Estos días son buenos para hacer crónica, desarrollar artículos de opinión, reportear desde la violencia para que el mundo se dé cuenta. Para eso es el periodismo, ¿no? Para que la gente se dé cuenta de algo
Sebastián de la Nuez
George Orwell está de moda en Venezuela y el trabajo de mercadeo –probablemente 1984 o Rebelión en la granja se están leyendo acá más que nunca− lo esté haciendo quien en principio podría no haber ni oído hablar de él jamás: Nicolás Maduro.
Desde la presidencia de la República Bolivariana de Venezuela, en cada cadena nacional por radio y TV, George Orwell revive. El propio Mario Vargas Llosa lo cita hoy en su columna quincenal: «La prostitución de las palabras es la primera proeza de todo Gobierno de vocación totalitaria». La otra noche, por Twitter y a propósito de las incendiarias arengas presidenciales del 5 de marzo, alguien lo citó por aquello de la capacidad que tiene el poder para hacer pedazos los espíritus.
El ánimo de los ciudadanos venezolanos, a partir del 12 de febrero, ha sido trastocado. La cotidianidad de antes, por precaria que fuera, mantenía ciertos parámetros, daba algunas seguridades. Luego de casi un mes del levantamiento parcial del país, incluso aquella precaria cotidianidad ha desaparecido: ya no sabes por dónde meterte al salir de casa, o qué caminos tomar al regresar, si es que puedes hacerlo.
El ánimo de los ciudadanos está revuelto y desde el poder se le bombardea para que se sienta acorralado, aplastado. Es decir, se bombardea al espíritu.
¿Qué hacen los periodistas en estos casos? Trabajar duro, trabajar con el talento y el discernimiento por delante.
RECONSTRUCCIÓN DE LA REALIDAD
Cierta vez escribió el ensayista zuliano Miguel Ángel Campos que cuando no es posible abarcar la realidad porque es demasiado cruda («…si resulta más desquiciante que cualquier ficción»), es válido entonces describir los intentos de reconstruirla por pedazos, desde dentro.
En estos días uno sale a la calle y encuentra pedazos de esa realidad desquiciada por doquier. Cada pedazo es una potencial crónica, un artículo posible. Los claroscuros terribles que ofrece la plaza Altamira, epicentro de las protestas en el este de la capital, constituyen una masa de posibilidades narrativas. Por la mañana luce apacible pero como si estuviera saliendo de una noche de farra loca, con su resaca a cuestas, la cama deshecha y todos los trapos por el piso.
Por la tarde es la guerra a pedradas, a bombazos, a insultos, a pintadas. Plaza Altamira era una tacita de plata –aunque a veces tenía sus manchas− ordenada y vigilada. Esta mañana, domingo 9 de marzo, ofrecía su deterioro a pleno sol. Lo más triste es ese estanque que bordea al obelisco antes cristalino y ahora ahogado en harapos y desechos. Todo el lugar y sus aledaños parece un solar de Herzegovina en 1992.
Cualquier crónica que un buen escritor haga en estos días será buena para documentar esta lucha, esta sinrazón, esta respuesta totalitaria a un clamor perfectamente natural. Se consiguen en internet ejemplos como el de Alfredo Meza, La rebelión de los otros venezolanos (su reportaje sobre el estado Táchira) o la mirada de Rodrigo Blanco publicada en el website Prodavinci, Febrero: cuando los pumas tiemblan de cólera, testimonio personal –incluso narra su juventud más temprana, comparándola con la que vive esta generación inmediatamente posterior− que mezcla con una entrevista a uno de los protagonistas estudiantiles de la zona. Blanco trabaja en Lugar Común, la librería que inevitablemente es testigo de todas las escaramuzas.
En general, es bueno que el cronista recuerde que su mejor trabajo (al menos el más valedero en estas situaciones) dará voz a las víctimas. Que se tome la molestia de escuchar sus padecimientos; que le siga el paso a los defensores de los Derechos Humanos y tendrá material en abundancia: la gente del Foro Penal realiza un excelente trabajo de seguimiento, por cierto.
El italiano Furio Colombo dice en su ensayo Últimas noticias sobre periodismo que hay muchas noticias que, después de haber provocado interés, estupor, pánico o difamación, simplemente desaparecen; otras pasan a ser cíclicas, reaparecen de vez en cuando, y también las hay que permanecen en suspenso, sin un final. «El cementerio de las noticias sirve para entender que no todos los nacimientos son inocentes ni todas las muertes naturales».
Es una buena oportunidad para hacer periodismo para la historia, por la historia. Las fotos y los videos, en estos tiempos en que las tecnologías ofrecen tantas posibilidades, complementan y dan perspectiva realista. La realidad, como dice Miguel Ángel Campos, se puede reconstruir desde dentro, por terrible e inabarcable que parezca.
muy buen artìculo. . mismas advertencias nos dejò Arturo Uslar Pietri, con respecto al lenguaje y los patanes… No caigamos en sus enredos: rescatemos el buen lenguaje… porque de no hacerlo estarìamos contribuyendo al mayor deterioro: nacional, personal, familiar, etc –Venezuela necesita de todos nosotros