“Veo la guerra desde los que la sufren y no desde los que la piensan”, dice la argentina Karen Marón. No siente miedo. Su miedo se llama prudencia. Aprendió el oficio estando en las guerras. No se arrepiente de haberse convertido en corresponsal y agradece que la hayan nombrado una de las cien periodistas más influyentes en la cobertura de conflictos armados
Oriana Pérez O.
Desde Oriente Medio hasta África y América Latina, Karen Marón ha cubierto desde el año 2000 los conflictos en algunas de las áreas más peligrosos del mundo. Sus intereses no son económicos. Lo que aspira es a poder generar empatía en sus lectores para que todos comprendan el valor de la paz y se solidaricen con las víctimas.
Esta periodista, corresponsal y productora argentina decidió ser freelance a pesar de los riesgos. Ha cubierto los conflictos de Irak, Siria, Líbano, Libia, Afganistán, Colombia y la Franja de Gaza. Sus trabajos son publicados en doce medios alrededor del mundo. Ha recibido numerosos premios, pero se siente muy honrada de que Acción contra la Violencia Armada (AOAV) haya reconocido su influencia, porque eso significa que sus artículos son leídos masivamente y generan opinión. Además, considera que ello evidencia que su objetivo de humanizar el conflicto se está cumpliendo: “Sentí un profundo agradecimiento a la vida también porque me permitió hacer cosas que tenían sentido y valor”. Marón comentó sobre su experiencia como corresponsal vía Skype .
—¿Por qué decidió convertirse en corresponsal de guerra?
—Yo estudiaba Derecho y Comunicación Social al mismo tiempo, y trabajaba en una radio comunitaria. Siempre seguí historias y trabajos de corresponsales, pero eso se cristalizó en mi pensamiento cuando me llaman para cubrir policiales para el canal 13. Buscando cursos, terminé conociendo unos de corresponsales militares. Allí conocí a fotorreporteros que, más allá de hacer su trabajo, decidieron hacer retratos de personas que habían quedado de un lado y del otro del conflicto para ayudarlas a reencontrar a sus familiares. Esa historia caló hasta mis huesos, y me di cuenta de que al margen de un conflicto uno puede hacer muchas cosas. Ese día decidí que quería ejercer el oficio más bello y hermoso del mundo, como dice García Márquez, y de alguna manera contar la historia de los desprotegidos desterrados.
—¿Cómo fue su preparación?
—La forma más real, total, certera y absoluta de conocer la intensidad, la inmensidad y la dimensión de una guerra es cubriendo la guerra misma. Los cursos, como el que yo dirigí, recrean situaciones a las que te puedes enfrentar. Te enseñan cómo traspasar un puesto de control, cómo actuar en una situación de rehenes, cómo sobrevivir en la selva; pero nunca jamás van a emular las atrocidades de una guerra. Me parece una obscenidad absolutamente repudiable, y una falta de respeto hacia todos los corresponsales muertos, heridos y secuestrados, que haya personas que cuando salen de un curso, o porque cubran un conflicto desde el hotel, se autodenominen corresponsales.
—¿Cuál es su motivación para realizar este trabajo?
—Ayudar a otros seres humanos. Yo descubrí que contando la historia de la gente que sufre la guerra se puede contar la historia de los conflictos. Veo la guerra desde los que la sufren y no desde los que la piensan. Es una manera mucho más honesta y sincera porque se ven con más claridad las causas y consecuencias de esos conflictos. A través de ellos también estoy contando la propia historia de mi familia porque soy nieta de inmigrantes.
—¿Cómo cubre un conflicto armado día a día?
—En una guerra, todos los días y minutos son diferentes, y ninguna guerra es igual a otra. Así que no hay fórmula ni rutina en lo absoluto.
—¿Por qué decidió trabajar freelance?
—Porque me da libertad absoluta. Yo soy mi propia agencia de noticias. Hago preproducción, logística, producción ejecutiva y periodística. Trabajo para doce medios con seis sistemas horarios distintos, que es una presión que limita con lo inhumano. Además, debo hacerme cargo de mis gastos y de mi seguridad personal. Pero yo elijo a mis entrevistados, las historias que quiero cubrir y el tiempo que deseo dedicarles.
—¿Qué es lo que más le gusta de ser corresponsal de guerra?
—Ser testigo privilegiado de la historia. Poder estar en lugares y ver, escuchar, oler, hablar e intercambiar con otros seres humanos sus ideas, pensamientos y experiencias. Me gusta humanizar el conflicto porque descubrí que, lamentablemente, no lo voy a poder evitar. Pero me gusta darle otro enfoque donde los protagonistas sean los seres humanos. Así siento que estoy haciendo algo positivo que tiene que ver con los pilares del periodismo, la responsabilidad social.
—¿Y lo que más le disgusta?
—Precisamente lo que veo, siento y escucho, que es la consecuencia del pensamiento, de los actos y del sentimiento de los seres humanos, porque las guerras son gestadas por mentes de seres humanos. Todos somos responsables por acto o por omisión. Todo dolor y sufrimiento es lo que me disgusta. Voy a las guerras para contar esas historias y generar algún tipo de conciencia.
—En caso de poder hacerlo, ¿se dedicaría a alguna otra cosa?
—Los costos personales son altísimos, desde enfermedades personales como el estrés post traumático a las físicas, que las tenemos todos; hasta lo que tiene que ver con las relaciones afectivas y personales. Pero es algo que yo elegí y no me arrepiento en lo absoluto. Volvería al 1 de noviembre de 1999 a elegir exactamente lo mismo.
—¿Cuáles son sus mayores inquietudes?
—Antes tenía muchas, pero como cada día estoy más en paz, y siento que he madurado, las inquietudes se han transformado en posibilidades para crecer.
—¿Qué peligros ha tenido que enfrentar?
—Absolutamente todos: secuestros, posibles decapitaciones, explosiones de carros bomba, ataques de aviones KF18, ataques de portaviones desde el Mediterráneo, estar en medio de balaceras y debajo de drones, que son aviones sin tripulación.
—¿Siente miedo?
—Dicen que el miedo es sano porque es un estado de la persona que le permite sobrevivir. Pero yo no siento miedo, mi miedo se llama prudencia. Creo que si fuera a un conflicto con miedo sería incoherente de mi parte, no podría trabajar, me quedaría paralizada. Yo tengo absoluta conciencia de los riesgos que corro. Sé que me pueden secuestrar, herir y sé que puedo llegar a morir. Pero eso lo tengo internalizado, entonces voy con mucha paz. Además, por mis creencias personales, no le tengo miedo a la muerte. Sé que mi vida es un trance hacia otra forma de vida. Si ella finaliza antes, o después, no me importa. Todos vamos a morir, y prefiero estar haciendo algo útil cuando llegue ese momento.
A Karen Marón no solo le gusta su trabajo, está enamorada de él. Sus palabras parecen muy bonitas para ser ciertas, pero muestra coherencia entre lo que dice y lo que ha hecho. Esta corresponsal aspira a lograr una verdadera diferencia con su trabajo.
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