El ciudadano común no puede definir al régimen chavista, o lo hace, pero por lo general le queda trunco el intento. El régimen es nominalmente escurridizo, amorfo. Parece una guabina. Pero el politólogo Luis Salamanca, quien le ha seguido el pulso durante estos quince años, une aristas, junta elementos y reflexiona: escribe un libro sobre la relación entre democracia, dictadura y autoritarismo
Sebastián de la Nuez
Luis Salamanca está consciente de cierta liviandad en el talante criollo. «Creo que en la cultura política nuestra la palabra autoritarismo no tiene casi ningún significado», dice. «Vemos los regímenes políticos en blanco y negro: o dictaduras o democracias».
De allí, probablemente, su empeño en desmenuzar los elementos del chavismo. A él no se le escapa ningún dato desde 1998 para acá. Desde las cabezas de los adecos que habrían de ser freídas en aceite −y en olor a multitudes revanchistas− hasta hoy, cuando la logocracia toma la televisión casi todos los días para contar versiones propias de dramas colectivos.
Salamanca se hace preguntas y aventura teorías luego de haber coleccionado más de veinte maneras distintas de calificar al régimen chavista. Más, mucho más de veinte. Por lo pronto, se pregunta cuáles han sido –o cuáles fueron− los objetivos del líder máximo desde el mismo comienzo: ir hacia una sociedad nueva en lo económico y en lo social.
Y para ello había que tener control máximo en esos ámbitos, político y social. Este año 2014 es muy particular en la trayectoria de la revolución pues «se ven sus efectos sociales y no sabemos si estos tipos [la elite en el poder] se han dado cuenta de que crearon un monstruo o, si una vez creado el monstruo, están dispuestos a vivir con él. O sea, a dejar esto como está y mediante captahuellas y otros sistemas controlar el consumo de la población hasta llevarla a la idea cubana de justicia. Es decir, repartir la escasez».
DESDE EL MAR DE LA FELICIDAD
¿Cómo calificar a este régimen si cuando Chávez habló del mar de la felicidad ni siquiera sabía para dónde iba? Lo que sí sabía era que estaba inspirado por Cuba. De eso no le cabe ninguna duda a Luis Salamanca, ex rector del Consejo Nacional Electoral, abogado y politólogo con doctorado en el Instituto de Estudios Políticos de la UCV. Ha sido un consecuente analista de las campañas electorales que se han dado en los últimos años; cabe destacar su ensayo «El ventajismo electoral institucionalizado» publicado en el libro Campañas electorales: ventajismo y reelección presidencial en América latina (Editorial Alfa, 2014). Maduro sigue a pies juntillas esa inspiración puesto que fue curtido en los cursos de formación ideológica en la isla caribeña.
Lo que Chávez comienza a generar en 1999, una vez toma posesión, es una dinámica autoritaria. Deroga la Constitución vigente; en ella, la del 61, no figuraba la asamblea constituyente y Chávez, sin embargo, la impuso. Logró que la Corte Suprema de Justicia −entonces se llamaba así− le otorgara una sentencia timorata. Fundamentó su solicitud de constituyente en un artículo de la Ley del Sufragio que no daba para eso pues contemplaba la figura del referendo consultivo, el cual no comporta efectos vinculantes y mucho menos para cambiar la Constitución. «Esas son palabras mayores: estás cambiando la relación del Estado con la sociedad, estableciendo nuevas reglas del poder, de la economía… Bueno, pues la impuso». La magistrada Cecilia Sosa sacó una resolución meliflua donde le dejaba el camino abierto. El no del Tribunal debió haber sido categórico: no se podía convocar a constituyente por mera vía de referendo, sino reformando primero la Constitución vigente, y eso solo se podía hacer mediante el Congreso. Ah, pero Chávez no tenía mayoría en el Congreso. Era un camino más lento.
El 25 de abril de 1999, bajo presión del apurado presidente, se llamó a referendo; el 25 de julio fue la elección de los constituyentes, violando masivamente la Constitución pues no se le hizo caso a la representación proporcional de las minorías: de allí que el chavismo sacara 126 puestos y la oposición apenas seis. Y hubo el entubamiento de votos más grande que cualquiera de la llamada cuarta república. Y el 15 de diciembre, como es bien recordado, el sí de la gente mientras el estado Vargas sufría el peor desastre de su historia.
