Ramón Jota Velásquez a los 95

VELASQUEZ

Esto es un extracto de una entrevista inédita a Ramón J. Velásquez, historiador, abogado, periodista y presidente interino de Venezuela entre 1993-94. Falleció este martes 24 de junio. En ella, Velásquez habla sobre todo de su relación con el periódico El Nacional. Al momento del encuentro Velásquez contaba con 95 años de edad y se mantenía absolutamente lúcido y memorioso, como siempre lo fue. Este testimonio ha de formar parte de un libro en preparación sobre periodistas venezolanos que fueron testigos de hechos históricos en el siglo XX

Sebastián de la Nuez

Otro caballero mayor de edad y de este domicilio, Ramón J. Velásquez, ha cumplido 95 años. Está en su casa de Altamira, de punta en blanco, sentado en un escritorio al fondo de la sala dividida por un tabique de mampostería. Escucha música pop a buen volumen cuando Betulia, su asistente, le informa de la visita. Es el venezolano vivo que más de cerca conoció a Juan Vicente Gómez, y es casi co-autor de la pieza clave de Francisco Suniaga, El pasajero de Truman, que narra el declive mental de quien iba a ser el sucesor del  presidente Isaías Medina Angarita, Diógenes Escalante. Velásquez suele terminar sus frases con un alargado, tal como uno se imagina que lo haría el benemérito en La Mulera tras sentenciar a alguien a La Rotunda.

¿Nacen venezolanos hoy como Velásquez, inquietos y universales, que llegan a aferrar la historia de este país en el puño de su mano? De su generación quedan pocos y no bastarán todos sus días remanentes para obtener la riqueza plena de lo que han visto, vivido y sufrido.

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Ramón J. Velásquez ha sido periodista toda su vida; de los capítulos en esa trayectoria paralela a la del historiador y político, destacan dos en particular que son sus funciones como director, en dos ocasiones, de El Nacional, y su papel en la clandestinidad durante el periodo de Marcos Pérez Jiménez, en especial como editor de la revista Signo. Sobre su designación como director de El Nacional la primera vez (en 1964) dice:

Yo había sido cinco años secretario general de la presidencia de la República [durante el gobierno de Rómulo Betancourt] y Miguel Otero Silva, sentado en aquella silla [señala hacia un sillón al otro extremo del recibidor de su casa] me dijo: «Usted es el candidato para director de El Nacional. No soy yo. Es la gente. Como la gente lo quiere, yo le ofrezco la dirección».

El puesto lo detentaba hasta entonces el cuentista –sobre todo publicó en Fantoches−, abogado y cronista Raúl Valera, a quien el presidente Leoni le había ofrecido la gobernación del Distrito Federal. Había sido ministro del Trabajo. Velásquez era amigo de Miguel Otero desde largo tiempo atrás. Antes de haber sido secretario de la Presidencia escribía en la columna Belvedere, creada por MOS, donde también escribía Juan Liscano, entre otros. Unas veces firmaba RJV, otras Ramón Velásquez y otras Eduardo Montes. Rómulo Betancourt le dijo una sola cosa cuando Velásquez se dispuso a asumir su nuevo cargo: «Sé que aceptaste la dirección de El Nacional. Que te vaya muy bien». Más nada.

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Pero antes de eso había comenzado como simple reportero gracias a José Antonio Mayobre.

Los sueldos eran muy bajos en el país entero. Un día, mi gran amigo, muerto hoy, gran economista, gran universitario y político, José Antonio Mayobre, encargado de la sección económica, me dijo: «Mira, me voy de El Nacional porque me pagan mal. Donde voy a ir a trabajar es una compañía de seguros. Me dan setecientos bolívares y eso el periódico no me lo puede pagar. Voy a proponer tu nombre». Mayobre luego será ministro de Hacienda en el gabinete de Rómulo Betancourt y embajador en Washington. Así que entro en Economía. Esa es la cosa más incongruente. ¿Qué es lo que yo hacía en los dos meses que estuve ahí? Recoger los boletines de las diversas cámaras. Estuve muy poco tiempo porque es cuando entro a la Secretaría de la Presidencia.

