Camaleón por naturaleza

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Caupolicán Ovalles es el bigote seductor de Sabana Grande. Muy pocos tienen el don de ser monedita de oro. Sin embargo, el padre de la patria y presidente vitalicio de la República del Este tiene esta rara aptitud, se mimetiza con lo que su público pide. Arranca sonrisas a toda la concurrencia de sabanagranderos a pesar de ser adeco. El encanto casi mágico del poeta no perdona

 

Andrea Hernández         

Es medianoche del 21 de febrero de 1980. El padre de la patria y presidente vitalicio de la República del Este está de pie frente al umbral del Chicken Bar, que ofrece refugio a intelectuales y artistas en la avenida Lincoln, entre Colegio y Acueducto. Caupolicán Ovalles –44 años– se acomoda la camisa blanca de botones, se ajusta la chaqueta y se peina el frondoso bigote, negro como la constelación de lunares que cubre su rostro. No olvida ningún detalle antes de entrar al local, se prepara para una larga noche de humos, preguntas y bebidas espirituosas.

Saluda de lejos y sin detenerse al dueño de la muerte, Elías Vallés, al autor de País portátil, Adriano González León, y al psiquiatra Manuel Matute. En una mesa del establecimiento obsequia sus datos biográficos sin pudor, apartado de sus compañeros, quienes se ven decepcionados. Al parecer, esperaban que El Caupo los deleitara con literatura oral esa noche. Pero no, tiene una entrevista. “Lo siento, caballeros”, se despide.

Limpia los gruesos cristales cuadrados con la punta del mantel y comienza. Nació en Guarenas y se inició en el arte de la poesía a los 15 años. Se marchó de Venezuela luego de estar preso por resistirse al régimen de Marcos Pérez Jiménez. Su abuelo lo sacó de la cárcel y lo envió a Salamanca, España; allí se graduó de abogado y se enamoró de la palabra escrita. Hasta ahora nunca ha utilizado su título de abogado. De vuelta a Venezuela en 1962 publicó su obra más famosa ¿Duerme usted, señor Presidente?, dedicada al mandatario Rómulo Betancourt. Tuvo cinco hijos, uno por cada año que fue pareja de Ana Teresa. Esa relación se solapó durante un año con la de su segunda y actual esposa, Josefa Quesada, con quien tiene dos hijos: Gustavo y Manuel, su cachorro. Termina la síntesis  autobiográfica cuando un mesonero de chaleco negro y camisa de botones blanca coloca un vaso de whisky con agua y hielo sobre la mesa. “¡Listo!”, exclama satisfecho.

—¿Es cierto que se toma un whisky con cualquiera?

—Los maledicientes abundan, pero lo que pienso es “Váyase usted al carajo”. Es cierto que he simpatizado con varios partidos políticos. Primero Acción Democrática, luego Movimiento de Izquierda Revolucionaria, Partido Comunista de Venezuela, Movimiento al Socialismo y ahora de nuevo AD, pero nunca he dejado a un lado mis ideales de izquierda, nunca me ha dejado de desagradar el imperialismo norteamericano y nunca me han dejado de seducir las revoluciones. Me han llamado desde oportunista hasta camaleón por conveniencia, porque no soy militante. Cuando la guerrilla estaba en los cerros entendí que esa era una causa perdida, un movimiento sin fuerza; y cuando Caldera fue presidente yo estaba a favor de la pacificación porque soy un hombre práctico. Betancourt se mudó del PCV a AD y yo me moví de AD al PCV. ¿No tengo el mismo derecho a evolucionar también? Hoy me llevo bien con Carlos Andrés Pérez, pero eso no les da razón a los que me tildan de zalamero.

—Pareciera que le gusta tener amigos poderosos…

—Creo que inevitablemente gravitamos en torno al poder porque es útil para todo. El conocimiento para mí es algo funcional porque es una configuración del poder, se puede ejercer aquí en Sabana Grande, en Miraflores o frente a mis hijos. También para conquistar a una mujer debes demostrar poder; el mío es de índole intelectual, pero también se puede conseguir mimándolas con regalos y deslumbrándolas con derroche de dinero. Es una manera de ver la realidad.

 ***

2:00 am. Se le acerca una rubia esbelta de movimientos graciosos. “Soñé / que había descubierto / tus ojos / y hoy al ir a buscarlos / me he hundido en la arena”, le recita Ovalles a su espectadora, de su poemario Sexto sentido u diario de Praga. La mujer coloca el segundo vaso de whisky sobre el mantel blanco, le dice algo al oído y se marcha. “Esa es una economista argentina amiga mía”, se justifica. Bebe sorbo a sorbo del nuevo trago mientras explica cómo cada grupo que ha fundado es consecuencia del anterior. “Primero creamos Sardio, luego el Techo de la Ballena y la pandilla de Lautréamont junto con la República del Este”, enumera, pide la cuenta y anuncia: “Ya es hora de pasear por el Triángulo de las Bermudas”.

