Mañana se cumplen 32 años de la Tragedia de Tacoa, en Arrecifes (Estado Vargas). En ella murieron casi 200 venezolanos, sobre todo habitantes de la zona, bomberos y periodistas. Dos alumnos de hoy buscan en las páginas de El Diario de Caracas las incidencias de su cobertura
Alejandro Armas / Luis Vílchez
Venezuela en 1982. Aunque el país era uno de los pocos en Latinoamérica que no estaba entonces subyugado bajo alguna bota militar, las primeras grietas del sistema puntofijista estaban latentes. Pero de eso poco se hablaba. La ilusión de eterna prosperidad imperaba en la mayoría de sus habitantes, ebrios de la bonanza petrolera de la década anterior.
Podía decirse aún que Venezuela era un país con pocas tragedias humanitarias. Es más, la expresión misma debía ser ajena al habla cotidiana. Pero el 19 de diciembre de ese año, el país vivió una tragedia humanitaria, cuyas dimensiones lo debieron conmocionar de una manera no vista desde el terremoto que sacudió Caracas tres lustros antes. Se trata de la tragedia de Tacoa: dos explosiones de tanques de combustible en la planta de generación eléctrica “Ricardo Zuloaga”, en aquella localidad del actual estado Vargas, dejaron un saldo de alrededor de 160 muertos.
La primera explosión ocurrió en el alba, y fue la menos grave. Fallecieron dos trabajadores de la planta, propiedad de La Electricidad de Caracas, entonces una empresa privada. El incendio despertó las alarmas y acudieron bomberos, policías, guardias nacionales, expertos de las petroleras estatales y periodistas al sitio. Todos estaban ahí cuando al mediodía se produjo una segunda explosión, mucho más devastadora. Arrasó con la zona residencial vecina, habitada por familias humildes.
Fue una hecatombe para el gremio reporteril. Un equipo completo de Venezolana de Televisión sucumbió, incluyendo a la periodista Mariadela Russa, quien se acababa de reincorporar a sus labores tras dar a luz a una niña que quedó huérfana de madre. También murió Carlos Moros, que trabajaba en la fuente cultural de El Universal. Era domingo y época de fiestas. Pocos periodistas estaban de guardia en sus respectivas salas de redacción. Aunque no cubrieran sucesos, les tocó ir a Tacoa.
Ese fue el caso de Moros y de alguien que tuvo un poco más de suerte: Alejandro Kirk. Él trabajaba para El Diario de Caracas, un periódico mucho más joven, apenas con 3 años de circulación. ¿Llegó algo rezagado? ¿Intuyó que aún no todo estaba bien? Enrique Rondón, entonces jefe de redacción del diario, cree que la falta de conocimientos de Kirk en periodismo de sucesos fue lo que lo mantuvo alejado del sitio de la segunda explosión.
El hecho es que Kirk, hoy radicado en Argentina, sobrevivió, y gracias a eso, El Diario de Caracas pudo presentar al día siguiente un número cargado probablemente con más información sobre la tragedia que ningún otro periódico. Le dedicó a la catástrofe siete páginas, incluyendo primera plana, contraportada y editorial. El texto de Kirk abunda en detalles descriptivos. Comparó los ríos de aceite hirviendo con la lava del Vesubio, porque dejaban cadáveres calcinados como los de Pompeya. La zona estaba restringida para civiles, pero Kirk escribió con desparpajo cómo burló la vigilancia para llegar hasta las casas destruidas, lo que le permitió hacer sus propios cálculos sobre la mortandad del hecho mucho antes de que las autoridades siquiera sugirieran una cifra.
“El Diario de Caracas más que un empleador era un estilo de vida. Todos nosotros éramos jóvenes y muy imprudentes. Nos gustaba la aventura. Hacíamos cosas que de ninguna manera haríamos ahora. No me cabe la menor duda de que Alejandro se habrá saltado una que otra barrera para meterse ahí”, dijo Rondón.
Acompañaba a Kirk el fotógrafo José Luis Lorenzo, uno de tantos periodistas que llegaron a Venezuela en los años setenta huyendo de las dictaduras militares del Cono Sur (como también lo hizo el primer director del diario, Tomás Eloy Martínez). Su cámara captó las imágenes de heridos y de columnas de llamas que demostraban que Kirk no estaba exagerando el horror. Varios de sus conocidos creen que Lorenzo volvió hace tiempo a su natal Uruguay. Su colega Ángel Echeverría, que también penetró la línea de fuego y tomó cientos de fotos para el diario 2001, recuerda haberlo visto ese día en el sitio. Su testimonio corroboró lo que las fotografías de Lorenzo y las palabras de Kirk cuentan. “Eso parecía una película de terror. Los ríos de aceite hirviendo a veces nos tenían casi rodeados y teníamos que echarnos al mar para evitarlos. Podías ver a los bomberos cargando camillas con hasta cuatro cuerpos quemados. Vi una mano que se movía entre una pila de cadáveres. Era como estar ante muertos vivientes”, contó.
Al día siguiente, continuó el incendio. Esta vez El Diario de Caracas consagró nueve páginas al incidente, más que en ninguna otra jornada. La información incluía reacciones de pesar oficiales, la llegada de expertos norteamericanos para ayudar y una cronología de otros sucesos que enlutaron al país entero antes. De nuevo la tragedia protagoniza el editorial, la portada y el reverso.
Los editoriales lamentaban desgarradoramente las muertes, sobre todo entre los bomberos y los mismos periodistas. También elevaban gritos en rechazo a los hechos y furiosos reclamos para que se estudiara el tema con miras a determinar responsabilidades.
