Jorge Glem no habla español, habla música. Sus manos se convierten en una estela apenas visible por el ojo humano cuando toca las cuerdas del cuatro. Es él, integrante de C4 Trío y cabeza de varios proyectos personales, quien lleva el instrumento a otras latitudes, a otros géneros
Fabiola Ferrero
Conseguir que alguien diga un defecto de Glem es misión imposible. Todos se deshacen en cumplidos. Después de un par de frases para describirlo, llegan a la misma palabra: humilde. “Es eso que lo abraza a uno”, dice Gualberto Ibarreto. Tienen ya siete años conociéndose, pero para Glem llevan una vida juntos. “Gualberto estaba en mi casa, sin saberlo, desde que yo era bebé”, dice el cuatrista, quien sin conocer a su ídolo ya lo llamaba “tío”. Hoy le pide la bendición y él se la concede sin titubear.
Su nombre empezó a sonar en la industria musical hace una década. El concurso La Siembra del Cuatro dio a luz a su primera edición el día 4 del mes 4 de 2004. Una fecha “cabalística” según su fundador, Asdrúbal Cheo Hurtado. Como muchas historias de películas, no ganó. Pero fueron sus acordes los que pasaron como un murmullo de boca en boca hasta convertirse en un grito que retumbaría en las paredes de la música venezolana. “Apenas lo vi pensé ‘aquí hay un gran músico’. Lo supe inmediatamente”, dice David Peña, bajista de Ensamble Gurrufío. En 2005 Glem se llevó el primer lugar.
Comenzó la grabación de su primer disco Cuatro Sentido ese mismo año. Peña, apodado El Zancudo, le hizo las de bajista. Mucho trabajo hubo antes de esa fecha. Para ese entonces ya llevaba en su bagaje musical un trofeo del festival de música llanera El Silbón de Oro y varios años en el Instituto Universitario de Estudios Musicales (IUDEM). Había llegado a Caracas en el año 2000 con una mandolina bajo el brazo, pero con el cuatro en el corazón. Ese que le regaló su madre a los seis años y que aún está entre los peroles amontonados de su cuarto en Cumaná. Porque eso sí tiene, “es terriblemente desordenado”, dice su hermana, Lourdes Glem.
CUMANÉS DE PURA CEPA
De su tierra carga consigo las tonadas de joropo, una ese que cambia por zeta y una chispa oriental. “Siempre anda con un chiste en la boca”, según Ibarreto. Y es así. No deja pasar los minutos para dar entre chistes lecciones de cómo ve la vida. “Es como Guguel Er [Google Earth]. Desde arriba tienes dos punticos ahí que son igualitos, no ves quien es mala persona. No puedes creer que eres superior porque esa persona sea ignorante en lo que tú sabes, porque tú eres ignorante en lo que esa persona sabe”, dice Glem. Ahí radica el encantamiento que echa sobre el público cuando está en las tablas de un escenario.
Improvisa en su música y en su vida. Lleva el gusto por los tragos de ron y el “cómo vaya viniendo, vamos viendo” de los venezolanos. Con las mujeres también es así. Al preguntar sobre el tema, las respuestas son similares: “¿me hablas en singular o en plural?”, dice El Zancudo. Ibarreto solo dice que tiene amigas “por bojote”. Glem tampoco lo niega. “¿Ah, sí? ¿Dicen que me gustan muchas? Yo lo que hago es echá broma”, dice sin aguantarse la risa. Puede ser lo jocoso de su mirada o sus manos habilidosas lo que las conquista. Solo ellas saben.
Pero el cumanés va más allá cuando se trata de música. Si colocas su iPod en aleatorio, los temas venezolanos se intercalan con otros de Dream Theater y la música clásica de Georg Friedrich Handel. En la formación está la fortaleza de su estilo. Uno aún sin nombre. “Él está en proceso de madurez, de definir su concepto”, comenta El Zancudo, al que llama por cariño “hermano mayor”. Aun así, no es difícil diferenciar su sonido entre otros cuatristas como Rafael El Pollo Brito o cualquiera de sus compañeros de C4 Trío. Cada uno aporta una personalidad distinta que explota en una mezcla musical desconocida hasta ahora.
El cuarteto también es producto de La Siembra del Cuatro. Desde entonces Glem y sus compañeros Héctor Molina, Edward Ramírez y el bajista Rodner Padilla han producido cuatro discos. Este último después de dar el feliz año dejó su puesto a Gonzalo Teppa, nuevo contrabajista de la banda. Los dos primeros estuvieron a cargo de Guataca Producciones. C4 Trío (2006) fue el primer álbum, seguido de Entre manos (2009), después C4 +Gualberto (2012) y De Repente (2013), con El Pollo Brito. Ahora es Glem, con el resto de los músicos, quien se mete en la casa de otros y que es, potencialmente, el “tío” de otro joven cuatrista.
