Mi padre

papa 2Esta nota complementa la entrevista imaginaria que le hizo la estudiante Fabiola Ferrer al periodista y publicista Ángel Rodríguez Valdés, y ha sido escrita para este blog por su hija Gloria, que también es periodista

Gloria Rodríguez-Valdés

Sabía mucho, muchísimo. La memoria era un privilegio que lo acompañó hasta sus últimos días. Y esa memoria de vivencias estuvo recreada a lo largo de los años por las cientos de historias y libros que colmaron su sabiduría y que no fueron sólo encuadernaciones dispuestas en simétricos estantes.

Entrar en su cuarto era mezclarse con torres de letras, de todo tipo y de todas las edades. Y descubrir su computadora era encontrar cientos de archivos con el día a día de la historia contemporánea de Venezuela y España, mezclados con todos sus artículos semanales de El Diario de Caracas, El Globo, El Mundo y Tal Cual, sus poesías de amor y desamor y fotos de su nieta.

Y es que en los últimos años de su vida su débil corazón se debatía en recuerdos y en amores. Soñaba con su tierra. Y su tierra era extensa, de diferentes colores y olores. Su primer recuerdo, Ceuta, la ciudad que lo vio nacer, lo arrullaba y lo convertía en moro, de allí su apodo universitario. Sus primeros años de vida entre la cuna de nacimiento y los primeros pasos en Tetuán, le despertaron sonidos árabes, mezclados con historias sobre una guerra que se libraba en la península, entre dos bandos, en los que llegó a tener a dos hermanos.

Después Madrid. Las primeras letras en periódicos, sus primeras historias,  reportajes, sus primeros amigos del alma. Hojas que le permitieron continuar escribiendo su nombre compuesto, desde las nuevas tierras, desde las Américas.

Llegó a Venezuela en la época de Pérez Jiménez, siguiendo la estela de uno de sus hermanos mayores y aquí se quedó. La experiencia de corresponsal le permitió abrirse puertas en el periodismo venezolano. En Radiodifusora Venezuela trabajaba el 23 de enero de 1958, cuando salió a la calle a respirar los primeros aires de libertad.

Esta tierra fue moldeando su vida. Aquí encontró el amor, entró en la Universidad y dedicó sus primeros años profesionales a la publicidad y a dar clases en la UCAB. Aquí se vistió completamente de oriundo de Venezuela y con su acento suavizado, se convirtió en uno más, en un poeta, en amigo e integrante itinerante de la República del Este, en creativo de agencias de publicidad y  en articulista de revistas.

Hasta que Franco murió y él y su hermano decidieron amarrar los petates y probar el destino de una España que arrancaba con la democracia. Vivimos, los primeros aires de libertad de aquel país que estuvo bajo el mismo régimen durante cuarenta años, las canciones, las aglomeraciones, los mítines, la emoción que despertaba en los españoles respirar lo que no conocían.

Pero él seguía amarrado a Venezuela y no se le ocurrió otra cosa que abrir una galería de arte venezolano. La Durbán. Aquella sala, pegada a las Cortes españolas, enfrente del legendario hotel Palace y a pocos pasos del Ritz, fue un encuentro de bohemias latinoamericanas. Poetas y pintores pernoctaban entre sus paredes y disfrutaban a diario de un Madrid de canciones y tapas. Cada uno de los personajes de la República del Este, hizo su entrada por la galería y sus noches en largas conversaciones en mi casa. Fueron tiempos de viajes de cercanías y de muchas historias bañadas de licores y palabras.

Hasta que Luis Herrera Campíns fue candidato y mi padre se lió la sábana a la cabeza y regresó a participar en la campaña. Al ganar las elecciones,  su mayor deseo fue volver a la tierra que lo vio crecer. Ya no era de la que lo vio nacer. Ya en él se había anidado el desasosiego del emigrante, el del “corazón partío”.

Trabajó en el gobierno de Luis Herrera y a su fin decidió que lo suyo seguían siendo las letras. Escribió varios libros, todos crónicas de los días turbulentos que comenzaron a azotar a nuestro país. Abrió nuevas puertas en su historia y junto con mi madre creó una imprenta. Las letras, escribirlas y revelarlas, siempre fue su pasión.

Hasta que los años ya no le permitían abrir y cerrar máquinas y comenzó su época más productiva de opinión. Fue un cronista de estos últimos años en los que aquellas libertades por las que tanto quiso vivir, se fueron desvaneciendo. Y volvió a soñar con su tierra y se veía caminando por sus calles y se debatía entre sus dos orillas.

Su corazón se fue haciendo cada vez más débil y sus pasos más lentos, acompasados de su más discreto guardián, su bastón. Y comentaba los días y las informaciones con sus lectores, con su computadora que le corregía los errores que sus manos se empeñaban en cometer y sus ojos, apagados, no los dejaban ver, debatía con mi madre y con Mercedes, la otra fiel amiga de nuestras vidas.

Y así quedaron escritas muchas historias, momentos de nuestro país, poemas, tristezas y alegrías, amigos. Y gracias a su alma de gitano caraqueño, de moro español, sus ideas aún corretean por  líneas de páginas y nubes, mientras su recuerdo y su ejemplo  permanecen a mi lado.