Chávez se proponía un cambio de régimen político. Comienza a cambiar las reglas económicas, sin darse cuenta de que estaba cambiando las reglas de convivencia social. Él hablaba mediante el lenguaje eutanásico, refiriéndose a que el antiguo orden de cosas en el país tenía que morir, y fue atacando las bases económicas, y con sus 49 leyes por vía excepcional afectó a los trabajadores de la pesca y de la tierra (por ejemplo).
Chávez murió en el momento justo para deslastrarse de la responsabilidad de la tragedia y el caos que sus decisiones le están produciendo al país.
DESIGNAR HASTA EL PORTERO
Y se cerró el Congreso, que había sido electo en 1998. Le entraron a saco al Poder Judicial quitando y poniendo jueces. Manuel Quijada fue el ejecutor. Por ahí comenzó el autoritarismo. Y luego la Asamblea le regaló seis meses de ñapa a ese primer periodo. Dice Salamanca:
Son cosas que tú ves para atrás y te preguntas ¿pero Venezuela era una bodega donde el dueño puede hacer lo que quiera porque, bueno, es el dueño y se acabó? Cuando se aprueba la Constitución, entonces imponen la llamada relegitimación, que es otra cosa que… Claro, la gente metaboliza los hechos y luego los olvida.
Por entonces Chávez dio una declaración asombrosa: «Estaré cinco años, o hasta que el pueblo quiera». Después comenzaría a hablar de quedarse hasta 2021, y hablaba de eras.
Sobre la imposibilidad de definir el tipo de régimen que ha padecido el país, Salamanca dice:
No hay calificativo definitivo porque [el régimen] aún no ha llegado a un punto de implantación de un modelo definitivo. La democracia se ha reducido, la vivimos desde la precariedad; y el modelo autoritario ha avanzado muy fuertemente, aunque aún no ha logrado cristalizar como dictadura básicamente porque no se lo ha permitido la resistencia democrática.
Agrega que, pese a todo, la democracia no ha sido aplastada:
La democracia que queda, permanece en el área de la resistencia opositora. Y eso es lo que no entiende mucha gente de la derecha: esto no es una dictadura porque la gente lo ha impedido; y cada elección es una batalla entre democracia y dictadura.
La Asamblea Nacional antes era muy pareja entre Gobierno y oposición; por eso no se pudo elegir al CNE por la vía tradicional en 2003. Se necesitaban las dos terceras partes y ninguno la tenía. En ese momento había tres personas del Gobierno y dos de la oposición en el CNE (estaban, entre otros, Sobella Mejías y Ezequiel Zamora). El TSJ aplicó la omisión constitucional, disposición a partir de la cual la Sala Constitucional pasó a designar directamente a los nuevos rectores. «Designó hasta el portero», dice Salamanca. Entró Francisco Antonio Carrasquero como presidente. Por eso se perdió tiempo y se inventaron las firmas planas.
Lo cual dio lugar a que un funcionario del CNE te buscaba en el cuaderno y tú firmabas al lado. Chávez dio una demostración de descaro anticonstitucional al agarrar aquellas firmas, en televisión, y nombrar a algunas personas: aquí está Fulanito de Tal, esto es una firma plana… Una cosa increíble: un presidente metiéndose en las funciones de otro poder, que por su naturaleza es autónomo. Y el poder no hizo nada.
Además apareció por primera vez en la historia una lista negra: La Lista Tascón. Quienes habían solicitado el referendo revocatorio figuraban allí, para que el oficialismo pudiera tomar nota y ejecutara algún tipo de represalia, si venía al caso.
Para convocar el referendo de 2004 hace falta 20% de los electores; y para revocar al presidente en funciones, el mismo número de votos que sacó el revocable más uno.
Hubo tres operativos de firmas: el primero, un consultivo sobre la permanencia de Chávez en el poder, sin efecto vinculante. Entonces los opositores pasaron al revocatorio, y para ello tuvieron que realizarse tres jornadas de firmas: la primera vez, un operativo organizado por la oposición, fue rechazado de plano por el Gobierno. La segunda vez surgió el asunto de las firmas planas, y se llevaron a reparación unos cuantos millones de firmas. Y por fin, el tercer operativo fue el firmazo, que sirvió para convocar el referendo de agosto de 2004, cuando ya Chávez tenía bien aceitada su maquinaria de misiones.