Paradojas de la vida, Velásquez sería años después presidente interino de la República, y se puede decir que su gobierno salió con suspenso en economía ya que entonces fue cuando se produjo una de las mayores debacles de las cuales se tenga noticia en la historia de la banca latinoamericana: la insolvencia generalizada de 1994, cuando el sistema financiero nacional colapsó. El Banco Latino fue el primero en caer. Aunque, a decir verdad, cuando Velásquez entra a Miraflores ya la crisis es inevitable.

Pero la conversación regresa otra vez atrás en el tiempo. Al terminar su trabajo en la Secretaría con Betancourt su intención era irse a España y Francia. En eso estaba cuando MOS le dice: «Mucha gente lo propone a usted como director. Yo vengo a proponérselo también». Y así fue. Acababa de ocurrir un boicot contra el periódico de los Otero. El Nacional había sido calificado de castrista y eso trajo como consecuencia, entre otras cosas, el retiro de una gran parte de la publicidad. Pero no llegó a cerrar. Velásquez recuerda que antes, durante la época de Pérez Jiménez, sí pudo haber cerrado por el incidente de Los Tres Cochinitos. Fue el episodio de la manteca vegetal y su empaque con los tres cerditos:

Por entonces la gente calificaba a la junta, que eran Delgado Chalbaud, Pérez Jiménez y Llovera Páez, de los Tres Cochinitos. En una crónica deportiva alguien escribió “…y asistieron al estadio los tres cochinitos…”. El director, Reyes Baena, fue preso. Y don Henrique Otero Vizcarrondo, dueño del periódico, también fue preso. Todos ellos fueron detenidos en la cárcel de El Obispo, allá por San Martín, cerca de donde está la torre de los De Armas.

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Va hablando de lo que viene a su memoria. Por ejemplo, los comunistas de la redacción. Cuando entra como director quedan, de la vieja militancia del partido, dos figuras: Arístides Bastidas («siendo un reportero tan brillante, era secretario del sindicato de periodistas») y Cuto Lamache. «El gran Cuto, muy silencioso. Era un excelente escritor y, en el análisis de las situaciones, muy acertado. Pero Cuto era el silencio. Era difícil, muy difícil».

Antes habían salido Montes de Oca y Raúl Agudo Freites −militantes también del PCV− precisamente por las presiones que venían del sector económico-comercial y también del partido a la sazón gobernante, del cual formaba parte Velásquez.

Por ser director me pagaban tres mil bolívares. Tenían un gran administrador, Alejandro Otero Silva. Estaba casado con una dama chilena y se fue. Y me dijo: «Hay hombres felices. Papá le regala una editorial a Miguel, y yo se la cuido para que nadie se la coja». Ahí entró gente que va a consagrarse como buenos periodistas, como Chepino Gerbasi.

En efecto, fue una lumbrera que organizó la sección económica del diario y la mantuvo por mucho tiempo.

Una vez pasado el impasse del boicot publicitario contra El Nacional, regresó algo de mucha importancia en ese tiempo: la publicidad internacional. Velásquez la llama así mismo, internacional; recuerda que había una cantidad de productos que formaban parte de redes continentales y no contaban con las grandes agencias. Así, desde Nueva York llegaban las pautas.

Una vez superada esa época, fue la publicidad la que creció al mismo tiempo que la gente hizo de la lectura de El Nacional una costumbre, una necesidad. Algo se le quedó grabado:

Cuando uno llegaba a San Cristóbal o a Ciudad Bolívar la gente preguntaba «¿trajo El Nacional?» o decía «vamos a ver qué opina El Nacional». Cosas así. Fue adquiriendo una autoridad política que cubría todo el país.

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Ha fallecido el doctor Velásquez, como por lo común se le llamaba, en medio de una noche oscura, tremendamente oscura, para El Nacional y para el periodismo venezolano en general.