil veces hasta ver que   quede bien. En el Miss Venezuela más de una candidata sale llorando. Su imagen de abuelito tierno la deja a un lado para trabajar. Tiene una energía inagotable.
 
 
SU CASA: SU TEMPLO.
Al apagar las luces del show e irse a su casa, Joaquín Riviera se despide hasta el día siguiente y aparece Joaquín Castellanos, quien no se identifica ni con las lentejuelas, ni las plumas. Al llegar a su apartamento en la Avenida Libertador, donde vive desde que llegó a Caracas, la música clásica y el silencio son los sonidos que se escuchan.
Colores sobrios, obras de arte —porque confiesa ser amante de “lo bueno”— y una inmensa imagen de la Virgen de Lourdes es lo primero al entrar. Su religiosidad es uno de los sellos que lo han caracterizado toda la vida. «Siempre creí en Dios y La Virgen. Todos los años voy a Francia a la gruta de Lourdes».
Además del catolicismo practica la santería. «Me hice un santo cuando me inicié en el arte en Cuba, pero por protección. En este medio hay mucha envidia». Confiesa haber lidiado con “este mal” toda su vida.
«Soy alérgico a la envidia y a los malintencionados. A esos yo les vomito sus cuatro cosas en las cara y se acabó el rollo», expresa con la sinceridad y espontaneidad que lo definen, sin adornos ni posturas diplomáticas.
En su casa vive junto a su hermana y Reina I, Linda II y Linda III, sus perritas que llenan el espacio de los hijos que nunca tuvo y a las cuales llama “hijas”.
«No me hizo falta el matrimonio o los hijos, tengo muchísimos ahijados y sobrinos que llenan ese espacio junto a las perritas», confiesa quien, como gran amante de la TV y las noticias, ve todos los días el noticiario de la Televisión Española, CNN y Antena 3.
En su casa lo único que desentona, en la elegante decoración, es una brillante zapatilla de Celia Cruz. Al referirse a ella, quien fue una de sus grandes amigas dentro y fuera del escenario —del cual no quiere separarse jamás—, parecen juntarse por primera vez Riviera y Castellanos. A cualquiera de los dos, a sus 79 años, aún les queda un sueño por cumplir: trabajar en Univisión, por lo que ante la interrogante de un posible retiro, él no vacila:
¿El retiro? ¿Dónde queda eso? Será en el cementerio.
Allí, en el cementerio, quiere que su epitafio rece: «Aquí yace un cuerpo que bailó al son que la vida le tocó».