Emilio Lovera piensa detenidamente las palabras que usa para expresarse. Su voz es sobria y pausada; no dice ni un poco más, ni un poco menos, solo lo necesario. Un empaque serio —quizás demasiado— para quien encontró en la comedia una forma de hacerle frente a una infancia carente de cariño
Norkis Arias
Ocasionalmente una camisa azul, bermudas de cuadros y crocs pueden componer la vestimenta cómoda e informal con que Emilio Lovera recibe a sus invitados en su quinta de la urbanización Las Palmas. Inicialmente sería solo su oficina, pero se vio obligado a transformarla en su hogar, debido a la inseguridad que invadió la avenida Libertador donde vivía alquilado.
Aunque la misma estructura alberga lo laboral y lo personal, los espacios están separados por pisos diferentes. Lovera disfruta viajar por carretera porque le gustan la naturaleza, los paisajes del camino. Su casa se encuentra rodeada de árboles y puede contemplar el teleférico desde la terraza. Allí, sentado en compañía de Apolo y Bruno —los perros que ha rescatado, cuyos ojos tienen el mismo tono de los de su dueño—, comenta que las personas descubren a qué se quieren dedicar en el entorno escolar. «Yo no tenía ninguna afición por nada pero sí me encantaba que la gente se riera y que yo pudiera producir risa. Eso me hacía interesante», expresa con una leve sonrisa de orgullo.
Los genios producen» es una frase que le gusta y a su vez le sirve para medir el talento. Si se aplicara para él mismo, son varias las producciones en televisión, radio y teatro que ha desarrollado. Una lista sin fin. Aun cuando, según su frase, puede definirse como un genio, confiesa: «Logré ser pionero en muchas cosas y en otras logré ser del montón.
Uno más del montón o no, no hay butaca vacía en las salas de teatro cuando lleva a cabo cualquiera de sus presentaciones. Actualmente está a la espera de continuar la gira internacional Emilio desatinado, un show de humor musical —donde se asoma la reflexión política sobre la situación del país— con el cual ya ha recorrido parte de Estados Unidos.
INFANCIA SIN SONRISA
Nada inmuta el tono neutral en la voz de Emilio Lovera, pero su cuerpo manifiesta intranquilidad cuando habla de su niñez. Inconscientemente, mueve las rodillas de adentro hacia afuera de forma repetida y rápida. Cuando tenía cuatro años de edad, él y su hermana pasaron a vivir con su padre luego de que la madre falleciera en un accidente. Con seguridad afirma que su padre asumió la responsabilidad de su cuidado por obligación, por evitar las malas lenguas y no por un sentimiento de cariño verdadero.
Estar obligado a vivir en las cuatro paredes de su habitación, sin permiso para salir a recrearse y recibiendo una respuesta negativa ante cualquier actividad en la que deseara incursionar definitivamente no era normal. Pero como el hombre es un ser de costumbres, pensaba que ese trato era usual. «Uno nace en un entorno y cree que ese entorno es lo real, lo que está políticamente correcto, hasta que te comparas con los demás y te das cuenta que había muchas carencias».
Le tomó 17 años darse cuenta que no era un trato común de un padre hacia un hijo y decidió irse de su casa.
«La estabilidad me la he dado yo mismo con la constancia y el trabajo», dice convencido luego de haber vivido en la calle por 21 días, resolviendo la noche entre casas de amistades y cualquier carro que no tuviera seguro. Parece que los colores son transitorios en su vida. Como si fuera un reflejo de su niñez, por muchos años su color favorito fue el gris. Ahora que las cosas marchan mejor le gustan el color verde y el naranja.
No se apena al admitir que su pasado aún ronda su presente. «Todavía me cuesta un poquito relacionarme, expresar los sentimientos. Son cosas que se van superando y mejorando, pero que cuando son adquiridas a tan temprana edad siempre están latentes», dice repitiendo el movimiento inquieto de rodillas.
BUSCANDO EL CHISTE
Ser cómico con las personas que lo rodeaban siempre fue un escape a la realidad que vivía en su hogar. «Me hacía importante, interesante, aceptable para la gente. A mí me aceptaban por el bienestar que generaba la risa que les provocaba». Por eso el reconocimiento actual por causar risa es lo que Emilio Lovera más aprecia de su profesión.
