Duros, tiernos y añejos

Fleetwood_Mac_2009Esta es la reseña del –hasta ahora− último concierto que Fleetwood Mac dio en París  (11/10/2013). Fue un recorrido panorámico por 37 años de carrera: la cuenta es de la propia Stevie Nicks, que de todas formas se ve lozana. El rey de la jornada, al menos en la performance parisina, carga apellido de palacio británico y se llama Lindsey. Ver videos en http://stevie-nicks.info/2013/10/11/fleetwood-mac-bercy-paris/

 

Sebastián de la Nuez

El Palais Omnisports de París-Bercy –avenida, estación de metro y vecindario parisino llevan el mismo nombre de Bercy− es una estructura de concreto y metal muy parecida a la de El Poliedro pero sin esa forma geodésica. El aspecto de su aforo es completamente rojo: sillas y pasillos pintados como para el PSUV. Se encuentra frente al hotel Novotel, cadena francesa de albergues de alto standing. El viernes 11 de octubre de 2013 por la tarde no se produjo una gran concentración de gente alrededor del POPB −como se le conoce− ni tampoco embotellamientos en sus adyacencias: todo normal. De forma graneada llegaba la gente por alguna de sus puertas como quien va a una cafetería a merendar. Pero nadie iba a merendar. En todo caso a tomar cerveza. Y a escuchar a una de las bandas de pop rock más emblemáticas de todos los tiempos, Fleetwood Mac. O sea, Lindsey Buckingham, Stevie Nicks, John McVie y Mick Fleetwood más dos chicas en el coro, un tecladista y una segunda guitarra, porque la guitarra líder propiamente dicha la tiene todo el tiempo Buckingham, quien, como el mismo Fleetwood habrá de recocer al final del espectáculo, es el único que no deja la escena en dos horas y media de concierto o apenas lo hace por un  par de minutos, cuando el baterista ensaya su solo.

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El clima era puro cielo azul y brisa fresca. Porteros y guardias, casi todos negros como la tinta (¿los buscan así ex profeso?), se dedicaban con educada determinación a confiscar las cámaras HD y/o semiprofesionales que los más osados fanáticos llevaban. Los móviles y las casi invisibles minicámaras digitales pasaron como Pedro por su casa y registraron el concierto con absoluta impunidad.

En las adyacencias del Bercy nadie trataba de revenderle entradas al prójimo, ni perros calientes ni franelas del grupo. Una pareja imitaba en vestimenta y peinado a Mick Fleetwood y Stevie Nicks, él de colita color ceniza bien apretada en la nuca; ella, de estricto negro estilo Halloween. Gente adulta contemporánea.

Grupo legendario, rico en armonías,  que ha sufrido metamorfosis en su estructura y en su propuesta. Mitad británico, mitad norteamericano: un híbrido con norte comercial seguro desde finales de los setenta, cuando la pareja formada por Lindsey Buckingham y Stevie Nicks entró a formar fila inyectando frescura a los perfeccionistas ingleses, románticos pero quizás, a la sazón, un poco tiesos.

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Cierto: este concierto, aun sin Christine McVie, es demasiado parecido a lo que los seguidores del grupo han visto en DVD, y sin embargo, hay cosas que marcan la diferencia: el estreno de Sad angel, preciosa pieza que Buckingham anunció como una primera puesta en escena luego de grabarla para el último disco; el intro del mismo Buckingham al tema Never going back es un bello punteo a la guitarra que no había experimentado en sus anteriores conciertos, no en los grabados. Y así varias cosas.

Jamás puede capturarse el clima real de un concierto en video, es demasiado pedir. La vida en vivo y directo siempre será –es lógico− más emotiva y motivadora, con todo y sus olores y sus azares. ¿A quién se le iba a ocurrir que un tipo tan callado como Mick Fleetwood puede lanzarse, al final, un discurso pidiéndole a la gente que trate, ya que estamos en este mundo loco, de hacerle el mejor bien posible al prójimo? No le quedó como una zalamería. Quizás lo tenga ensayado mil veces, pero aun así al público le gustó. Sí, es un tímido de siete suelas el viejo baterista fundador del grupo, pero luego de todas estas décadas en la carretera y en los estudios no se le ha subido nada a la cabeza que no sean, probablemente, un par de escoceses. Parece sincero, franco, afable, sensato. Claro que algunos puristas pueden decir que, en otra época, cuando todavía su compañero Peter Green no se había vuelto loco (literalmente eso fue lo que le sucedió), hacía música de verdad. Pero estas canciones fáciles de escuchar a las cuales apoya ahora con su precisa virtud muestran tanta vitalidad como cualquier buen blues.

El público francés, que en su mayoría superaba con creces los cincuenta años, resultó cálido, respetuoso y alegre. Un poco criollo quizás porque en lo que la banda abrió con Second hands news quienes estaban en las primeras filas de la hoya –oficialmente, en francés, orchestra−, todo el mundo en la parte plana tuvo que levantarse. Por otra parte, los franceses son verdaderos fiebrúos de las redes sociales: había quienes transmitían en directo por Facebook los pormenores del concierto y probablemente, también, fotos.

¿Es una banda que ha regresado sin mucha gasolina en sus alforjas, aprovechando la ola revival que recorre el mundo? ¿Les queda fuerza creativa? ¿Cierto que ya no serían capaces de hacer cosas atrevidas como las del LP doble Tusk al cual, por cierto, rinden homenaje en esta gira? ¿Sus letras no son un poco bobas, sobre todo las de Nicks? ¿Verdad que se quedaron con una pata coja luego de que desertara Christine Perfect, también conocida como Christine McVie, esposa o ex del bajista y autora de canciones que sonaron miles de veces en las emisoras de Venezuela, como Little lies, Everywhere y You make lovin´ fun? Responda cada quien como quiera, pero uno puede aventurar tres o cuatro verdades absolutas en torno a estos individuos: forman parte de la cultura contemporánea por su capacidad de provocar emociones, por su virtuosismo compositivo, por tocar fibras que solo los grandes saben alcanzar; han hecho un par de álbumes reconocidos entre los más vendidos en la historia de la música popular; Lindsey Buckingham parece a veces un trovador o juglar del barroco y otras un poseído de temores y tormentos de la posmodernidad, raspando los infiernos con So afraid así como Stevie Nicks oscila entre el desaire y el glamur, entre la telenovela de sus letras y el desgarro de su garganta fermentada en quién sabe qué barricas.

¿No es suficiente razón para quererlos?