«Los muertos no cuentan historias»

PeriodistaPascalOriundo de Estados Unidos, pero radicado desde niño en México, D.F., Pascal Beltrán del Río Martín nunca se imaginó que su profesión lo llevaría ante los ojos de la muerte. Este periodista ha realizado múltiples trabajos en el área de las comunicaciones. En 1999 emprendió una nueva labor que le permitió obtener más enseñanzas y conocer sus límites. Ser corresponsal de guerra

Náryhan Malavé

Hoy en día existen muchas herramientas que hacen del trabajo periodístico algo más fácil, el avance de las tecnologías y específicamente del Internet permitieron el contacto con el actual director del periódico Excélsior, quien cedió un espacio en su agenda para entablar  un contacto por Skype y correo electrónico. Beltrán del Río tiene 47 años de edad y  se muestra jovial, su tez blanca no deja rastros de arrugas y su cabellera nigérrima ni una cana. Fue galardonado en dos oportunidades con el Premio Nacional de Periodismo de México —2003 y 2007— y ha recorrido el mundo no precisamente en busca de ocio y diversión.

Estuvo en la invasión estadounidense en Irak y Afganistán, en la intervención de Francia en Mali, recorrió Asia Central y el Medio Oriente para cubrir las repercusiones de los atentados terroristas, presenció la caída de Saddam Hussein y dio cobertura a la guerra civil en Libia, la cual fue el conflicto más intenso y peligroso que le ha tocado vivir.

—¿Qué esperaba encontrar la primera vez que cubrió una guerra?

—Todo fue distinto a lo que me imaginaba. Me remito a lo que escribió Paolo Giordano en La soledad de los números primos, para explicarlo. “La guerra lleva a las personas a un estado de claridad: el miedo es el miedo, el heroísmo es el heroísmo. La guerra exacerba lo bueno y lo malo del ser humano”.

¿Vale la pena arriesgar la vida por el oficio de informar?

—Hay que llegar hasta lo razonable. En el frente de Ras Lanuf, en Libia, llegué mucho más adelante que los demás enviados, pero en un momento sentí que estaba en riesgo mi vida y retrocedí hasta ponerme a salvo. Nunca vale la pena arriesgar la vida, hay que aprender a reportear sin ponerse excesivamente en riesgo.

—Pero al estar allí ya estaba en peligro, entonces ¿cómo cubrió los hechos en esas circunstancias?

—Con una estrategia de reporteo, preparando bien el trabajo diario. Hay que tomar en cuenta el contexto, saber a dónde se va a reportear y con qué objetivo. Es decir, no meterse a “tontas y locas” en una zona de combate. Además, hay que tomar en cuenta que muchas veces la información más relevante de las guerras no se obtiene en el campo de batalla. Las víctimas colaterales, como los refugiados o los heridos, son una fuente de información importante.

Comparando sus trabajos como corresponsal de guerra y aquellos que ha realizado en otras áreas del periodismo, ¿qué diferencias puede mencionar?

—El trabajo de reportear y cubrir una guerra es el mismo, pero el último se hace en condiciones más complejas. Hay que explicar, dar contexto y contar historias, pero se debe hacer con una estrategia que no deje de contemplar la opción de salir con vida. Reportear es reportear, sea en una zona de conflicto o no. La diferencia son los riesgos que se tienen que enfrentar y la planificación del trabajo que se va a realizar.

—¿Qué representa un periodista extranjero para los lugareños en esos conflictos?

—Es extraño ser un corresponsal de guerra mexicano. Como México no tiene nada que ver, al menos en los conflictos que he cubierto, un corresponsal puede ser visto con extrañeza y hasta desconfianza. Lo importante es transmitir información y sensaciones en un lenguaje y contexto que ayude a los lectores y audiencias a trasladarse imaginativamente al lugar de los hechos.

—Cuando existen conflictos armados suelen surgir rumores alrededor de todo el mundo, ¿cómo los maneja y qué mecanismos usa para corroborar las informaciones?

—En la guerra se miente mucho. Hay que hacer el doble o el triple del trabajo de corroboración de los datos. Y cuando no se pueda verificar una información, ser honesto y decirlo.

—En 2003 ganó el Premio Nacional de Periodismo por la publicación de su libro Historias de guerrilleros. En él plasma la entrevista que le realizó a la máxima figura del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente. ¿Cuál fue su experiencia?

—Cuando entré al penal de máxima seguridad de Almoloya, luego llamado La Palma y hoy El Altiplano, para entrevistar al comandante Antonio, del ERPI, pocos periodistas lo habían hecho, quizás uno o dos. Lo más difícil fue conseguir el permiso. Una vez allí, hacer la entrevista con un preso sometido a una disciplina rígida fue difícil y aleccionador.

—Pero, a pesar de todo, eso lo hizo merecedor de un premio y le dio garantía a su profesionalismo…

—Sí, claro. Estoy agradecido por el reconocimiento, pero el trabajo fue duro.

—Actualmente es director editorial del diario Excélsior y conductor del programa La Silla Excélsior, está un poco alejado del trabajo reporteril. ¿Si se presenta la oportunidad, volvería a asumir el riesgo como corresponsal de guerra?

—Tengo menos oportunidades que antes para viajar, dadas mis obligaciones laborales en el periódico, pero no he dejado de reportear. Lo hago todos los días. Si fuera posible y oportuno volver a una zona de conflicto, desde luego que lo haré. No me gusta la guerra, pero a veces es lo más informativo que hay y entonces vale la pena estar ahí, si se puede.

—Hablando de la formación académica, ¿el aprendizaje que obtuvo en la Universidad Nacional Autónoma de México fue suficiente para dedicarse al periodismo de guerra?

—El periodismo, y no solo en la cobertura de conflictos, es un oficio que se aprende tanto en el aula como en la práctica. Quizás pese más esto último. De hecho, son pocas las herramientas que la escuela puede proporcionar para ser corresponsal de guerra. Estar en el lugar es lo que más enseña.

—Para ayudar un poco a los futuros periodistas, ¿cuál cree que es la esencia de esta profesión?

—Entre las más importantes, ser curioso. Tener una curiosidad inacabable, un hambre por saber y aprender.

Periodistas de todo el mundo, con nacionalidades, culturas y lenguas distintas se encuentran en un campo de batalla en donde solo esperan llegar al final del día con vida. El motivo de la reunión: una guerra. El deber de informar es suficientemente fuerte para que pongan sus vidas en riesgo. Pascal Beltrán del Río, aunque ahora está lejos de las bombas, los misiles y las metralletas, siempre estará dispuesto a volver a la acción.

 

Ver aquí trabajo de Pascal Beltrán sobre la Venezuela que encontró a un año de la muerte del presidente Chávez.