Sin embargo, en tiempos tan sensibles y en un país tan polarizado como Venezuela, donde hasta lo más banal confluye en la política, debe cuidarse de hacer comentarios que no hieran a nadie. Piensa: «Uno se puede reír de todo, siempre y cuando haya pasado el suficiente tiempo como para que el dolor sane en caso de una desgracia». Por eso siempre está a la búsqueda de situaciones cómicas, toma nota de ellas y las deja reposar para desarrollar las ideas.
UN LEGADO DE VALORACIÓN
Se convirtió en un personaje público y referencial gracias a su trabajo en Radio Rochela, el programa humorístico de mayor trayectoria en la televisión venezolana transmitido por RCTV. Sin embargo, renunció al canal antes de que este saliera del aire porque la dirección del Departamento de Humor fue asumida por el director de dramáticos. No estuvo de acuerdo con la nueva estética del programa ni con las exigencias que le hacían al elenco. «Ahora importaba ser flaco y bello, cuando allí todos éramos feos».
Su salida del programa no significó un fracaso ni para él, ni para Radio Rochela. Ser el hombre de las mil voces fue provechoso para caracterizar a todos los personajes en Isla presidencial, la serie animada en la cual varios mandatarios latinoamericanos luchan por sobrevivir en una isla desierta (se consigue en Internet). Piensa que esta habilidad lo ha destacado en el ámbito artístico y no tiene problemas para definir exactamente lo que hace ante cualquiera que se lo pregunte, lo cual supone una ventaja ante otros artistas.
En la terraza de su casa se encuentra rodeado de colegas. En cada cuelgan afiches de Chaplin, Cantinflas y Los Tres Chiflados. Considera que su trabajo ha permitido que en Venezuela vean al humorista como un artista, como una persona que puede prestar un servicio y tener convocatoria.
A Venezuela le puedo dejar un orden de trabajo para los humoristas. Cuando yo empecé los humoristas esperaban en la puerta del negocio antes de entrar a trabajar. Yo creo que les dejé ahora un camerino con un refrigerio. Antes trabajaban con los desechos de las telenovelas, ahora hay un presupuesto.
Ese aporte no lo logró exclusivamente él, sino toda la generación de Radio Rochela y otros colegas que trabajaban en programas como Cheverísimo y Bienvenidos, quienes le agregaron valor a la representación humorística en un país donde lo importante siempre fue la telenovela.
NUEVOS PROYECTOS, POCOS ESPACIOS
Hacer una película realmente cómica es uno de los proyectos que quiere emprender el próximo año, pero puede que esa idea se quede estancada en el verbo querer, totalmente opuesto a hacer. No se trata de falta de convicción, sino de falta de espacios para el entretenimiento humorístico que, según opina, son eliminados paulatinamente por el Estado luego de haberse presentado en el evento de apoyo de los artistas a Henrique Capriles, cuando este era candidato presidencial.
A todos los artistas que estuvimos ahí nos afectó eso. Es extraño que el hampa se haya ensañado con ese grupo. Es extraño que el Seniat, disculpen la redundancia, se haya ensañado y nos haya nombrado a todos, nos haya investigado a todos. Esa es la forma de trabajar de esa gente.
El arrepentimiento no cala en él por haber participado en la presentación: fue una manera de “educar mediante el humor” sobre la estructura de clases en la Colonia y las distintas formas de gobierno que existen. Pero lamenta que hayan sacado del aire su programa Misión Emilio —transmitido por Televen— porque extraña de la televisión el poder discutir las situaciones, los personajes, las ideas. «Me gustaba que se produjera risa espontánea al momento de la grabación, esa risa contagiosa», rememora con nostalgia.
Con mesura en su manera de hablar, estilo de caminar y hasta en la forma de mirar, Emilio Lovera continúa su rutina diaria. Aunque ningún día se parece al anterior, conserva una constante: la búsqueda de situaciones graciosas que pueda proyectar.
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