Gerry Weil visto por Nerea y Sasha

Con su genio innato, su visión un tanto ingenua de la vida, las raíces de sus pies bien marcadas en Venezuela, Gerry Weil sigue siendo hoy el pianista de jazz más importante del país. Hace unos meses presentó su último trabajo, El mensaje. Las comunicadoras (UCAB) Sasha Correa y Nerea Dolara presentaron en 2007 un trabajo de grado que fue una semblanza de Weil. Ojalá ese trabajo logre ser editado como libro. He aquí un extracto. Uno de sus valores principales es haber recogido la voz de Jack Braunstein, publicista y melómano quien durante décadas condujo el programa radial El idioma del jazz

 

Gerry Weil es lo que es: un niño grande. Es muy bohemio, desparramado, muy loquito. Es un gran músico.

No ha perdido su frescura ni esa energía que lo impulsa todo. Se hace evidente su gran alegría de vivir.

Jacques Braunstein.

 

Sí, un niño grande. Pero no cualquier niño. Pudiera decirse que se trata de uno diferente, especial, que le huye al tic tac del reloj como aquellos que viven en Nunca Jamás. Como los niños perdidos que se caen de sus cunas y, al no ser buscados o encontrados por sus padres, viajan al cielo para tomar la segunda estrella a la derecha y desde allí seguir la ruta sugerida por James M. Barrie —autor del cuento Peter Pan— hasta la mañana.

Aunque no vive en el mágico país de colores sublimes e interminables, con sirenas y barcos piratas y hadas en donde solo hace falta un poco de polvo dorado y buenos pensamientos para volar, hace de la imaginación su fuente eterna de vida, su hogar. En su creación está presente. En aquello que improvisa, interpreta y compone se expresa a sus anchas y se reivindica constantemente. No se pasea por los aires pero sí por los escenarios donde reposa su juguete preferido: el piano. Cuando sobre él coloca sus manos, el juego comienza.

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Fue justamente durante la era del swing cuando el jazz llegó a los oídos del pequeño Gerhard. Acostumbrado a jugar frente a las turbadoras miradas de los soldados nazis, se sorprendió una mañana al conseguir, en el puente que frecuentaba con sus amigos, un tanque americano. La guerra había terminado. La escotilla se abrió y por ella salió “un hombre grande y extraño”. Era el primer negro que Weilheim veía en su vida. Recuerda que le dio un chicle, pero sobre todo que se movía al ritmo de una música “muy sabrosa” que desde entonces lo enamoró: In the mood, de Glenn Miller, instrumental de doce compases que, como dicen algunos, prácticamente ganó la Segunda Guerra Mundial, fue el tema que lo hizo alistarse en las filas de un género al que luego dedicaría su vida, primero como melómano y luego como intérprete y compositor.

En sus años de infancia en Viena, Gerry se interesó por el piano, un juguete nuevo que ofrecía infinidad de posibilidades. Igualmente desarrolló apego por el jazz. Al estar en la zona ocupada por las tropas estadounidenses, sus referencias musicales provenían de este género.

“Era algo muy especial. Me conectaba a la radio. Eventualmente iba al club de jazz que había. Era un carajito fastidioso que andaba detrás de los músicos, les cargaba los saxofones. Era una afición, casi como una misión que a la larga resultó en lo que soy: jazzista profesional, que no es algo estándar”.

El interés que expresó el niño por el piano hizo que la abuela le escribiera a su hija Anne Chalupa, madre de Gerry, en Venezuela, para pedirle ayuda. “Yo le regalé el piano; le mandé el dinero a mamá para que se lo comprara. Me acuerdo que la primera vez que fui de Venezuela a Viena, en 1953, Gerry ya tenía clases de piano”, aclara Chalupa. Sin embargo, Weil relata una historia diferente. “Yo tenía en Viena un piano que una tía me regaló, un piano viejo de pared en el que yo practicaba solo, jurungaba por gusto, sin ninguna intención de ser músico”.

Con el instrumento en la casa, sea cual fuera el origen, Weil exploró por primera vez las teclas. Él aclara que lo hizo sin ninguna ayuda:

Era muy caro pagar un profesor, mi familia era humilde. Yo tuve un año de clases. Luego no podía seguir. Ahí comencé a aprender por mi cuenta. Leía partituras. Lo dejé por razones económicas. Es muy difícil que se entienda que el mundo era otro. La posguerra era otra cosa. Yo duraba un año ahorrando para comprarme un par de zapatos.

El único lugar donde podía estudiar música sin tener que pagar un profesor particular era en un conservatorio. Pero, según cuenta, le fue rechazado el ingreso por reprobar la prueba de admisión de la institución a la que aplicó.

Me dijeron que no tenía ningún talento para la música. Posiblemente no lo tenía, pero con sangre, sudor y lágrimas y con mucha pasión y con mucho amor uno puede hacer cualquier cosa. Soy ejemplo de eso. Lo hice por mi cuenta.

A diferencia de la versión de Weil, Chalupa, quien en esos momentos ya residía en Caraballeda con su segundo esposo, recuerda que su hijo recibió clases por mucho tiempo. “Tuvo muchas clases. Mi mamá me escribió varias veces hablándome de un profesor hermano de un compositor de operetas muy conocido en Viena, quien le daba clases a Gerry. Después de algún tiempo me escribió incluso para decirme que el maestro ya no iba a darle aulas porque Gerry lo había superado como músico”.

