Escribía sobre ciencia y tecnología pero María Isoliett Iglesias se ha consagrado a lo que hoy es su pasión: el periodismo de sucesos. Un área llena de violencia pero muy rica en noticias inagotables que Manoa —alias de la periodista— ha sabido aprovechar para contar historias que, más que crónicas, parecen cuentos de ficción. Estuvo con los estudiantes de la UCAB y aquí se reproduce la entrevista grupal que le hicieron
Náryhan Malavé
Treinta y cuatro años. De origen vasco. Alta, con porte de miss y cabello teñido que ilumina su rostro. Es el prototipo de Barbie venezolana que nadie espera encontrar al subir las escaleras interminables de cualquier barrio de Caracas, ni mucho menos hablando con ladrones, sicarios, asesinos o presos. María Isoliett ni siquiera leía las páginas de los periódicos dedicadas a sucesos. Trabajó en la revista Primicia y posteriormente en El Universal, donde se convirtió en la mujer aguerrida que vive la adrenalina de arriesgar su vida por el oficio.
María Isoliett comienza a dedicarse a la fuente por casualidad. No era lo que ella quería hacer, ni mucho menos su pasión. Se graduó en 2002 en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y trabajó en las áreas de ciencia, tecnología, comunidad y belleza. En sus primeros años en El Universal, como pasante, laboró en la fuente de política. “Me tocó cubrir parlamento y ¡era una nota! Más o menos era como cubrir malandros pero enflusados”.
—¿Qué hace una mujer como usted en un cerro entrevistando a malandros?
—Trabajé como pasante en la revista Primicia y cuando la cerraron me quedé desempleada. Busqué pasantía en El Universal y no querían dármela porque ya estaba graduada. Dos semanas después de que la terminé, me llamaron para trabajar como contratada en la sección de comunidad. Mi jefe me dijo el primer día: “Nosotros te trajimos para hacer sucesos”. Yo me asusté horrible, a mí un triquitraque me asusta. No tenía idea de cómo era eso. Fui honesta. Me empecé a enamorar de la fuente y me quedé subiendo cerros y hablando con malandros para transmitir esa realidad en mis trabajos y crear conciencia a través de ellos.
Manoa tiene más de diez años dedicada a la fuente de sucesos. A su trabajo profesional le suma dos libros: Me tiraste la hembra pa’l piso (2012) e Y nos comimos la luz (2013). Tiene una relación de amor y odio por lo que hace. Ha sido triste y doloroso, pero mantiene una lucha personal para no dejar que madure la coraza que, según ella, todo periodista de sucesos posee. A pesar de que es una manera de protegerse ante la fealdad a la que está expuesta, no es indiferente a ninguno de los casos. Los malandros, policías, las víctimas y sus familiares se han convertido en su entorno.
—¿Cómo fue su primer acercamiento a uno de estos personajes de la página de sucesos?
—Peky fue el primer asesino que entrevisté, por eso está en el libro [Y nos comimos la luz]. El encuentro fue en un estacionamiento, en la parroquia 23 de Enero. Hablé con el jefe civil y me llevó con él. No había llevado grabadora, esa primera entrevista la escribí a mano y no se entiende nada porque temblaba como una hoja. A simple vista no parecía un asesino, pero cuando comenzó a decirme todo lo que había hecho se transformó. Él, obviamente, se dio cuenta y con su cara de homicida me dijo “quédate tranquila que yo hoy no te voy a matar”. Yo le contesté “espero que ni hoy ni nunca”, y comenzó a reírse.
Peky ha sido la persona a la que la periodista le ha hecho más entrevistas, porque le resultó difícil entablar confianza. Luego, este matón terminó regalándole un casquillo de bala; una que había acabado con la vida de alguien, de tantas de su colección.
—¿Qué tanto se involucra con los entrevistados? ¿Logra mantener distancia emocional?
—No son mis amigos. Los escucho. Vivo sus historias. Sufro si ellos sufren. Siempre estoy muy pendiente de escucharlos, de mirarlos, de estudiar sus gestos y sus miradas. No pongo una pared: eso lo aprendí con el tiempo, en este afán de querer contar las historias de otra manera. Si te involucras, consigues más información. Yo solo soy el medio, procuro ponerlos a hablar a ellos.
La periodista, y ahora escritora, no juzga. La intención en sus libros es que los lectores escuchen a los propios personajes y que, a partir de allí, entiendan lo que se está viviendo en Venezuela, principalmente en Caracas, y que para muchos es ajeno.
—Tuvo que ir al Ministerio Público debido a amenazas, ¿cómo manejó esa situación?
—No hay norma en esas circunstancias. Es muy duro cuando te amenazan. Me ha pasado dos veces y espero que no me pase más. Nos ha generado mucha tensión, tanto a mí como a mi familia. La primera amenaza provino de un malandro de El Valle, le decían Cabeza de oso; me escribió un correo, pero luego, en un enfrentamiento policial, murió. Luego fue un anónimo que llamó al periódico, fue mucho más fuerte porque sabía mis rutinas.
Junto a su esposo, Abraham Sánchez —con quien se casó en 2011—, vivió aquellos días llenos de miedo. Cambiaron sus rutinas diarias para protegerse. Aprendieron cinco formas de llegar a su casa, no tenían horario fijo y estaban más pendientes de sus familiares.
―¿Posee algún ritual con el que se proteja cuando está en peligro?
―Soy católica. Una vecina a la que quiero muchísimo estaba muy grave, a causa de su embarazo. Le pedí mucho a la Divina Pastora y se salvó; desde ese momento decidí ser devota. Cundo entro a un barrio me persigno y me encomiendo a Dios.
—En cuanto a su libro Y nos comimos la luz, una vez que ha recogido la información de los casos, ¿cómo es el proceso de la escritura?
—No es traumático, pero sí doloroso. Cuando retomo los casos [se refiere a que anteriormente, antes de pensar en escribir el libro, los había cubierto para el periódico] me dirijo a las casas de las personas que murieron, hablo con sus familiares y resulta más fuerte porque ya no están en el calor de la diligencia o en la inmediatez de la funeraria. Muchos no han superado el hecho, la herida se mantiene fresca. Pocas veces me quiebro delante de una víctima, mi escudo es la libreta y el grabador. Me gusta grabar y desgrabar las entrevistas completas, además de tomar notas del entorno y las expresiones.
Aunque sea difícil de creer, María Isoliett ha sido respetada por los entrevistados. La clave, tal vez, es dejar sus intenciones claras desde el primer encuentro. Permite que ellos decidan cuáles declaraciones quieren que les atribuyan y cuáles no. Es muy útil tener presente esas cosas cuando se está frecuentemente ante los ojos de la violencia. La escritora define a los delincuentes como fríos, calculadores e inteligentes. Su oficio es un reto, mucho más en Venezuela, “un país en donde la justicia no va al mismo paso que la delincuencia”.
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