Mirada sobre Luis

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Luis era un espíritu especial. Con una formación humanista clásica, como tantos otros venezolanos de su generación, cambió el Derecho por otras disciplinas, en su caso particular la filosofía y la historia. Es uno de los pocos filósofos de la historia con que ha contado Venezuela. Pero también tenía una pulsión especial por el testimonio y como su padre, militar al fin, se vio envuelto en los líos típicos de fines del gomecismo y de la transición post−gomecista, Luis heredó esa necesidad de interpretar la historia sobre la base de dilemas éticos.
Eso, digo yo, amén de su amor por los archivos y su vocación por excavar en profundidad lo llevó a dedicarse a la historia. En términos políticos era un liberal prístino con una cierta orientación a la centroizquierda y una pasión por la defensa de la república, maltrecha y todo como nos tocó a todos vivirla en esos años 90 previos a la irrupción del chavismo.
Su interpretación del momento difícil que vivió la república en el segundo período de CAP estuvo basada en sus investigaciones históricas, especialmente las múltiples obras que le dedicó a Bolívar. Nadie como Luis logró separar el grano de la cáscara en cuanto a Bolívar se refiere. Aunque no llegó a decir, como sí lo han hecho otros después de él, que Bolívar era francamente autoritario, puso en perspectiva la reflexión bolivariana con cada momento que le tocó vivir, particularmente el fracaso de la Gran Colombia, escarbando en las fuentes que alimentaron a Bolívar en cada oportunidad.
Habiendo desnudado la crisis primigenia de las repúblicas iniciales, le fue más fácil y coherente interpretar la crisis de régimen de la democracia venezolana post−ajuste económico.
Como también fue un intelectual a carta cabal, en cierta época fue llamado para un asesoramiento en una dependencia oficial. En ese entonces –pero no tanto como en la actualidad− las asesorías en el gobierno eran bien pagadas, pero Luis se negó a cobrar un centavo. Tenía un sentido sagrado de la responsabilidad pública. Y eso lo llevó a aceptar la invitación que le hiciera Ramón Guillermo Aveledo, uno de los próceres de los tiempos que corren, a hablar en el extinto, sobrio y bien recordado Congreso de la República. Luego del éxito clamoroso que tuvo, recuerdo que pocos días después se burlaba de eso en su casa cuando yo le decía que de ahí a Miraflores. Ponía una cara arrobadora y gritaba: “Luis Castro, Luis Castro es el hombre” o alguna otro consigna clasiquera electoral.
Pero su desapego por la política en el sentido de cumplir papel alguno le permitió ser amigo de mucha gente: adecos de alcurnia, copeyanos calderistas y anticalderistas, masistas e incluso, ¡cómo no!, chavistas de la primera hora que estuvieron en la conspiración militar y que luego derivaron hacia las aulas. Incluso un personaje de baja graduación, teniente creo, que seguramente era muy joven para el momento del golpe del 92 y que luego cumplió papeles non sanctos en varios momentos de la administración chavista, fue alumno de Luis. Cuando Luis murió en Chicago, luego de Carole resolver todos los líos administrativos del traslado del cadáver, a su llegada a Maiquetía, fue este teniente o capitán quien aligeró su paso por la aduana. Lo recuerdo con claridad porque él iba acompañando a Luis en la carroza funeraria y yo iba en el carro que le seguía.
Tengo la impresión, como dicen los anglosajones “in hindsight”, que Luis sabía lo que nos venía y por eso combatió al chavismo desde el primer momento, con toda la fuerza de su espíritu y con la dedicación y el empeño que le puso a la salvación de la república. Quizá Luis y Manuel Caballero nunca tuvieron dudas, como sí las tuvimos muchos otros, de lo que se nos venía encima.
Leonardo Vivas