Andrea Bruce escudriña con su lente los efectos de la guerra en el Medio Oriente. Hoy, la fotógrafa desarrolla un proyecto grupal con la agencia holandesa Noor Images. La iniciativa consiste en retratar la crisis alimentaria en varios países. “Yo fui para India y volveré”, promete Bruce. El año pasado se suicidaron 17 mil agricultores en la nación asiática. Muchos con pesticida porque es lo más barato. Ella explica que los campesinos padecen tres problemas mortales: el cambio climático, las semillas modificadas genéticamente y la crisis económica mundial
Andrea Hernández
Para la fotógrafa estadounidense Andrea Bruce –40 años– la guerra tiene más de dos bandos. Considera que mostrar el contexto donde se desarrollan los conflictos también es igual de importante que mostrar el bang bang o la violencia cruda. Desde el 2003 se ha dedicado a fotografiar las zonas de conflicto más agitadas del Medio Oriente: Irak y Afganistán. Trabajó durante ocho años para el periódico estadounidense Washington Post y ha sido premiada por la Asociación de Fotógrafos de la Casa Blanca cuatro veces, ganó el concurso de Fotografías Internacionales del Año, el premio John Faber y el galardón Chris Hondros, entre otros.
Frente a la pantalla de la computadora se acomoda Bruce para ser entrevistada vía Skype. Es delgada de cuerpo, pero ancha de rostro; rubia de ojos claros pero cansados. Viste ropa negra. Pareciera querer mezclarse con el fondo oscuro de la habitación.
Renunció a su puesto en el Washington Post como personal de fotografía porque disminuyeron la cantidad de trabajos fuera de Estados Unidos. “Me encanta esa organización, pero quería saber qué podía hacer por mi cuenta. Es difícil ser freelancer; no hago tanto dinero, pero ahora sí tengo la libertad de encontrar mi propio estilo y de trabajar con fotógrafos como los de Noor, quienes son increíbles”, aclara. Esto la acerca a su meta principal: sensibilizar a la audiencia estadounidense, que es la que más conoce. Estima que sus compatriotas se sienten ajenos al mundo, que deben salirse de su zona de confort. Por eso, busca retratar esas situaciones con la mayor fidelidad posible. De esa manera cree que logrará sensibilizar a los demás.
—¿De qué manera se sensibiliza lo suficiente para trabajar con víctimas de guerra?
—Creo que en muchos casos compartir durante mucho tiempo con las personas, cuando están pasando por esos momentos, ayuda a ponerte en sus zapatos. No he sufrido tanto como ellos porque yo tengo la posibilidad de irme, tengo el pasaje de avión. Nunca voy a saber exactamente cómo es, pero puedo intentarlo para lograr contar su historia lo mejor posible.
—¿Qué piensa del papel del gobierno estadounidense en la guerra contra Irak?
—No soy fan de esa guerra. No me gusta lo que ha pasado allá y no creo que Estados Unidos haya mejorado su situación. Están peor ahora que cuando llegaron las tropas estadounidenses. Antes los iraquíes tenían su esperanza puesta en ellos, pero luego su confianza se erosionó. Entonces…
Bruce deja su respuesta al aire con un “so…” (entonces…), como invitando a hablar a su interlocutor. No logra deshacerse de esa muletilla, la acompaña durante toda la entrevista. Le es más fácil mostrar sus fotografías que hablar sobre lo que retrata en ellas. Sostiene que las imágenes son la lengua universal y que por eso es fotógrafa: “No tienes que saber el lenguaje para entenderla. Puedes cruzar fronteras geográficas, culturales, y religiosas con las fotos”. Piensa que si logra simplificar un problema complejo mediante una fotografía, está haciendo su trabajo. Sin embargo, a veces admite que falla, que no logra mostrar adecuadamente lo que en realidad está sucediendo.
—¿Cuál cree usted que es la diferencia entre sus fotos y las de los demás fotógrafos de guerra?
—Intento enfocarme más en las consecuencias de la guerra en lugar del bang bang. También me interesa cubrir esa violencia y sus crudas realidades, pero mostrar cómo las víctimas se ven afectadas emocionalmente a veces alcanza al espectador en un nivel más cercano, logra conexión emocional. Me es muy difícil no llorar cuando veo a la gente llorando. Mi mamá también lo hace. No necesariamente me hiere, pero sí me conecta a la gente cuando están sufren pérdidas. Entonces…
—¿Por qué le presta especial atención a las consecuencias de los conflictos armados?
—No me parecen más importantes que la violencia en vivo, pero creo que a veces cuando cubres la estela de destrucción que deja la guerra puedes lograr más intimidad con las personas que fotografías. Además muestro cómo sobreviven las personas que no están en el frente luchando: mujeres, niños, ancianos. La vida continúa a pesar de la guerra. Entonces…
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La fotoperiodista cuenta que no es fácil ser mujer en el frente de guerra. Aunque las fotógrafas tengan más experiencia que los militares, ellos no las respetan a menos que abandonen su feminidad. “No eres completamente marimacha, pero terminas siendo una especie de sombra”, confiesa bajando la voz, como si fuera un secreto.
—¿Qué opina del papel de la mujer en el Medio Oriente?
—Afganistán e India son los más rudos en ese sentido. Son vistas como propiedad y maltratadas. Las tratan como esclavas en casi todas las aldeas, especialmente en las áreas donde hay menos educación. A mí nadie me ha faltado el respeto en Afganistán porque me ven como una alienígena. Pero en India me ven como una espía porque vengo de Estados Unidos –ríe.
—¿Piensa en su futuro?
—Intentaré mantenerme lo más saludable posible para hacer esto hasta que pueda –sonríe con resignación–, pero no sé después. No sé, creo que la mayor parte del tiempo pienso en el presente aunque sí estoy ahorrando para mi retiro. No me veo haciendo otra cosa. Ojalá pueda hacer esto hasta que esté muy vieja.
Le es difícil prever su futuro porque la mayor parte del tiempo está sobreviviendo. Los corresponsales llevan un estilo de vida consumidor y aislante. En 2004 su esposo le pidió el divorcio porque se sentía abandonado. Usualmente los periodistas especializados en zonas de conflicto no suelen completar la fantasía del matrimonio feliz y el bebé. Sabe que su vida es poco común. No tiene ni rutina ni pasatiempos como una persona normal, pero la fotógrafa defiende su profesión: “¡Esta es la mejor vida! Ves todo tipo de cosas asombrosas y conoces gente fascinante. No me arrepiento de nada”.
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