Cabalgar entre la publicidad y el periodismo

rodriguezvaldes4El profesor y escritor egresado de la primera promoción de Periodismo de la Universidad Católica Andrés Bello, no cree en combatir gobiernos con plumas suaves. Con cinco libros y amplia trayectoria periodística, Rodríguez-Valdés no parece detenerse nunca

Fabiola Ferrero

Tras sus lentes culo de botella, Ángel El Moro Rodríguez-Valdés tiene una mirada avellana que observa con el mismo amor a una bailaora y a un cuatrista. Desde la ventana de su apartamento en Macaracuay –con vista al Ávila− se escucha una zarzuela de José Serrano. Exhibe un bigote blanco y no ha perdido altura con los años. Su esposa, María del Pilar, se acerca ofreciendo café mientras deja en la mano del profesor su trago para las tertulias: güisqui con hielo. “El vino lo dejo para las comidas”, dice sonriente. Es un español de costumbres adaptadas.

Cabalga entre la publicidad y el periodismo. Su pluma la usa para escudriñar a los corruptos. Aún conserva una máquina de escribir cerca de una repisa que no puede sostener más libros y una computadora que compraron sus hijos: Ángel y Gloria. Reposa a su lado una edición del diario Tal Cual, donde escribe como columnista, que deja ver la fecha de hoy: 20 de abril de 2002.

—Usted se ha caracterizado por ser punzante al hablar de varios dirigentes políticos, ¿cree que el periodista debe estar dentro de la política?

Claro que debe estarlo. Pero como vigilante. El periodista debe observar de cerca todo lo que sucede para que esta y las generaciones que siguen sientan y vivan nuestro tiempo. A los autoritarios nunca le han gustado los periodistas porque somos los testigos. Y ellos tampoco a nosotros. Por eso no me llevaba bien con [Francisco] Franco. Por eso no me llevo bien con Hugo Chávez.

Rodríguez-Valdés toma un pedazo de turrón y le da vueltas en su boca antes de continuar la conversación. Caen migajas en su pantalón azul marino, que retira de inmediato con la palma de su mano.  En su mesa yace una edición de La cruz de San Andrés, de su amigo recién fallecido, Camilo José Cela.

—¿Lee mucho?

—Todo periodista debe hacerlo. No puedes escribir para la gente si no eres obsesivo con el conocimiento. Leer es mi vicio. Bueno, ese y hablar, como todo español [risas]. Nuestra labor es fundamental en un entorno hostil como el que tenemos, porque comunicarse es vital. Jean Paul Sartre decía que la incomunicabilidad es la fuente de toda violencia.

—¿Por qué es tan agresivo con su pluma, entonces?

—Porque los periodistas no estamos hechos para los halagos. Además, alguien tiene que serlo. Los líderes opositores de este país son unas comiquitas.

—¿Por qué?

En primer lugar, la oposición venezolana no tiene norte. Sin ello, no puede pretender que el pueblo la siga. La Coordinadora Democrática tenía esto entre sus tareas, y se ha perdido en el camino. Segundo, no termina de fijar posición. El presidente usó la violencia de forma descarada en las manifestaciones pasadas y no vemos que su secretario, Lewis Pérez, diga nada al respecto. No se puede andar con medias tintas si se busca combatir un régimen autoritario.

—Pero legítimo.

Esa legitimidad viene porque sabe que cada persona frustrada por el pasado político de Venezuela es, potencialmente, un voto, y se trabaja con base en eso. No falta nunca el eficiente que ha sido sustituido por el que trae un aplauso oportuno. El pueblo venezolano, tan traído y llevado por la demagogia política, está dentro de una democracia desvirtuada. Aquí se ha asesinado la libertad.

—¿Y los medios que hay?

—Ahí los ves, moribundos. Fíjate tú, que hasta eso se usa para intimidar. La lealtad se sustituyó por el temor y la conveniencia, y los medios peligran no solo de censura dictatorial, sino de autocensura por oportunidad, que es aún peor. Se está intentando llevar a Venezuela a una hegemonía comunicacional y así es muy fácil estar por encima de cualquier oponente, ¡digo yo!

—Entonces, ¿está en los medios la fuerza política del régimen de Chávez?

—Y en la corrupción. La cúpula que lo apoya tiene en su expediente razones para esa honradez, muchas veces ficticia. Sentirse poderoso sobre ese  piso de barro es peligroso.

—Pero la corrupción ha existido siempre.

—Y nunca la he defendido, ni lo haré. Yo respeto todo menos eso. A los corruptos los combato con conocimiento.

—¿Qué es, para usted, la corrupción?

—El mayor enemigo de esta revolución. Esa palabra encrespa los ánimos populares y con esa sombra detrás, cualquiera que quiera alisar la arruga de su conciencia puede corroer el interior de ella.

—Entonces, el que sea honesto es un enemigo del gobierno…

—Pero no debe ser así. Hoy por lo que sea te tildan de enemigo. Yo recuerdo cuando Luis Herrera [Campíns], hacíamos tertulias en Sabana Grande. Campíns se sentaba y conversaba con nosotros, éramos varios. Y ahí entraba cualquiera, sin distinción de color político. Se aceptaban las críticas. Hoy ellas como que asustan a los que están en el trono, ¡digo yo!

—¿Qué tan importante fue Luis Herrera Campíns en su pensamiento político?

—Él fue mi profesor cuando estudiaba Periodismo. Además, trabajé primero en el Conac como jefe de Información, y luego en el Ministerio de Información y Turismo durante su gobierno. De él aprendí los valores democráticos que tanto he visto heridos de muerte aquí y en España. Por eso es obligatoria la preparación intelectual, no solo de los periodistas. Cuando ves todo lo que está mal alrededor, solo leyendo comprendes por qué es tan terrible. Leer, leer y leer.

También fue profesor en la UCAB, de Publicidad.

El último trago deja rastros en la comisura de sus labios. El profesor tiene manos punteadas por la edad. Muestran una carretera de venas en su dorso. Venas de escritor. “Podemos seguir la conversación con otro güisqui, pero más tarde. Va a jugar el Atlético de Madrid”, dice mostrando los dientes. Su esposa se acerca con una tortilla de papas y prende el televisor. El Moro Rodríguez-Valdés y sus años de periodista se disponen a tomar un merecido, pero corto, descanso.