«Vengo de ese barrio y en ese barrio me quedo»

PINTOR RUIZ

Abraham Ruiz es un artista barloventeño signado en parte por la tragedia. La tierra del oriente venezolano está en la esencia de la exposición Barlovento es cacao y arte inaugurada en octubre en la UCAB. En esa oportunidad, una estudiante del Noveno Semestre de Periodismo entrevistó a Ruiz. Este es el resultado

 

Gabriela López Escalante

El bastón en su mano señala el camino a las pisadas fuertes pero pausadas de sus sandalias marrones de cuero, un calzado que evoca paisajes fuera del territorio capital. La tez de su piel combina con su pasión: el cacao de su pueblo. Su voz temblorosa, lejos de ser producto de los nervios, enuncia el hablar de quien ha superado un accidente cerebrovascular y ha depositado su fe en un pincel. Abraham Ruiz Urbina es —a sus 58 años— sobreviviente, pintor y barloventeño.

Es originario de El Clavo, en el estado Miranda. Luego de desempeñarse en la mecánica industrial, a sus 45 años cambió su rumbo para estudiar dibujo y pintura en la escuela de artes visuales Unión Guatireña de Artistas Plásticos (Ugap), un ardor latente que se había iniciado a sus cuatro años en dibujos sobre su papá y su mamá, pero que hoy consolida como forma de vida.

¿Cómo se da el impulso de su camino en la pintura?

—Cuando me dio el ACV ya tenía cuatro años en un colegio de dibujo y pintura. Mi tiempo en silla de ruedas me sirvió para eso: para la pintura. Porque la pintura en sí, se aprende poniéndose a pintar.

¿Fue una suerte de terapia?

—Lo pongo así: al pintar se me olvidaba que estaba en silla de ruedas. Fue una terapia muy buena.

¿Qué representa la exposición?

—Representa la identidad de la región barloventeña. A la vez que la mayoría de los cuadros son sobre el cacao, también da a entender que Barlovento no solo es cacao sino también arte. Hay otro tipo de pinturas: paisajes, desnudos.

¿Cómo llega la inspiración sobre Barlovento?

—Yo diría que la inspiración ya estaba. Me siento muy orgulloso de haber nacido ahí y de haber vivido ahí; siempre he estado enamorado de eso. Yo estuve en la marina de guerra, viajé y conocí; luego estudié en España mecánica industrial y ninguna de esas cosas que llegué a ver hicieron que cambiara mi forma de ser. Vengo de ese barrio y en ese barrio me quedo.

¿Cuál es su pieza favorita?

—Una especie de bodegón en el que están todos los utensilios antiguos con los que se elaboraba el chocolate. Me llama mucho la atención lo antiguo que son todos esos materiales y lo colorido del cuadro.

¿Dónde prefiere crear su arte?

— En mi casa, ese es el paraíso.

¿Ha cambiado Barlovento?

—En mi pueblo y los caseríos adyacentes yo veía mucha miseria. Nadie estudiaba. Para el día de hoy, el impacto es grande. La gente estudia y se gradúa. Por ejemplo, cuando tuve el ACV y nos regresamos a Barlovento, mi esposa comenzó a estudiar Derecho, algo que en aquellos entonces no hubiera logrado.

¿Cómo conoció a su esposa?

—Somos del mismo pueblo y cuando estábamos pequeños, con un compadre mío hacíamos que ella y su hermana corrieran, porque yo le decía: «Mira, Remo, esta va a ser tu novia y la mía va a ser esta» [risas]. Como dicen, la palabra tiene poder, pero al menos la mía se cumplió.

¿Cuánto tiempo han estado casados?

—Tenemos 30 años; pero somos novios, somos muy amigos. Desde que me enfermé, ha demostrado no solo ser mi esposa… ¡Una cosa sublime! Se parece a Jesús: cargó con mi enfermedad. Yo le digo: «Déjame quieto vale, ¡destétame! Ya yo ando» [risas].

¿Tienen hijos?

—Sí. Bueno, a uno lo mataron. Estudiaba ingeniería y lo mataron para robarle el carro. A él le faltaba un semestre para graduarse de ingeniero en mantenimiento mecánico. Está la hembra, que ya se graduó de Administración de Empresas.

¿Hace cuánto ocurrió?

—Hace dos años… El 4 de septiembre.

¿Afectó su ambiente como artista?

—Oye, a mi hijo lo amo. Pero sin querer he aprendido cosas. Hay que quitarse al tiempo la lágrima que está en el ojo para poder seguir viendo lo que está adelante. De la muerte no hay marcha atrás; de ahí en adelante que se encargue Dios. Yo no soy el hombre que se va a quedar en lamentaciones. Él murió y yo me ponía a pintar; era un escape. Con él en la mente seguía adelante, no me quedaba.

—¿Tiene una filosofía de vida?

—Sembrar el bien. Lo que tú siembras, eso recoges.

¿Qué lo motiva diariamente?

—El ser humano: su inquietud, su vivencia, su creación, su inteligencia.

Barlovento en una palabra.

—El cariño de su gente.

El tambor culo e’ puya, típico del ambiente de El Clavo, sigue armonizando la sala en el edificio Cincuentenario en donde se exhiben las piezas de Abraham Ruiz, un espacio que encuentra muy distinto a la casa de bahareque, tejas y piso de tierra en la que dio sus primeros pasos. Hoy su camino lleno de arte se conjuga con sus sueños de innovación, de continuar con la pintura, de retomar la mecánica industrial y de hacer de su pueblo, su herencia.