A Salamanca siempre le quedó la duda sobre si en verdad Chávez ganó ese revocatorio. Sucede que el CNE jamás ha aceptado las pruebas de la oposición; igual que en los juicios penales. No da legitimidad a lo que se presenta en contra de lo que pretende el Ejecutivo. Así, se introdujo un recurso de impugnación y el CNE no le dio curso. «Luego dicen que la oposición no prueba nada… Claro, cómo lo voy a hacer si tú no me dejas probar». Y pone varios ejemplos, incluso recientes, relacionados no solo con la materia electoral sino directamente política y judicial. Para el politólogo, el Estado ya no es árbitro sino una fuerza política que se fortalece con los recursos militares, económicos e institucionales del Estado.
Chávez logra con esto, y con la mesa servida por la oposición en las parlamentarias de 2005, sumar todo el poder. «Se aferró al poder, y probó que no estaba dispuesto a que nadie lo sacara de allí. Se dispuso a crear un sistema de control que a su vez no lo pudiera controlar a él. Pero eso se fue dando, no era algo premeditado».
Por eso, Salamanca se sobrepone a la imposibilidad de ponerle nombre al régimen y en función del libro que desarrolla en estos momentos aventura: autoritarismo evolutivo.
Es decir, no ve premeditación y alevosía al principio, pero sí al pasar el tiempo, aunque es difícil establecer el momento en que el Gobierno comienza a enfilar hacia un camino de autoritarismo premeditado. «Establecer el momento no, porque no hay un antes y un después sino como una sumatoria de factores que se van uniendo».
Desde luego, la influencia de Fidel Castro es clave a partir de 2003, cuando Chávez se ve ante el revocatorio y busca lo que cree son las mejores mentes. Al mismo tiempo reconstruye su imagen en clave mítica. Salamanca rastrea raíces: en cuanto a pensamiento, lo que se dice pensamiento estructurado, no en él hay ningún tipo de marxismo en los orígenes. Es simplemente antidemocrático completo; además, militarista.
Salamanca recuerde la tarde de los exprópiese en el centro de Caracas, andando Chávez en caminata, transmisión directa, junto al alcalde Jorge Rodríguez. Era su ego autoritario exhibiéndose en plena euforia. Le gustaban esos alardes, y dar órdenes al Poder Judicial como en el caso de la juez Affiuni. Le pidió treinta años y los tribunales fueron directos a por ella.
Lo de las misiones también le permitió darse cuenta de que manipulando el lenguaje podía lograr impactos emocionales; las políticas sociales ya no serían tales sino misiones, con sus connotaciones de acción rápida y eficaz más cierta evocación religiosa. Desarrolla un mensaje sensiblero, emotivo. Y viene todo el manejo de los medios de comunicación. Al principio el CNE le cerró dos programas, el Aló Presidente que al principio era solo radio y otro, más una multa. El contralor Roche Lander le abrió un expediente administrativo. Aun cuando fuera solo por el periodo electoral, aun cuando el expediente no llegara a ninguna parte, prueba que todavía en 1999 los poderes intentaban controlarlo.
SARTA DE MENTIRAS
Salamanca dice que la entrevista de Ignacio Ramonet a Chávez –un enorme tomo de más de 600 páginas publicado luego de su fallecimiento, el año pasado− es muy fluida y que está llena de mentiras. Le gustaría preguntarle a un psicólogo evolutivo cómo se forma el pensamiento político en el niño, «porque este señor [Chávez] dice que conoció, allá en el monte de Sabaneta donde vivía, con calles de tierra y techos de paja, la Teología de la Liberación… Un carajito de esa edad no está pendiente de esa vaina».
El árbol de las tres raíces autoritarias, parafraseando al propio Chávez, son: el pretorianismo, que Salamanca achaca a la vocación militar (pero «no por ser militar eres autoritario; es una institución autoritaria pero no quiere decir por eso que debas ser antidemocrático y un ejemplo es Medina Angarita, que permitió la dinámica democrática y que la ideología comunista circulara por fin libremente en Venezuela»). Pero en Chávez sí se conjugaron militarismo y antidemocracia. Salamanca asocia chavismo y ultraizquierda:
A Chávez y a los suyos se les llama la izquierda. No. Son la ultraizquierda, lo que llamábamos, en los 70 y 80, la ultra.
