Lloriqueos por El Universal

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En la red han aparecido rostros de jóvenes periodistas –por lo que parece− lloriqueando por el cambio de manos del periódico El Universal. Sobre todo en ese website de dudosa credibilidad, Dollar Today. En todo caso, basta de lloriqueos. Que los periodistas se abran camino por sí mismos

 

Sebastián de la Nuez

Luego de 105 años de historia, vistas las cosas en perspectiva, ¿cuál ha sido el papel de El Universal como bastión de la democracia? ¿Alguna vez se empeñó en alguna lucha que no fuera su productividad como empresa? Quizás en los últimos años, y es asunto que espera por algún graduando de Comunicación Social para ser analizado. Una tesis titulada “El Universal durante la era chavista: tarde piaste, pajarito” quizás sería de obligada lectura.

Una vez, alguien muy cercano a la familia Mata, Luis Teófilo Núñez Arismendi, un señor a quien Dios tenga en su gloria, fue invitado a un programa de televisión con motivo de los 75 años que cumplía el diario. Aquella fue una buena edición aniversario. Sin embargo, Núñez Arismendi estuvo casi todo el tiempo del programa alabando el cuerpo del diario dedicado a los clasificados. Sobre todo puntualizó las ganancias que ese cuerpo, lleno de ofertas de apartamentos y automóviles usados, significaba en la Gran Venezuela. El episodio me quedó grabado: ¿el cuerpo de clasificados era lo mejor que podía mostrar uno de los principales periódicos del país según su insigne vocero de la época? Me pareció la contradicción evidente entre oficio y negocio.

 

EL PERIODISMO NO ES PARA CÍNICOS

En algún momento de los años noventa apareció en el radar un caballero joven, nieto del fundador de El Universal, que nebulosamente arribaba desde Estados Unidos con el propósito de poner orden en la casa. Se rumoreó y se escribió: haría del diario –lo demostraría con el paso del tiempo− un periódico moderno. El caballero, Andrés Mata Osorio, tenía un marcado acento gringo y ya instalado en Caracas, para entretenerse, se dedicó a aprender japonés. Pero de verdad el periódico se modernizó y se profesionalizó.

El Universal siempre ha sido una mina de oro. No solo los clasificados: la revista Estampas es un icono, un emblema clase media. Su hábitat natural es o era una cesta-revistero preferiblemente de mimbre en el balcón de un apartamento del este caraqueño. La versión de Good Houskeeping donde podías (¿todavía quizás?) encontrar al exterminador de cucarachas más adecuado o la puerta de baño más conveniente a la hora de remodelar tu casa.

El Universal siempre ha sido, de manera preponderante, una empresa. Sometida como cualquier empresa a la ley de la oferta y la demanda. Ahora que se presenta esta coyuntura de la venta a la boliburguesía (todo apunta hacia allá según fuentes dignas de crédito) no puede confundirse con el caso RCTV en 2007. En ese año el consorcio 1BC fue objeto de una medida directa, agresiva, seguramente cuestionable desde el punto de vista legal. Un arrebatón, para decirlo en palabras cortas. El Estado chavista ejerció una medida, por decir lo menos, contraria a la convivencia democrática.

Aquí, ahora, no hay arrebatón alguno según lo que parece.

Como alguien dijo, no hay cosa más cobarde que un millón de dólares. O más tentadora.

Sea cual sea la historia y sus atenuantes, este episodio vuelve a poner en ascuas la profesión del periodista en Venezuela, hoy. No se puede hablar de futuro con esta carga de pesadumbre, con esa joven moqueando en los portales de noticias. La angustia existencial pesa, obnubila.

Sin embargo, la cruda realidad es así. The awful truth: en el mercado capitalista de un país rentista un empresario se lava éticamente las manos y atrapa la bolsa del millón de dólares que viene a corroborar la Gran Lección Universal de los Clasificados.

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Sin embargo, ahí están los periodistas con su nombre propio, con su marca propia. Y como también dijo alguien, esta es la hora de los profesionales, no de los medios tradicionales propiamente dichos.

Roberto Giusti, Eugenio Martínez o Pedro Pablo Peñaloza. El futuro inmediato es la diversificación y enriquecimiento de los modos, instrumentos y/o plataformas a través de los cuales se comunica. Eso es a fin de cuentas lo que hace un reportero, ¿no? Comunicar.

Esa tendencia del periodista-marca parece lógica aunque encarna sus riesgos. Pero cada vez más será de este modo. Uno espera que quienes vayan a salir de El Universal, si es que finalmente salen −la venta no necesariamente lleva a una fuga masiva, pero ha sucedido en casos similares−, abran un portal de noticias o lo consoliden en grupo si cada quien tiene el suyo por su cuenta. Uno leerá allí lo que ya no leerá en El Universal.

En lo particular, quien firma esta nota pagaría anualmente por ese medio. Me suscribiría. Y promovería ese site entre mis alumnos y sus padres y/o representantes hasta la saciedad.

De ahora en adelante el periodista es su propia marca. Su nombre es su medio. Cada vez más ejercerá desde su cerebro y a través de su prestigio. Y la acción de escribir la hará desde su casa o desde un cibercafé.