Canciones de veranos pasados

Los Beach Boys se han vuelto a reunir, y no parecen tan dinosaurios como cabría suponer ahora que tocan, mayormente, para un público que no había nacido cuando apareció Pet sounds. Celebran sus cincuenta años como grupo y andan de gira por Estados Unidos. El domingo primero de julio actuaron en Milkwakee

 

Sebastián de la Nuez

–¿Las innovaciones envejecen? Lo que estos señores de la tercera edad parados sobre el escenario del Marcus Amphitheater hicieron en los sesenta, esas armonías vocales que han quedado para siempre pegadas a una rubia en bikini corriendo sobre la arena de alguna playa californiana, ¿de algún modo ha perdido autenticidad, vigor juvenil, vigencia musical, aliento creativo?

Dos de los hermanos Wilson que conformaban originalmente The Beach Boys, Dennis y Carl,  han quedado en el camino, y el que parece una especie de espantapájaros sentado tras el piano a la izquierda del escenario (víctima de un síndrome que le afectó hace años su salud mental y del cual nunca se ha recuperado totalmente) es Brian, creador y motor del equipaje musical del grupo. Por mayores señas, el artífice de Pet sounds,  el disco que escucharon Los Beatles tras su segunda gira a Estados Unidos, hacia 1965, y que les impresionó de tal manera que de allí sacaron ideas para sus siguientes proyectos. Un modelo de lo que entonces se llamó pop sicodélico, hoy día simplemente suena como lo que siempre fue: encantadoras gemas de talentosa sincronización armónica, aderezadas con originales bucles de instrumentos desusados hasta entonces en la escena pop. Perlas juveniles y refrescantes, música playera contando tontas relaciones amorosas sobre el trasfondo de un clima veraniego. Vendían talento pero también representaban un estilo de vida completamente ajeno, por ejemplo, a temas por entonces tan escabrosos como Vietnam.

El domingo primero de julio de 2012, en el Marcus Amphitheater ‒principal escenario dentro del megafestival Summerfest de Milkwakee, estado de Wisconsin‒ estaba lo que queda de Los Beach Boys más un elenco de refuerzo conformado por un line up de siete u ocho músicos, debidamente adoctrinados dentro del sonido clásico del grupo. Por eso, Don’t worry baby o Surfer girl ‒por nombrar dos de las mejores canciones‒ sonaron como si les hubiesen pasado un camión de tecnología digital de última generación por entre sus acordes originales, dándoles brillo y nitidez.

Brian jamás se levantó de su sitio detrás del piano. Apenas cuando se apagaron las luces en el intermedio. Tenía que ser así: no parece capaz de articular nada que no sea algún grito de ánimo. Una reseña de prensa hablaba al día siguiente de su “presencia robótica”, agregando que parece un espectador de su propio show. De cualquier modo, cantó una pieza de 1995 irónicamente titulada No fui hecho para estos tiempos (I wasn’t made for these times).

En los ochenta y noventa, entre altas y bajas según los vaivenes de su síndrome, hizo alguna música. Pero fue con Beach Boys con quienes hizo historia. Sin embargo la gente, al terminar de cantar No fui hecho para estos tiempos, no lo ovacionó de manera especial. No se levantó de sus asientos. A veces el público norteamericano se comporta de forma un tanto fría. Y se sabían la mayor parte de las canciones del repertorio. Todos. O casi todos.

Robot o espantapájaros, Brian, genio entre los hermanos Wilson, encarnará para siempre, como nadie, a Los Beach Boys. También estaban Al Jardine, Bruce Johnston y Mike Love, quien lleva el peso solista en la mayor parte de las canciones (puede observársele con su característica cachucha en la pantalla, en la foto que encabeza esta nota). El periódico más importante de Milkwakee, Journal Sentinel, contó “cuarenta canciones y más” a lo largo de casi tres horas. Un público que perfectamente pudo haber llenado el Poliedro coreó sobre todo Héroes y villanosCalifornia girls, Fun fun fun, Help me Rhonda y Wouldn’t it be nice. Familias enteras con sus hijos a cuestas lo hacían, lo que demuestra que las buenas canciones de la adolescencia pueden viajar de una generación a otra. Lo que se escucha en casa nunca se olvida.

Eso sí: no había ni una sola persona de raza negra entre la asistencia. Ni una. La música de Los Beach Boys nunca tuvo aceptación entre los afroamericanos, más sintonizados con el rhythm’n’ blues (R&B) y sus derivaciones.

Summerfest es un festival que se realiza en un parque de 75 acres cada año entre finales de junio y comienzos de julio, a orillas del lago que adorna la ciudad de Milkwakee. Resulta que son nueve o diez escenarios sonando al mismo tiempo, todos los días durante once jornadas consecutivas (pero hay una pausa para celebrar el 4 de julio) desde las 4:00 de la tarde hasta las 11:00 de la noche. El Marcus Amphitheater es, simplemente, donde se pactan los conciertos más esperados, y hay que pagar en adición a la entrada general, y con mucha antelación, porque la taquilla así lo impone.

 

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En Venezuela siempre fueron vistos como unos edulcorados chicos un tanto sifrinos. No era cosa de jóvenes recios escuchar a estos Beach Boys con esas armonías, digamos, un poco afeminadas. A los patoteros de la época les iba mejor gente como Steppenwolf, Black Sabbath o conjuntos decididamente fumones como Jefferson Airplane. Falta hacer una tipología del caraqueño clase media según sus afinidades rockeras de los sesenta y setenta. De cualquier modo, había quien escuchaba Surfin’ USA y no le daba pena confesarlo, luciendo por añadidura una camisa de flores comprada en la sastrería Braulio de la avenida Casanova.