Y agrega:
A la ultra lo que le encantaba era sacar panfletos y tirar piedras; sus militantes querían tomar el poder por las armas. El MAS es el primer partido de la izquierda democrática en Venezuela, y hasta ese momento el PCV iba a elecciones pero mantenía por debajo la idea de tomar el poder por las armas. De hecho, a Betancourt le dieron varios golpes en los sesenta.
Luego viene una consulta de reforma constitucional en 2007. Chávez la pierde y descalifica la victoria de la oposición, llamándola «victoria de mierda». La acepta pero después desconoce sus efectos pues la propia Constitución prohíbe volver a consultar sobre una misma materia en el mismo periodo; segundo, no se puede intentar por una ley (vía ordinaria) lo que no pudiste imponer por vía constitucional.
De ambas cosas se burló y en 2009 mandó a convocar otra consulta para lograr una enmienda en una materia sobre la cual ya se había pronunciado el pueblo, la elección indefinida. El sistema institucional se lo acepta: se revela que ya está totalmente controlado.
A partir de allí comenzó a desarrollar toda la legislación sobre el Estado comunal, y por vía ordinaria fueron introducidas figuras que no tienen base constitucional: las milicias, las bases del Estado comunal, las comunas como un espacio socialista (cuando la Constitución identifica al modelo venezolano como de economía mixta); y ahora las vicepresidencias.
MANIPULACIÓN SIMBÓLICA
Salamanca se halla en mitad de un libro en el cual apuesta su experiencia y su talento intuitivo: «¿Sabes a qué conclusión aspiraría llegar?», pregunta. «Digo que no hay una situación cristalizada; o sea, el modelo político chavista sigue siendo contestado por la oposición; sigue siendo rechazado, y en cada elección se juega un poco la continuación o no de ese modelo. Ahora bien, la llegada de Maduro [significa que] el chavismo no cuenta ni con su líder ni con la misma plata».
Hace un recuento del Chávez que conspira, coquetea con La Causa R, escucha lo que le dice Douglas Bravo pero se deja guiar más bien por Luis Miquilena y José Vicente Rangel. «Ya en la campaña mostró que era un tipo impredecible, y que de él podía esperarse cualquier cosa… Lo de freír las cabezas de los adecos en aceite, por ejemplo. El tipo no pone en el 99 [en la Constitución] lo del Estado socialista y acepta más bien el Estado de libre competencia, con empresas mixtas. Creo que no tenía claro todavía el modelo económico que buscaba».
En el poder el líder crece como persona, el capital político lo acumula él; con su victoria la democracia deja de funcionar en términos de partidos y pasa a referirse a la persona: gira en torno a una figura. Chávez pasa a ser en la política venezolana «el que corta el bacalao». Lo mismo se decía de Gómez. De modo que el culto a la personalidad va creciendo: es el hombre que se restea con los pobres.
Si a eso agregas que de vez en cuando le haces llegar al pueblo unos peroles, crece tu imagen como redentor (…). Yo no creo que haya una religión política sino una manipulación de la religión con fines políticos. Hay un manejo mítico de una leyenda, puedes estirarlo hasta el Chávez Nuestro… Por cierto, es una cosa vieja porque eso se lo enviaron a él cuando estaba en la cárcel. Solo que ahorita le hicieron unos cambios a las oraciones, poniendo cosas más actualizadas. Eso está en un libro de un periodista cubano.
En suma, mientras progresa en su trabajo, Salamanca ve aquí y allá la tremenda armazón de un mito creciendo gracias a una manipulación simbólica y emocional. Lo obvio era aprovechar todo eso para perpetuarse en el poder:
Chávez es milenarista, su sociedad perfecta vendría al cabo de mil años o algo así.
Si la reforma constitucional hubiese sido aprobada en 2007, hubiera tenido desde entonces el control absoluto de la sociedad venezolana. Desde su oficina. Porque la personalidad política de la comuna la da él, o el Ejecutivo a través de un ministro.
Salamanca agrega otro elemento: ¿sabe usted lo que es una logocracia? Pues una término de nuevo cuño con el cual los especialistas designan aquellos regímenes políticos que hacen uso de la palabra para crear una verdad particular, su verdad. ¿Suena esto a Nicolás Maduro un martes en la tarde, un domingo a cualquier hora, a través de VTV o en cadena?
Por último: sí, al parecer la casa de Salamanca está llena de periódicos viejos y nuevos, de donde continuamente toma datos para su trabajo y revisa o compara hechos. Es un insumo básico, el papel periódico al viejo estilo.
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