En el bullicio que acordona a los militantes venezolanos del arte y las letras se ha hecho oír sin tener que alzar la voz. Colombiana y venezolana en partes iguales, siempre ha mostrado pasión y dedicación sin treguas al quehacer intelectual y espiritual
Oriana Pérez O.
Sensible. Talentosa. Señora del silencio productivo. A pesar de sus talentos le cuesta aceptar los elogios, pero su modestia no es por compromiso sino una característica de su personalidad. Detallista. Cuenta con los dones de la paciencia, la perspicacia y la oportunidad. Exigente y severa con sus criterios de calidad. Pesimista, en algunos casos. En ella se entrelazan de forma fantástica timidez y pasión, profundidad y despiste. Sus principios son innegociables. Su sutileza la distingue y es la clave de su escritura. Si se busca el significado de elegancia en el diccionario aparece su nombre: Valentina Marulanda.
Su sofisticación no proviene de la ropa de marca sino de su interior, de su alma. Pudo haberse quedado en la banalidad y en los acoses del mundo exterior que siempre coquetearon con su belleza. Pero escogió lo reflexivo, lo profundo y la cultura. Obtuvo su licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad de Caldas, Colombia, y realizó estudios de postgrado en Estética y Filosofía del Arte en la Sorbona, Francia. Ha sido periodista, editora, gerente cultural, productora independiente de radio, docente. Ocupó cargos públicos tanto en Colombia (Instituto Colombiano de Cultura y Biblioteca Luis Ángel Arango) como en Venezuela (Biblioteca Nacional y Consejo Nacional de la Cultura).
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Llega al restaurante Mocambo en Las Mercedes. La mirada de su entrevistadora no es la única que atrae. Porta un pantalón marrón, zapatos cerrados, camisa de botones vino tinto. Es un día cálido, pero trae una bufanda étnica con colores de otoño porque es friolenta. Se muestra educada y cariñosa. Son más de treinta años los que lleva en Venezuela pero su acento colombiano no la abandona. Ojos café y piel muy blanca, sin pecas. Tiene cabello rojizo corto, pero esto no le resta ni un gramo de feminidad. Cantidad justa de maquillaje. Sus facciones por separado no son destacables pero, en conjunto, armonizan.
—¿Por qué decidió mudarse a Venezuela?
—Por amor. A diferencia de la mayoría de los inmigrantes colombianos instalados en Venezuela que vinieron en busca de trabajo, yo lo hice por razones sentimentales. Además fue mi manera de independizarme. Una especie de rebeldía con inteligencia. No conocía mucho de Venezuela. Vine sola y construí una familia con mi primer esposo, Alejandro Arratia. Luego otra al casarme con otro venezolano, Alfredo Chacón.
—¿La sedujo algo en particular de Caracas?
—Lo primero, la proximidad del mar. Crecí rodeada de montañas así que siempre añoré la costa. Aquí el mítico Caribe se esconde tras la muralla verde del Ávila y solo basta con forzar un poco el deseo para aspirar la brisa marina. Caracas ofrece la conjunción ideal: una gran urbe de intensa vida intelectual, anárquica, sin lugar a dudas, pero en compensación, un litoral y una atmósfera de playa a escasos kilómetros de distancia. La posibilidad de sumergirme en las tibias aguas que hicieron delirar a Colón se convirtió, además de las razones del corazón, en un motivo para el apego.
Un viaje a la playa es el mejor regalo que le pueden dar. Allí no se pierde la polarcita bien fría, ni el pescado frito con hallaquitas. Sin embargo, lo que más le gusta tomar es vino. “Voy a pedir un tinto, pero no me dejes tomar más de uno”, dice, “le he pedido al doctor que me quite todo menos eso, pero he tenido que dejarlo un poco porque empeora mis migrañas”.
—Entonces, ¿es venezolana o colombiana?
—Creo que soy afortunada porque tengo una binacionalidad. Me siento entre dos países, con lazos tan sólidos en uno como en otro. Tengo dos patrias y me alegra y entristece tanto lo que pasa en una como en la otra. Si tuviera que tomar partido entre uno y otro porque deben medirse en el terreno de juego, no apostaría a ninguno de los dos, lo cual es mejor, porque siempre gano [se ríe con gusto, pero discretamente, y su voz se pone un poco chillona].
—Existe otra dualidad en su vida, los libros y la música. ¿Cuál es su verdadera pasión?