Los pechos de los venezolanos se inflaron al llegar la noticia. Había criollos en las nominaciones del Grammy Latino 2013. Ese año competían en distintas categorías Guaco, Los Amigos Invisibles, Jesús Hidalgo, Ricardo Montaner, La Vida Bohéme, Treo, Tecupae, Yordano, Huáscar Barradas, la Orquesta Sinfónica de Venezuela, Gaélica, Daniel Calveti Mónica, Famasloop, C4 Trío con Gualberto Ibarreto y Reynaldo Armas. Este último le ganó al cuarteto de las uñas rápidas. Un venezolano venció a otro.
“Él me dijo: ‘Tío, estamos nominados’”, cuenta Ibarreto. No pudo ver su mirada, pero la voz que despedía el teléfono dejaba escuchar su satisfacción. No era la primera vez que C4 Trío visitaba el escenario. En 2011 los cuatristas hicieron gala de sus habilidades con Calle 13 y la Orquesta Sinfónica de Venezuela bajo la batuta de Gustavo Dudamel.
Glem llevaba ventaja. Ya había sentido el temblor de piernas que da antes de salir a un auditorio de dimensiones groseras. La sala Stern del Carnegie Hall en Nueva York lo recibió con cuatro pisos llenos de personas. “Compaíto, toy’ asustao”, habría pensado antes de salir. Todo se le quitó al cerrar los ojos y tocar como lo hacía en las madrugadas de su adolescencia, imaginándose en su cuarto. Donde la gente ve al cumanés tocando, lo ve en la intimidad de su habitación. No hay contraste dentro y fuera del escenario, no hay complejo de estrella.
TOCAR JAZZ CON CUATRO
Payola es un término adaptado de la frase en inglés pay off law. Es conocido en las radios como el pago que se hace por hacer rotar un tema en un dial. Jorge Glem no cree en eso. No cree tampoco en ir a toques de músicos venezolanos por apoyo. “Nadie apoya a Shakira cuando viene. Vas porque te gusta, la idea es partir de que creemos en esto [la música venezolana]. Si uno no está convencido no vas a convencer a nadie”, opina Glem. Es por esto que el cumanés lleva la cabeza en un movimiento que busca llevar el instrumento venezolano por excelencia a otros países.
No hay nadie mejor para el trabajo. Glem es un “genio” de la música. Eso repetía el ingeniero Alejandro Zavala mientras grababa al cuatrista para un nuevo proyecto. En dos horas, estaban listos seis temas. Y ese no es su récord. Su álbum En El Cerrito se grabó en 17. Cuenta con la colaboración del bajista Rodner Padilla, Diego El Negro Álvarez en la percusión y Rafael Greco en la flauta. Todo en la creación es de alto nivel: su productor fue Germán Landaeta, quien ha trabajado con Marc Anthony, Hillary Duff y Juan Luis Guerra.
El disco tiene un quinto músico: la casa El Cerrito, en Villa Planchart. La grabación tiene audios del patio y fue hecha con todos los músicos interactuando, no por separado. “Es un viaje. Te hará reaccionar a como tú te sientas, es un catalizador”. Así lo define Landaeta. Es lo intenso de lo vivido esos tres días y la libertad de la que gozó Glem, lo que hace que considere a En El Cerrito su primer disco solista, a pesar de ser el tercero. De los otros dos se avergüenza por los errores.
Glem es parte de la nueva camada de músicos venezolanos que viene para no quedarse. Viene para irse lejos, a otros continentes, con sus instrumentos en la maleta. Pero antes, Glem quiere que el amor por la música venezolana se sienta en las venas de los de aquí: “Vamos a echarle pichón pero no pensando que la música venezolana es menos interesante, cuando la escuchen van a decir ‘Guao, ¿qué es esto?’ Es lo más interesante que puede conocer un extranjero”. Y si viene de unas manos como las suyas, es difícil dudarlo.
Traslada el show que montaba para llamar la atención cuando era niño a donde vaya. Sea rockeando con jota carupanera en los espectáculos de Rock & MAU, o montado en tarimas que recibieron en otras épocas a Sinatra, él y su cuatro, que ya son uno solo, malcrían al público con música de calidad. Y seguirá siéndolo mientras el cumanés se comporte. La música lo castiga si hace algo mal. “Lo que otros llaman Jehová yo lo llamo música, ¿quién dice que Dios no puede llamarse así?”, dice Glem, que va empacando su cuatro para llevarse la música venezolana bien lejos. Hasta Corea, tal vez.
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