El Triángulo de las Bermudas lo comprenden los restaurantes Al Vecchio Molino, Franco’s y Camilo´s. Quien entra en su ojo desaparece para siempre. Decide visitar primero a la dueña de Camilo’s, Isabel la Católica; su sobrenombre se lo puso El Caupo. Intercambia  cumplidos y noticias de amigos en común con una mujer mayor. Ella le planta un beso en su mejilla morena y se ríe encantada. Otra que muerde el polvo. El Padre de la Patria pide una mesa y se sienta en la que le señala la mujer. Es dueño de una mirada viva que exige atención. Es un sitio con poca luz, pleno de toda clase de personajes interesantes.

—¿Por qué cree que lo apodan el Dionisos tropical?

—Por dos razones: la primera es que vengo del trópico y la segunda es que soy hedonista por naturaleza. Me considero imprudente ante la muerte porque persigo el placer a toda costa. Mi fin último es la carne tierna de la mujer, el amor. El truco es hacerlas intelectuales aunque no lo sean. Seguirles el juego —sonríe y deja ver el hueco que divide su dentadura en dos.

—¿Le gustan otros juegos?

—La poesía es una forma de jugar con el idioma. La semilla del idioma se posó en mí cuando era un niño. Mi abuelo, quien hizo de padre, era dueño de uno de los tesoros más valiosos en el mundo: la Gran Papelería del Mundo. Él era un farmacéuta muy respetado; inventó la Neuralgina, remedio que desaparecía en un zás hasta la jaqueca más furiosa. Pero volviendo a la poesía: si bien dejé de ser un indio cuando mi padre murió y me obligaron a ir al liceo, la chispa del idioma se me prendió en España. Ahí me di cuenta de que el lenguaje lo puedo transformar en un juego. También otra forma de diversión es la República del Este. Simulamos entre discursos y votaciones lo que sucede con la verdadera República. Si cortan el agua, interrumpimos el suministro de caña; ayer cortaron la luz en Caracas y el pintor [Carlos] Contramaestre mandó a apagar las luces del restaurante El Gato Pescador. Es un juego sencillo: consiste en una burla inteligente y sin escrúpulos. Dicen que todo esto le resta seriedad al movimiento, pero ¿cómo vamos a ser serios si estamos llenos de luces de bohemia? —concluye mientras se acaricia el bigote.

—Hablando de juegos, ¿se considera un padre divertido?

—Bueno, definitivamente no soy un papá convencional, no tengo los horarios y trabajos tradicionales en mi vida profesional y menos en mi vida familiar. Dejo que los niños jueguen con mis bigotes, y que se me guinden como garrapatas gigantes. Pero mi juego favorito es “la desvestida”: cuando llego a la casa tarde, en la noche, ellos me pelan la ropa con gran protocolo y pompa hasta dejarme en interiores, luego se pelean a ver quién duerme conmigo. Me siento un faraón sagrado.

—¿Ha logrado ser productivo con esos horarios de trabajo aleatorios e imprecisos?

—Creo que en mi oficio de poeta son necesarias las ambigüedades y el ocio. Solo de esa manera logro llegar al grado de introspección que me permite crear. Llevar dos máscaras como el Dios Jano, una hacia adelante y una hacia atrás, me dirige hacia la clarividencia sobre mí mismo, me ha llevado a crear obras honestas.

Entre sus obras cabe mencionar En uso de razón (1963), Sexto sentido u Diario de Praga (1966), Elegía a la muerte de Guatimocín, Mi padre, alias El Globo (1967), Copa de huesos (1972), Antología de la literatura marginal (1977),  y Canción anónima (1980). Por Copa de huesos le dieron el Premio Nacional de Literatura.

 ***

4:00 am. Después de despedirse de Isabel la Católica y de prometerle que mañana se quedará más tiempo a conversar exclusivamente con ella, decreta que es hora de visitar Al Vecchio Molino. “Hoy no vamos a Franco’s. No me cabe más comida y no aguanto otro whisky”, informa palmeándose un abdomen plano, víctima de cientos de abdominales. Ovalles no descuida su apariencia ni en las más terribles borracheras. Se mete la camisa blanca de botones en el pantalón, se peina el bigote, sonríe con su sonrisa hueca. Se asoma: “Ahí están Alfonso y León en la barra. Los veo un poco secos”. Entra a Camilo’s. La noche es larga y aún no ha terminado para el poeta ballenero.

 

Fuentes vivas

  • Alfonso Montilla
  • Manuel Matute
  • León Guillod
  • Manuel Ovalles

* También fueron consultadas para hacer esta entrevista varias fuentes documentales.