En los días siguientes, el periódico siguió enfatizando la tragedia con varias páginas. Aparece en primera plana hasta el 23 de diciembre. Un día antes se incluyó la presencia del presidente Luis Herrera Campíns en los funerales de las víctimas, así como su petición de que se investigue el suceso.
Y es precisamente hacia la investigación que se encamina el foco noticioso, durante enero de 1983. En un principio, La Electricidad de Caracas insistió ante la comisión investigadora que la segunda explosión fue producto de la impericia de los bomberos, sustentándose en algunas de las fotos tomadas por Echeverría. Ellos se defendieron y argumentaron que la compañía tenía fallas de seguridad. Se sugirió que el estallido fue producto de un fenómeno conocido como boilover: en los tanques de aceite había además agua, que se calentaba hasta formar vapores extremadamente calientes. Junto al combustible, esos gases habrían formado el cóctel explosivo. Esto se debería a falta de mantenimiento en el sistema. El 6 de enero la comisión exoneró de culpa a los bomberos, y una fuente anónima informó a El Diario de Caracas que entre sus miembros reinaba la indignación por el intento de responsabilizarlos. Todas estas etapas de la investigación aparecieron en la contraportada de los números correspondientes del diario.
Rondón dijo que varios años más tarde encontró por casualidad entre los archivos de un abogado de La Electricidad de Caracas un documento con instrucciones para librar a la compañía de responsabilidades y ventilar la culpa hacia los bomberos. A pesar de las advertencias hechas por el jurista de exigir una retractación si se publicaba el hallazgo, apareció en el periódico. “Le dije que contaba con unas pruebas que en realidad no tenía. Él no insistió”, relató Rondón. Aunque al final la investigación no pudo determinar un culpable indiscutible, y la compañía salió prácticamente sin sanciones ni obligaciones legales de compensar a las víctimas, Rondón no cree que el Gobierno de entonces haya ayudado en el encubrimiento.
La última vez que El Diario de Caracas trató el tema fue el 19 de febrero, con una nota de Kirk que señaló a policías dispuestos frente a la inspección de uno de los tanques destruidos para evitar que los periodistas observaran.
Un día antes fue el Viernes Negro. El país interrumpió repentinamente su largo sueño dorado de prosperidad. La tragedia de Tacoa fue como un preludio de eso, una perturbación menor en medio del letargo. Resulta algo tristemente irónico que, aunque en Tacoa haya habido montones de víctimas fatales, haya sido el fallecimiento del dólar a Bs 4,30 lo que haya sacudido al país hasta despertarlo. Luego vendrían pesadillas: inflación descontrolada hasta el sol de hoy, corrupción implacable, el Caracazo, los golpes de Estado de 1992, la violencia (tanto política como a manos del hampa común) de la era Chávez, etc.
Cabe contrastar la cobertura que hiciera El Diario de Caracas de la tragedia de Tacoa con el panorama mediático en torno a la explosión que en 2012 dejó decenas de muertos en la refinería de Amuay. Mientras en el primer caso se pudo recurrir a una multiplicidad de fuentes con información decisiva −independientes del gran poder fáctico interesado en protegerse de culpas−, en el segundo caso ese poder ha venido censurando todas las voces que desafían su propia versión. Pero esa Venezuela de antaño quedó atrás, y con ella murió El Diario de Caracas, que cerró sus puertas en 1995.
Muy interesante. Estupendo enfoque y aguda reflexión.
Estimados Alejandro y Luis
Me topé con esta crónica por casualidad, que me gustó y lei con mucho interés, tal vez algo narcisista. Puede que sea útil agregar lo que sigue.
Enrique Rondón no yerra cuando dice que yo no tenía experiencia en sucesos (ni en sucesos ni en casi nada), pero la verdad es que llegamos tarde a Tacoa -y salvamos nuestras vidas- por causa de un chofer de El Diario de Caracas llamado Cartaya, que era tan querido como odiado: solía «encaletarse» cuando había que salir a trabajar, especialmente los fines de semana. Lo busqué a gritos esa mañana por más de media hora -dijo que estaba desayunando- y cuando íbamos llegando a Tacoa vimos la explosión que mató a nuestros colegas y a tanta gente más. Nos quedamos perplejos. La Guardia nos impidió el paso, y con José Luis Lorenzo nos quedamos mirando el uno al otro. Algo estaba clarísmo: volver a Caracas sin la nota y dando explicaciones pendejas no estaba en el horizonte. Estresado, vi cerro abajo unos botes meciéndose apaciblemente en una bahía turquesa, como en otro mundo, y le digo a Lorenzo «bajemos allá». Y bajamos. Comencé a desamarrar un bote con remos, cuando aparecieron dos bomberos, que se sumaron. Nos fuimos remando los cerca de 500 metros, hasta llegar al infierno. Calor y olor de muerte. Mecánicamente, en una libreta fui haciendo quintetas con los cadáveres que veía, la mayoría en la posición en que estaban cuando bajó la ola de fuego. En algunas casas el desayuno estaba servido e intacto. El nuestro fue, creo, el primer cómputo de muertos.
Pasamos horas en eso, más alertas que pasmados: había que registrar y escribir. Las pesadillas vendrían más tarde.
Gracias y saludos!
Hola estimado y bien recordado colega Kirk
Te agradezco inmensamente que hayas aportado este comentario tuyo, que es prácticamente una crónica de aquel suceso que nos marcó a todos. Quienes firman esta nota son alumnos (o fueron, ya están a punto de graduarse) míos en la Universidad Católica. Este blog recoge la mayoría de los mejores trabajos que hacen los alumnos, lo he llevado por varios años. Ojalá puedas leer otros trabajos y comentarme.
Un abrazo
Por fin veo un comentario sano y realista de este suceso.