La abolición de la realidad

KING

Este artículo parte de una anécdota en referencia al modo en que se intentó borrar la existencia de Beria, en la URSS, en 1953; pasa revista a las alocuciones del presidente Maduro, sobrevuela a Maquiavelo y aterriza con una cita de Martin Luther King que parece dedicada a la oposición criolla

Sebastián de la Nuez

Estoy hablando de los tiempos del estalinismo. Lavrenti Pávlovich Beria era un tipo bastante desagradable, jefe de los servicios NKVD o Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos. Suele ser asociado a los arrestos y ejecuciones masivos llevados a cabo durante la Gran Purga, en la URSS, exactamente en la época de Stalin. Sin embargo, en realidad tomó el mando de la KGB en la etapa final de la purga. En cualquier caso tuvo mala fama y así lo ha dejado la Historia, como un personaje siniestro, odioso… y clave hasta la muerte de Stalin. Luego fue juzgado y ejecutado en circunstancias poco claras, a instancias de Nikita Jrushchov y sus seguidores, que lo veían como el principal obstáculo a la desestalinización. Eso fue en 1953.

Pues bien: los suscriptores de la Gran Enciclopedia Soviética recibieron la instrucción de recortar de su ejemplar el artículo correspondiente a Beria. Debía, cada quien, eliminarlo personalmente. Había que desaparecer la referencia impresa. Para que no se diga más que el papel lo aguanta todo, el régimen soviético decide eliminar esa hoja reproducida quizás un millón de veces. Y de este modo, pues, asegurar la no existencia de quien sí existió; además, por años, ardiente amigo del proletariado. En la enciclopedia fue sustituido por un artículo de iguales dimensiones pero del Estrecho de Bering. De ese modo, el orden alfabético no se alteraría.

El libro del francés Emmanuel Carrère que le sigue los pasos al rocambolesco Limónov –fundador en tiempos postsoviéticos del Partido Nacionalista Bolchevique, nada menos− relata esa anécdota como metáfora suprema de lo que los regímenes totalitarios hacen con tozuda cabezonería: abolir la realidad.

Eso es lo que quiere hacer Nicolás Maduro cada vez que aparece en televisión encadenado. Abolir los medios de comunicación que registran la realidad que él y los suyos quieren hacer desaparecer. La banalidad del mal ya no es obra de personajes identificados en el Tribunal de Núremberg nada más; un anónimo guardia nacional bolivariano puede ser el verdugo de una joven estudiante cuyo único crimen fue estar en una cancha de fútbol a la hora equivocada.

Nicolás Maduro defiende a Rubén Blades aunque mal le pague con sus cartas. Se ocupa de él en sus peroratas, en medio de contradicciones e insultos a la oposición cada vez más organizada, cada vez más compacta. La realidad es la siguiente: un régimen que nació legítimamente en las urnas electorales se ha convertido en la pesadilla de quienes votaron alguna vez por Hugo Chávez e incluso por el mismo Nicolás Maduro, en abril de 2013. El desprestigio internacional del proceso, en estos días, es un cohete rumbo a la Luna. Como dice el periódico The Guardian, de Inglaterra, ya no existe más la Revolución Bonita. El presidente Maduro no la menciona en sus incendiarios discursos, o al menos no lo hizo ni este viernes ni este sábado, cuando más ardorosamente ha debido defender la imagen que implantó Chávez. Se le están olvidando, con el nerviosismo, hasta los clichés.

Maduro no ha nombrado en sus monólogos por TV a Geraldine Moreno, la estudiante de 23 años que estaba en el lugar equivocado, a la hora equivocada, cuando llegó la Guardia Nacional Bolivariana. Geraldine recibió una lluvia de perdigonazos en pleno rostro, a quemarropa y cuando se encontraba en el suelo. Ese y otros casos en que se ha verificado actuación brutal de los cuerpos policiales y/o intervención de civiles armados pertenecientes a «colectivos» constituyen, desde ya, una asignatura pendiente para un Gobierno que se comporta como si su escenario fuera el Kremlin en 1953. Esos procedimientos totalitarios quizás han sido heredados vía Cuba. Pero ojo: esas asignaturas no prescriben.

Maduro sí ha nombrado, varias veces y con énfasis, a un trabajador motorizado que no vio en la avenida Rómulo Gallegos una guaya tensada de lado a lado de la calzada. El joven cayó y murió al impactar contra el suelo (no degollado, como se ha dicho en las redes). Las guayas, se dice, han sido colocadas por quienes improvisan las barricadas, miembros de la oposición.

Pueden ser citados otros casos en los que se borra la memoria y se alumbran, por ejemplo, los vidrios rotos de los autobuses del metro una y otra vez, hasta el hartazgo aunque sin señalar en concreto a los sospechosos, o al menos las averiguaciones seguidas por las autoridades.

Claro que la realidad, en estos tiempos de Youtube, a veces es demasiado impertinente. Por ello, quizás, en una de las peroratas de este fin de semana −en las que alternadamente el Presidente en funciones insulta a la oposición y al minuto lanza palabras de amor o canta una canción de Rubén Blades−, ha admitido que agentes del Sebin actuaron por su cuenta, desobedeciendo órdenes de acuartelamiento, el 12 de febrero, día de la marcha hacia la Fiscalía; que dos de ellos están presos y han podido ser quienes dispararon contra Bazil Dacosta y Juan “Juancho” Montoya; pero esto no ha tenido continuidad alguna. Es algo dicho casi por azar.

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Este artículo podría haber comenzado con una pregunta: ¿es amoral o inmoral el Gobierno representado por Nicolás Maduro? Disquisiciones aparte, también podría haber echado mano de Maquiavelo, cuya obra fundamental cumplió 500 años en 2013 pero no ha perdido al parecer ni un día de vigencia: en ella se le aconseja al Príncipe ser un gran simulador.

O podría haber comenzado citando al filósofo José Antonio Marina pues tiene un libro que conviene leer o releer en estos días carnavalescos que se avecinan: La pasión del poder (Anagrama, 2008). Allí apunta comentarios sobre la tensión como una de las estrategias válidas del ámbito político y alude a Martin Luther King. Esta cita que hace Marina en su libro del líder norteamericano, hablando de la acción directa, o sea, de la acción pública o de calle, puede ser, desde luego, una buena guía para la oposición venezolana:

Ustedes podrán preguntar: ¿por qué la acción directa? ¿Por qué las sentadas, las marchas, etcétera? ¿No es la negociación un camino mejor? Tienen todo el derecho a exigir negociaciones… Por cierto, este es el fin mismo de la acción directa no violenta: tratar de crear una crisis tal, que una comunidad [o presidente, poder, o camarilla enquistada en el Estado] que se ha negado constantemente a negociar  se vea obligada a enfrentar la cuestión. Tratar de dramatizar la cuestión para que ya no pueda ser ignorada. El hecho de que me refiera a la creación de tensión como parte del trabajo de resistencia no violenta puede parecer chocante. Pero debo confesar que no temo a la palabra tensión. Me he opuesto enérgicamente a la tensión violenta, pero hay un tipo de tensión constructiva, no violenta, que es necesaria para el progreso.

Simular, abolir la realidad e incluso desvanecer la memoria colectiva es el arduo trabajo que le queda a Maduro, y por eso está tan fuera de sí; a la oposición, quizás, simplemente le resta seguir a Martin Luther King.