—Digo como Nietzsche: no entiendo la vida sin la música. He tenido incluso una relación obsesiva con ella. Cuando descubro una obra nueva y me gusta, puedo oírla ininterrumpidamente por días y meses [de hecho, trabaja escuchando música clásica]. La música es un factor clave para las relaciones humanas… Mira, por ejemplo, los logros que ha tenido en Venezuela el Sistema Nacional de Orquesta Juveniles.
—En un momento tocó el piano. ¿Por qué lo dejó?
—Fue una decisión un poco radical. Un día supe que no era lo mío y que no iba a poder dedicarle la disciplina y las ocho horas diarias de práctica que requería. Así que simplemente lo cerré y preferí dedicarme a mis estudios de filosofía. Sin embargo, sigo siendo una melómana empedernida. Sigo amando la música. La escucho, la pienso, asisto a conciertos y tengo un programa radial [se llama La nota clásica y se transmite los sábados de 1:30 a 3:30 pm en la Emisora Cultural de Caracas 97.7].
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—Está por salir su nuevo libro, La razón melódica. ¿Puede adelantar de qué se trata?
—Son ensayos resultantes de antiguas obsesiones y lecturas con la ambición de continuar el acercamiento hacia la magia de la música. En general, es una reflexión sobre el carácter de la música y su relación con la filosofía y los filósofos, desde Platón hasta Jankélevitch. Incluye 78 fuentes bibliográficas en las cuales hay clásicos y modernos, así como también 98 notas referenciales. Es un libro para todos, desde los profesionales del arte sonoro hasta los simples fanáticos.
—¿Por qué decidió escribirlo?
—Es la obra que siempre quise hacer sobre las relaciones de la música con la filosofía y el lenguaje. Toda la vida me ha interesado la estética musical. La tesis fundamental que busco demostrar es que la altiva razón teórica también sucumbe a los sortilegios de la razón melódica. Además, en él le recomiendo a los lectores un poco de inocencia al escuchar música, que dejen a un lado los apriorismos para que simplemente se entreguen a ella.
—¿Cuál diría que es la clave para escribir bien?
—Leer. No se aprende a escribir con los mandamientos de la gramática y la sintaxis sobre el escritorio, sino con los buenos autores bajo la manga. El libro es la mayor fuente de conocimiento y de información.
—Mucho se ha discutido sobre la posibilidad de que los libros desaparezcan a manos de las nuevas tecnologías. ¿Qué opina sobre esto?
—El libro nunca había gozado de tan buena salud. Nunca antes se habían producido tantos en el mundo entero. Para no hablar de las multitudinarias ferias internacionales de libros y de las imponentes bibliotecas públicas que se siguen erigiendo. No se necesita ser un genio de la lógica para concluir que si se producen libros y se multiplican los servicios bibliotecarios es porque existe una gran demanda. Lo que está en peligro no son los libros, sino la forma de entrar en contacto con ellos. El problema no radica en la cantidad, sino en la calidad.
Valentina Marulanda tiene muchos amigos, pero la tecnología no es uno de ellos. No sabe lo que es un Blackberry, ni es capaz de leer más de dos páginas en una pantalla. Ella apuesta al libro cosido. Tampoco tiene idea de quién es Jimi Hendrix o los Rollings Stones. Su despiste con las cosas contemporáneas es bien conocido entre los que la conocen. Así como también su falta de habilidad para manejar. Montarse en un carro con ella es una experiencia de vida o muerte; sin embargo, no ha protagonizado grandes choques.
—Siendo usted una gran intelectual y su esposo, Alfredo Chacón, un poeta, la biblioteca de su casa debe ser enorme…
—[Se ríe sutilmente] La verdad sí, de hecho es una de mis luchas con Alfredo [y la lectura una de las grandes diferencias, porque él lee rápido y ella muy lento]. Tenemos libros por todas partes, así que yo he buscado la manera de deshacerme de algunos de ellos, sobre todo de los que tenemos repetidos y, cuando me doy cuenta, Alfredo los vuelve a comprar.
—¿Qué cosas los unieron y los mantienen juntos?
—Lo que somos el uno para el otro. Las afinidades que tenemos en común como la literatura, la filosofía, la música, las artes, y las amistades correspondientes. Es muy caballeroso y cariñoso, ese es el condimento fundamental de la vida.
