Nacido en Yorkshire, Inglaterra, y graduado en Literatura en la Universidad de Cambridge, Andrew Cawthorne se considera un escritor inquieto que quiso contar los extremos del mundo: desde lo más diabólico hasta lo más noble del ser humano. El hoy jefe para la Región Andina de Reuters sueña con hacer un periodismo más reflexivo. “El día en que uno deja de escuchar y cree que lo sabe todo, el periodismo sufre y se deteriora”, afirma
Víctor De Abreu
Su primer trabajo como corresponsal lo obtuvo a los 23 años, cuando fue a la biblioteca de Cambridge y, con un mapa y unas páginas amarillas en mano, decidió escribirle a los periódicos ingleses localizados en los países más “exóticos” para él. Luego de recibir la llamada de The News, un diario inglés situado en México, emprendió una aventura que no satisfizo sus expectativas, debido al bajo salario y la mala calidad del periódico.
En 1991, seis meses después de haber llegado a este diario, comenzó a tocar puertas en AP, AFP y Reuters, hasta que recibió una llamada desde Panamá ofreciéndole un puesto como corresponsal en Reuters, donde trabaja desde hace 22 años. Según él, este trabajo le brindó la oportunidad de cubrir decenas de conflictos, desde las guerras civiles en Centroamérica, Somalia y Kenia hasta la guerra de Irak, así como los terremotos de Haití y Japón.
—¿Cómo es la cobertura periodística para los corresponsales de guerra?
—Es muy complicada y ha cambiado mucho. Cuando comencé lo hacía todo por instinto y me guiaba por un sentido de aventura, pues tenía mucha curiosidad. Era casi como una droga que quería probar. Ahora, en medio del conflicto, te das cuenta de lo estúpido que fuiste al querer estar allí, que es una cosa horrible, que da muchísimo miedo. Yo entré a los peores conflictos como periodista cuando tenía niños y es allí cuando comienzas a pensar: “¿Qué haces?, si te pasa algo estás jodiendo a tu familia”. Allí fue cuando decidí dejar de hacer coberturas, como a los 36, 38 años. Cuando fui a Somalia mataron a un colega a mi lado y dije: “No, yo no voy a exponer más a mi familia a esto, ya no lo haré más”.
—¿Cuál fue la guerra más cruel que le ha tocado cubrir?
—Somalia, sin duda alguna, es mucho más cruel que Irak. Ese conflicto es una cosa sin sentido, sin lógica. Uno va para allá y tiene que contratar a veinte o treinta guardaespaldas e ir generando contacto con guerrilleros de confianza, que trabajen con periodistas, porque puede ocurrir que contratas a tu guardaespaldas y te venden a un grupo relacionado con Al Qaeda. Tienes que andar con ojos en la espalda porque pones tu vida en manos de esa gente. Yo tenía muchísimo miedo allá, tanto que cuando salí lloré del alivio.
—¿Cómo fue su experiencia en Irak?
—Yo fui con Reuters justo cuatro meses después de haber terminado la guerra, en 2003, cuando George Bush declaró la victoria y el mundo muy brevemente, por un par de semanas, creyó que el conflicto se había acabado y no era cierto. Lo que yo viví fue el caos posterior: los saqueos y el comienzo de las bombas suicidas. Fue un período muy breve donde todos nos equivocamos. Yo andaba por las calles de Bagdad sin escolta, haciendo entrevistas y pensando que los norteamericanos habían liberado a Irak hasta que comencé a ver los atentados. Luego pasé dos meses en lo que llaman un in bed, es decir, viviendo con los soldados en el Norte, cerca de Tikrit, con el grupo que estaba cazando a Sadam Hussein. Era el grupo de soldados que llaman los bad apples, es decir, los más locos y violentos. Una vez me dijeron: “Nuestra táctica es la siguiente: esto es un nido de avispas y creemos que Hussein está allí, así que vamos a molestar a todas las avispas para que él salga”. Era una locura, entraban a las casas, rompían puertas, ponían toque de queda y si veían a alguien caminando después del toque de queda le disparaban.
—¿Llegó a ver que le dispararan a alguien?
—Técnicamente no. Pero sí vi que mi grupo le disparó a una ambulancia y mató a los que iban dentro, allá en Tikrit. Luego enviaron un comunicado de prensa en Bagdak diciendo que la ambulancia había disparado contra nosotros, que ellos habían respondido y matado a seis terroristas, pero era una mentira total. Yo estaba allí y nunca salió una bala de esa ambulancia. Ahora bien, si había civiles o terroristas dentro de esa ambulancia, no lo sé, pero lo que vi fue que llegaron, abrieron fuego y se fueron sin siquiera chequear. Nosotros entre los periodistas comentábamos acerca del odio que estaban despertando en esa población hacia Estados Unidos. Y efectivamente, así fue.
—Usted vivió cinco años en Cuba. ¿Cómo es el trato hacia los corresponsales allá?
—Depende de la agencia, pero generalmente a los internacionales les dan buen trato. Una vez me quejé de que no me permitían entrevistar a Fidel Castro, hasta que le llegaron mis reclamos a la cancillería y él personalmente nos invitó a una cena tipo cóctel a las seis de la tarde. Salimos a las seis de la mañana del día siguiente. Fueron doce horas en las que Fidel nos agotó. Creo que estos líderes piensan: “Bueno, esta gente se queja de que no tienen acceso a entrevistas, vamos a hacer que se agoten de tanta entrevista”.
Ahora bien, cuando estás cubriendo noticias a diario no buscan ponerte preso, pero sí publican artículos en los periódicos comunistas denunciándote como espía. Fue un gran reto y me encantó porque sentí que estaba volviendo a mis raíces. Cuando me inicié en el Telegraph and Argues, en Yorkshire, empecé como reportero tocando puertas y todas mis informaciones las encontraba pateando calle. Como en Cuba nadie hablaba por teléfono porque todos están pinchados, tenía que hablar personalmente, patear calle, escuchar un rumor y tratar de verificarlo. Fue como una vuelta al pasado.
—¿Podría hacer un balance de lo que ha sido su experiencia hasta ahora?
—Cumplió con mis expectativas de vida. Quise ver cómo el ser humano se comporta en las situaciones difíciles y lo hice. También viví cosas divertidas, como cubrir el Mundial de Fútbol de Sudáfrica y los Juegos Olímpicos de Beijín y Londres. Más allá de lo obvio de querer casarse y tener hijos, lo más importante lo tengo gracias a esta carrera.
Pero también tengo que decir que estoy absolutamente agotado, emocional y mentalmente, aunque parezca prematuro porque solo tengo 45 años. Si mañana tuviera que volver a la aldea donde crecí y trabajar, quizás editando notas desde allí, lo haría con los ojos cerrados. Quisiera tomarme una pausa, disfrutar a mi familia y tener unos cinco años para procesar todo. Cuando comencé tenía unas ganas y una locura de viajar tremendas. Ahora lo que quiero es un poco de paz y tranquilidad. Quizás me gustaría hacer un periodismo un poco más reflexivo, más profundo, más analítico, que es una parte que desarrollamos poco en las agencias, o hacer algo completamente distinto.
Andy, como le dicen sus compañeros en la sede de Reuters en Caracas, confiesa que vivir de cerca los conflictos y el hecho de que le hayan asesinado a doce periodistas durante su carrera le ha puesto a pensar más en el valor de su familia y de sus hijos, de 7 y 12 años. Como fanático del Stoke City, asegura que otra de sus metas sería trabajar como corresponsal de Reuters en la fuente deportiva, cuya sede queda muy cerca del estadio donde juega el equipo de sus amores.
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