Ayer jueves de 10:30 de la mañana a 12:30 del mediodía hablaron unos cuantos líderes de opinión en el Centro Cultural Chacao bajo el genérico eslogan «Ciudadanos por la Unidad». Los políticos quedaron fuera del discurso, y en realidad no hubo una voz ductora sino varias en la misma dirección, al menos en apariencia. Tácitamente, un repudio a «La salida»
Sebastián de la Nuez
Ciudadanos por la Unidad es un movimiento (¿una ONG?) creado hace varios años, entre otros, por el actor Gustavo Rodríguez, fallecido en abril de este año y a quien ayer se le rindió breve homenaje.
Fueron particularmente aplaudidos en el Centro Cultural Chacao el periodista Damian Prat y el politólogo Carlos Raúl Hernández. Pero también Marco Ruiz, del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa, y un líder que no se sabe muy bien de dónde ha salido: Ricardo Ríos. Dijo:
La unidad es un asunto de los ciudadanos.
Hernández, colaborador asiduo del diario El Universal –al menos hasta ahora−, fue quien organizó el encuentro que tuvo un elemento notorio: su variopinta heterogeneidad. Aunque, como alguien dijo al finalizar el acto, hubo demasiadas canas en el ambiente y pocas caras jóvenes. Los políticos de oficio o profesión no alcanzaron el micrófono y se limitaron a escuchar, como estaba previsto. Américo Martín estuvo sentado entre los ponentes y no abrió el pico.
La nota más bien folklórica la puso el popular Kico, en tono de arenga (“nosotros vamos a gobernar este país”, gritó en cierto momento sin especificar quién era nosotros). Por allí estaban Cristóbal Fernández Daló y el general Raúl Salazar, el primer ministro de Defensa que tuvo Chávez en el poder, que por cierto no duró mucho en funciones.
Encuentro oportuno, encuentro realizado con las mejores intenciones: la gente necesita verificar sus inquietudes, compartir sus esperanzas, verse las caras y preguntarse mutuamente qué demonios hacer dentro de las circunstancias que vive el país.
De seguidas, algunas cosas que advirtieron tres personas bien distintas, cada quien con absoluta claridad:
La profesora María Isabel Puerta Riera, de la Universidad de Carabobo, habló sobre la expresión del mensaje en términos equivocados: si la crisis venezolana es estructural, y lo es, el problema no es solo cambiar un gobierno.
La profesora aboga por incluir al otro, chavista o dudoso (entre seguir fiel al Gobierno a pesar de todo o incorporarse a la oposición). Alguien, después, habló de esa gruesa porción de la población que se ha desencantado del chavismo pero que desconfía de la oposición. A ese elector no se le conquista sin que de este lado no haya gente que se arremangue y vaya a protestar junto a los estudiantes de la Unefa, por ejemplo.
El presentador Alonso Moleiro aludió a los temas que se soslayan de la agenda pública y que son acuciantes. Por ejemplo, las mafias sindicales, la industria del secuestro, el contrabando como problema de los propios militares. Esa agenda pública la impone el Gobierno sobre sus propios intereses, y la oposición al parecer no tiene ni estrategia ni herramientas para incidir en ella.
Sergio Dahbar –invitado como representante del sector cultura− aludió al vicio de las redes sociales que ha cundido con inusitada energía en la clase media venezolana, siempre tan dada a la novedad. Dahbar no habló de vicio, pero eso es exactamente a lo que se refería: los peligros de regodearse en el teclado, haciendo oposición a través de Twitter. El problema de conformarse con ello. La gente todavía no internaliza que Twitter es un medio ombliguista.
SIN CONCLUSIONES A LA VISTA
Damian Prat, echando el cuento de lo que sucede en Sidor y Ferrominera del Orinoco, y poniendo ejemplos de cómo el chavismo ha ido perdiendo votos en Guayana, estuvo lúcido, estructurado, didáctico.
Como también lo estuvieron León Arismendi hablando del papel de los sindicatos, y Marco Ruiz, quien advirtió sobre 250 agresiones a periodistas que se han producido este año. No lo dijo expresamente, pero en la mayoría de esas agresiones ha estado involucrado el Gobierno directa o indirectamente.
Carlos Raúl Hernández cerró el encuentro con un pormenorizado recuento de los países que sí han podido sacudirse las dictaduras a fuerza de votos; construyendo mayoría, con voluntad y astucia, con política hecha en la calle.
En algún momento se pidió un grito de solidaridad para con los jóvenes encarcelados o secuestrados y/o víctimas de la barbarie oficial.
También hubo aplausos para Leopoldo López. Pero los más encendidos fueron para Capriles Radonski, también ausente.
No hay que olvidar dos cosas: una, que a los sociólogos no debe escapárseles que las ideas no se propagan por sí solas; necesitan de soldados que las lleven por aquí y por allá. La otra cosa es seguirle el discurso a Rómulo Betancourt, quien el 6 de octubre de 1959 (figura en el volumen séptimo de su Antología Política) le dijo a una multitud: “Hace un momento me detuve en un caserío de pesadilla llamado Pantoño, situado a unos pocos kilómetros de Casanay (…). Yo les pediría a los venezolanos de recursos económicos, grandes o pequeños, que de vez en cuando hicieran turismo interno en Venezuela”.
No es mal consejo, aunque coincida de manera impúdica, ahora, con el tal Cheverito. Hacer turismo en caseríos dejados de la mano de Dios para encontrarse con realidades y hacer ver a sus habitantes que no están solos en su desazón, que la tragedia nacional de 2014 es compartida y que detrás de todo, o más allá de todo, hay esperanza en la unión, a partir de la unión.
Encuentro oportuno, encuentro realizado con las mejores intenciones en Chacao. Pero falta mucho por aglutinar. Chacao no es el país, el cual incluye Pantoño.
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