A Marulanda siempre le han atraído los hombres morenos, de piel tropical. Así como también los calvos. Le parecen sexys Eduardo Moreno, César Miguel Rondón y, sobre todo, le encanta Bob Abreu. Asume muy bien su rol de esposa. Está pendiente de escaparse de vez en cuando a una bonita posada. Atiende a su esposo y le cocina lo que le gusta. Incluso, a veces, le toca hacer dos menús porque él prefiere los alimentos fritos, en cambio ella se cuida mucho de lo que come, especialmente evita todo aquello que pueda ser cancerígeno. Su ajiaco es famoso, así como también su debilidad por los dulces.
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—Melómana, filósofa, ensayista, ¿se considera también periodista?
—Admiro la profesión y el ejercicio del reportero. Y hay que ver lo que ellos hacen en tiempos de turbulencia y de crisis como han sido estas últimas décadas en Venezuela. Soy adicta a la información [lee tres periódicos diarios]. Pero me considero receptora más que generadora o productora de información. Por eso, a pesar de haberme ganado la vida con el ejercicio del periodismo, no me siento ni me considero reportera. No tengo esa pasión por el acontecer en pleno desarrollo, por la calle y la actualidad. Prefiero el artículo, el ensayo o la crónica. La escritura más reposada que haces con la investigación y la consulta de fuentes expeditas y no furtivas.
—¿Eso era lo que más se le dificultaba de trabajar en Exceso?
—Sudor 18 quilates era lo que yo sudaba para conseguir la información en una ciudad que no conocía bien y en la que las direcciones son tan arbitrarias [le gusta que le expliquen las direcciones en su forma nominal]. Sumado a mi despiste, me desconcertaba.
—¿Qué proyectos tiene para el futuro?
—Otro programa de radio. Fue muy gracioso porque mi amiga Marta de la Vega y yo propusimos el mismo proyecto por separado y ahora lo vamos a realizar juntas. Este tendrá como fin conocer la cultura colombiana y venezolana. Para ello realizaremos constantemente entrevistas a artistas e intelectuales, ya que ambas tenemos la posibilidad de contactar fácilmente a personas de ambos países.
—¿Ha pensado en irse de Venezuela?
—Mi afecto por esta tierra se convirtió en una necesidad. Con todo y las situaciones actuales, todavía es mucho lo que se puede y lo que se debe hacer. Creo que es simple, me rehúso a abdicar.
Siempre está dispuesta a responder a los desafíos. Es creativa y mejora todo lo que puede. Es maniática de la limpieza. No puede concentrarse si no ha fregado, por ejemplo. Es la mayor de cinco hermanos y cuenta que su mamá les decía: “Si los veo sentados es porque no tienen nada que hacer, así que yo los voy a poner a hacer algo”.
Esta mujer no ha hecho ningún enemigo, al menos la entrevistadora no pudo encontrar ninguno; ni tampoco alguien que hablara mal de Marulanda. Y es que ella busca evitar los conflictos a toda costa, hasta el punto de hacerse amiga de las ex esposas de Alfredo Chacón, y de la mujer por la que la dejó su primer marido. Ella es el ejemplo perfecto de cómo ensamblar mente y emoción, sin duda una de las claves de su éxito; y de cómo alguien, sin buscarlo, ha logrado ganarse el corazón de sus lectores y de quienes han podido conocerla.
Fuentes consultadas
Alfredo Chacón: poeta, segundo esposo de Valentina Marulanda
Ana María Fernández: amiga y compañera de trabajo en la Biblioteca Nacional
Andrea Daza: compañera de trabajo en Exceso y Cocina y Vino
Andrés Cardinale: Asistente de edición de Exceso y el jefe de redacción de Cocina y Vino
Armando Coll: jefe de redacción de la revista Exceso
Faitha Nahmens: amiga, compañera de trabajo en Exceso
Ismanda Correa: amiga desde la infancia
Jaqueline Goldberg: trabajó con Marulanda en la revista Exceso
Marta de la Vega: gran amiga
Sasha Correa: comenzó como pasante en Exceso y se convirtió en amiga de Marulanda
Fuentes bibliográficas
Primera Vista y Otras Sentidos de Valentina Marulanda.
La razón melódica de Valentina Marulanda.
Colombia y Venezuela 20 testimonios de Faitha Mahmens.
Chuleta ególatra de Valentina Marulanda, proporcionada por Alfredo Chacón.
Revista Aleph, número 163. Edición en honor a Valentina Marulanda.
Valentina, letra y música de Alfredo Chacón.
Colombofilia de Alfredo Chacón.
Valentina Marulanda en la encrucijada de música y pensamiento de Carlos Enrique Ruiz.
Notas de pésame publicadas en diferentes medios luego de su muerte.