5 preguntas banales sobre «Relatos salvajes»

 DARIN

La película argentina que levantó aplausos en el último Festival de Cannes ha sido estrenada en Caracas con notable éxito de público. La verdad: encanta a los caraqueños, y quizás la fascinación no sea gratuita

Sebastián de la Nuez

Una pregunta: ¿por qué Damián Szifrón le puso «Pasternak» al piloto resentido, en el primer capítulo de Relatos salvajes? Uno conoce al poeta y escritor ruso Boris Pasternak sobre todo por Doctor Zhivago, novela publicada por primera vez en Italia en 1957 y que luego fue llevada al cine por David Lean, con Omar Shariff y Geraldine Chaplin.

Hummmmm… Eso lleva a otra pregunta: ¿cuáles serán las influencias profundas de este caballero argentino? Digo, además de Quentin Tarantino.

Una tercera: ¿qué otras películas de cuentos enlazados alrededor de un tema recuerda usted? Cuentos inmorales (Valerian Borowczyk, 1974), un clásico; 11’09”01 (2002), mosaico sobre el 11 de septiembre según once directores de diferentes países; las películas de Rodrigo García Barcha, desde luego. El hijo de García Márquez se ha especializado, por lo que parece. En especial destaca Cosas que diría con solo mirarla (Things you can tell just by looking at her, 2000). También hay una película de un grupo de gente esperando a las puertas del infierno; cada uno de ellos cuenta su historia y al final el espectador concluye que el grupete se lo tiene bien merecido.

En Cosas que diría… Rodrigo García escarba en los conflictos de varias mujeres: una doctora sueña con intimar con un hombre nuevo. Una solitaria detective de la policía busca pistas sobre una tragedia junto a su hermana ciega. Una madre soltera se siente profundamente atraída por un nuevo y diferente vecino. Una directora de banco descubre que está embarazada después de una historia con un hombre casado, mientras una pareja lucha contra una enfermedad irreversible y vuelve sobre los pasos de su amor.

¿Es Relatos salvajes una película coral? No, no lo es. No debemos confundir a la platea. Relatos salvajes es, ante todo, una comedia negra, a veces negrísima, con seis cuentos independientes entre sí. Pero no deja de tener elementos dramáticos (que por lo general uno detecta cuando algunas personas en el público se ríen estúpidamente).

La definición de película coral según esa Enciclopedia Británica en permanente mutación que es la Wikipedia suena bastante acertada: «es un término que se utiliza para definir un tipo de cine en el que se presentan varias historias y personajes cuya conexión tiene lugar en el clímax de la obra». Y señala una película epítome del género: Vidas cruzadas (Shortcuts, 1993), del director Robert Altman. Uno puede definirlas, pues, desde el entrelazamiento de personajes y tramas. Un film coral no es Historias de Nueva York pero sí lo es Crash (Paul Haggis, 2004) o Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994).

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Una quinta pregunta: ¿por qué tiene esta cinta tanto éxito en Caracas, actualmente?

Porque es Caracas. Es el país. Ese avión en el que viajan todos quienes han tenido relación con el resentido Pasternak, atrapados, con destino incierto pero a toda máquina… En esa cabina presurizada se huele la claustrofobia. Es el propio lugar de la desesperación. ¿No es Venezuela? ¿Pasternak no es el comandante sembrado, que no está pero se siente?

Recuerden: son preguntas banales.

Relatos-Salvajes-1

El primer episodio, el de Pasternak, es el más corto del film: los pasajeros del avión se van dando cuenta, primero de manera casual, que están en manos de un enemigo. El encierro será inexorable. Todos se han ganado el boleto en un sorteo, o se los ofreció una línea fantasma a precio de gallina flaca, o la generosa empresa para la cual trabajan se los ha regalado. El asunto, la verdad, hubiese levantado sospechas a cualquiera con dos dedos de frente. Pero ya se sabe cómo el ser humano muerde fácilmente los anzuelos.

Paulatinamente insurge la verdad: todos están ligados o han tenido algo que ver en la vida de aquel aspirante a músico fracasado, un mediocre donde los haya. De hecho, su leit motiv en la vida ha sido fracasar al parecer en todo menos en convertirse en piloto profesional.

El actor Ricardo Darín lo hace estupendamente en el episodio del ingeniero sometido a la burocracia sorda ante el ciudadano. Ha dicho, y esto lo puede usted encontrar en Youtube, que lamentablemente la temática de la película es universal.

¿Y cuál es la temática? De manera general la violencia, la venganza, el resentimiento y la humillación del hombre por el hombre.

En su episodio, el del ciudadano progresivamente quebrado, soliviantado, cercado, por un Estado y una burocracia sordos al reclamo, la sensación de no hay salida resulta muy evidente. La burocracia no atiende particularidades ni explicaciones. Es una sensación claustrofóbica… también.

Es claustrofobia lo que enerva al ingeniero personificado por Darín, una claustrofobia ni más azarosa ni menos terrible que la que sufren los pasajeros del avión comandado por Pasternak. Darín lo dice con una cruda simpleza en la entrevista de Youtube: habla de sensación térmica, «para decirlo de una manera amable». Acto seguido afirma que ese tipo de cosas, lo que le sucede a su personaje, está ocurriendo en todas partes. Y agrega:

Por acumulación no me hace sentir mejor que el foco [de la película] esté puesto en lo universal y no en lo argentino. Es una sensación de encierro: no tenés a dónde ir. Por otra parte yo soy de los que cree que no hay a dónde ir… Si tenés problemas te los llevás a donde vayas.

Así que ya lo saben las decenas de miles de emigrantes que huyen de Venezuela, y no sin razón: si tenés problemas, te los llevás a donde vayas.

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Un epílogo: el viernes 3 de octubre en la mañana, en la autopista Francisco Fajardo rumbo a Caricuao, antes del puente de Los Leones, mucho antes, a las 8:30 am se paralizó absolutamente el tráfico. Todo el mundo varado en la autopista como en el cuento de Cortázar. Alguien dijo que los motorizados tenían una protesta en La India y que no dejaban pasar a nadie. Yo me preguntaba qué tenía que ver La India con la autopista. En cierto momento, los carros comenzaron a dar la vuelta. ¡A dar la vuelta en una autopista atiborrada por donde seguían pasando a toda velocidad, entre las filas de vehículos, los motorizados! (Como se sabe, los motorizados en Caracas no se detienen ante nada: solo al estrellarse y matarse).

Me di cuenta de que los autos que lograban voltearse −una vez que el primero logró hacerlo, del lado del hombrillo, despejó unos metros para que otros pudieran seguirlo− eran sobre todo camionetas de alto octanaje. Una Jeep retrocedía por el propio carril de las motos, el conductor estaba tan desesperado que ni siquiera intentó dar la vuelta. Pasó a milímetros de mi Honda. El señor que conducía la Four Runner parada delante de mí se bajó para explicarme que la turba de motorizados jamás iba a destrancar la autopista. ¿Cómo lo sabía?

No sé cuál habrá sido el destino de aquellos automóviles yendo en dirección contraria por la autopista, cómo se las habrán arreglado con las motos y con otros miles de carros que llenaban aquel infierno. Yo seguí adelante.

No era para tanto. Los motorizados apostados en La India –o donde quiera que estuviesen− decidieron disgregarse. O sea, decidieron perdonarles la vida a los demás ciudadanos, solo por esta vez.

Este hubiese sido el séptimo relato para completar debidamente la película de Damián Szifrón.