A los 13 años, Weil pondría la primera piedra de su iglesia. Compró su primer disco de jazz: uno de Lee Kolintz. The birth of the cool, de Miles Davis, y una producción de los Austrian All Stars fueron las siguientes adquisiciones con las que alimentó su hambre de buena música. Ingresar al Viena Hot Club fue el siguiente paso dentro de su melomanía.

Su atracción por lo exótico le hizo adentrarse en las arenas del jazz. Sus innovaciones rítmicas lo atraparon de inmediato. En la medida en que descubrió sus cualidades musicales, se interesó por las posibilidades encontradas para improvisar y expresarse libremente como intérprete y compositor.

−El jazz es la música más importante del siglo veinte y tal vez del siglo veintiuno –dice− porque recupera algo que se había ido perdiendo gradualmente: la improvisación, que quiere decir creación espontánea. Yo puedo sentarme al piano y componer una pieza de la nada, sin necesidad de leer, ¿no es fascinante? La idea para la improvisación viene en el camino. A veces hago movimientos casi al azar. Descubrir en el momento cosas nuevas me parece fascinante, me hace sentir que estoy vivo, que no soy un dinosaurio (no, un dinosaurio no; ellos me parecen interesantísimos), quiero decir una momia, un robot, un zombi. Además, plantea el reto de resolver cosas en el acto.

Aun cuando también toca el saxofón, siempre estuvo claro en que debía canalizar su inclinación artística mediante su juguete e instrumento favorito:

−Me fascina el piano. Es el padre de todos los instrumentos. Me parece el más completo que hay. Con un piano no necesitas más nada. Puedes ponerle una sinfónica atrás, pero un piano solo suena suficientemente bien.

Y luego responde a una pregunta:

−¿Por qué el jazz? Porque en él la creatividad está omnipresente. El músico no sólo es intérprete sino que participa en la creación. Para una persona hambrienta de sentir cosas y emociones fuertes, ser músico y hacer música improvisada es una recompensa. Es una tremenda oportunidad para ser creativo.

Si se tratara de caracterizar el sonido que salta de las manos de quien esta noche ocupa la butaca del piano, durante un concierto que la audiencia sigue atentamente, Jacques Braunstein apunta dificultades: “Definir el sonido de Gerry Weil es como definir el de Louis Armstrong, Bill Evans o Miles Davis. Si cultivas el género y te gusta el jazz, cuando escuchas algo, sabes quién está ejecutando lo que se oye. Uno sabe cuándo es Gerry Weil. Los artistas tocan según su inspiración en un momento determinado. Por lo tanto, nunca será igual. El mood es la norma, y eso no se puede explicar con palabras”.

A pesar de la salvedad, el oído puede notar que lo que se oye en la improvisación de Weil no tiene que ver, precisamente, con los primeros sonidos de Nueva Orleáns, el swing, el stride, el boogie woogie… Apunta más lejos. Tiene que ver con lo que se disipó luego de la primera gran ruptura conceptual que experimentó el jazz a mediados de los 50. Tiene que ver con el be bop —aquello que vino del saxo de Charlie “Bird” Parker, la trompeta de Dizzie Gillespie, del piano de Thelonius Monk, la batería de Kenny Clark, la guitarra de Charlie Christian…— y con la interrumpida evolución que siguió el género desde entonces hasta hoy, día en que Gerry aprovecha para rebelarse contra lo establecido, lo racional y estereotipado, tal y como suele hacerlo cada vez que puede —según afirmó en una entrevista— frente a prosélitos y novatos del jazz.

“Gerry Weil es un innovador, un hombre que se expresa como lo hace porque no está conforme con el ambiente en el que le ha tocado vivir. Lo conocí hace unos 40 años, cuando me acerqué al Mon Petit, un semisótano que queda donde está ahora el Altamira Suites, a escucharlo. Me habían comentado que lo que hacía parecía interesante. Cuando lo vi me di cuenta de que se trataba de alguien indomable”, apunta Braunstein.

−Gerry, ¿a quiénes considera las figuras más representativas del jazz?

−No te voy a decir las figuras representativas en orden de importancia  sino tal vez, más bien, en orden cronológico. La primera figura importante se llama Louis Armstrong, la segunda, en el caso de los pianistas, podría ser Art Tatum. Otra figura importante para mi es Lennie Tristano, un pianista con una visión de futuro, de vanguardia anunciada en los años 55 o 56, hacía fraseo como hacen hoy los tipos más avanzados. Después, muy importantes por supuesto, Miles Davis, Charlie Parker, Bill Evans, Herbie Hancock. Mi gran ídolo es Keith Jarrett, líder de la era libre de la fusión posterior al free jazz. Dicen que estoy muy influenciado por él. Hay dos pianistas que son relativamente nuevos y que me parecen muy importantes: Brad Mehldau y un tipo que me fascina y que lo descubrí hace dos años: Enrico Pierannuzio. Pianista italiano fabuloso del que he conseguido grabaciones. No llegó a Venezuela, nadie lo conoce aquí. Un día me prestaron un disco y al día siguiente soy adicto a ese hombre. Hay muchos que no he mencionado: John Coltrane, por supuesto; Ornette Coleman y un pianista poco conocido que es avant garde, llamado Cecil Taylor. A veces estoy muy influenciado por él.