«Se debe vivir poéticamente»

ADRIANO_GONZALEZ_LEON15

Egocéntrico −pero no arrogante− es Adriano González León. Se hizo camino desde Valera hasta Caracas con la palabra como arma. Ganador del Premio Nacional de Literatura 1979, en esta entrevista imaginaria habla de su programa de televisión, del reclamo de sus lectores por no escribir tanto como como ellos esperaban después de País portátil y de su voluntad de «escribir racionalmente desde el corazón»

Norkis Arias

La barra del Hereford Grill está colmada de sillas verde oliva. Muchas de ellas han sido y son esta tarde de 1986 el asiento predilecto de González León. Este restaurante se ha convertido en un anexo de su casa desde que vive en la calle Madrid de Las Mercedes. Es un personaje tan asiduo que rara vez se le ve pagar la cuenta. Pide un arroz con almendras y un trago de ginebra para esperar.

El Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral era, para los escritores situados al oeste del Océano Atlántico, algo semejante a recibir el título de caballero. Quien lo obtuviera estaba destinado a ser representante del boom latinoamericano. En 1968 el designado por Venezuela fue Adriano González León con País Portátil y, aunque se consagró en esta región del trópico, no ha desarrollado la misma cantidad de obras que catapultaron mundialmente a sus pares, entre ellos Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes.

¿Por qué no ha escrito la novela que el público tanto le exige?

—El éxito frente a los lectores pronto se convierte en reclamo. El lector se ha obstinado tanto en exigir, que olvida valorar lo que ya está hecho. Para escribir una novela tiene que correr y arder por mis venas, tiene que nacer de lo más profundo de mi sentir. Mi obra es una proyección de mi espíritu, por eso no puede estar condicionada a un acto comercial ni a un capricho externo. En los medios demuestro el compromiso que tengo con la literatura. Yo soy un enamorado del verbo y de la palabra. No publicar no significa que no escriba. Simplemente no puedo hacer una novela sobre algo que no sea una verdad interior en mí.

—¿Contratema tiene un alcance real o es un intento fallido por culturizar al venezolano?

—Sin duda es un aporte positivo. El pueblo venezolano es inculto, no porque quiera, sino porque no se le ofrecen alternativas para dejar de serlo. Cuando en los medios solo se encuentra lo ordinario, la sociedad no puede ser más que eso: ordinaria. Hay que darle oportunidad para el deleite y la imaginación. La televisión abre campo al espectáculo, pero también debe hacerlo a la enseñanza.

Estrujarse la nariz al punto que pareciera estar a punto de arrancársela es un impulso que repite inconscientemente y es visible desde hace 6 años en la pantalla chica. Es el conductor del programa Contratema, transmitido por Televisora Nacional. Allí potencia sus dotes de docencia y se convierte en un exponente de la cultura. Una suerte de clase magistral donde los televidentes pueden explorar la vida y, sobre todo, la obra de los más aclamados representantes de la literatura.

ADRIANO_GONZALEZ_LEON20

Unos lentes clásicos de gran tamaño cubren los ojos melancólicos de Adriano González León. Esos ventanales que lo ayudan a ver de lejos no son precisamente una coraza. Se los quita y coloca constantemente. En especial cuando al recitar algún verso las lágrimas brotan de él sin dificultad.

—Usted es un hombre que no teme mostrar sus sentimientos, ¿Qué lo hace llorar?

Mi profunda sensibilidad emocional.  El poder ser testigo del ingenio de otros autores es algo que agradezco. Solo cuando cada letra honra el significado de una palabra y magnifica su intención es que me permito llorar. Lo que pasa es que me lo permito muy seguido [risas]. Lo hago con frecuencia, pero no porque sea un sentimental cursi, sino porque en mí confluye un ser emocional que no puede permanecer inerte ante la obra de alguien como Miguel Ángel Asturias.

El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le quiten el sueño de los ojos

El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le corten los párpados con hacha

El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le chamusquen la ramazón de las pestañas con las quemas que ponen la luna color de hormiga vieja.

Con voz frágil insiste:

Cómo no sentir un ardor en el pecho cuando un texto tiene semejante inicio.

¿Cómo enfrenta a sus detractores que califican esto como un sinónimo de debilidad?

No se puede irrespetar el llanto heroico de quien es capaz de reconocer la belleza que lo rodea. Yo incentivo en mis estudiantes la creatividad para que puedan escribir algo igual o mejor que Hombres de maíz. Ellos y mis amigos me respetan, porque saben y perciben la autenticidad del momento. Que unas palabras me conmuevan hasta las lágrimas solo significa que el propósito del autor fue cumplido.

¿Qué lo disgusta?

—Me enfada la fragilidad de los instantes. Que uno no pueda hacer perdurable un determinado momento. Creo que por eso el ser humano busca trascendencia. Yo lo hago a través de la escritura y la oralidad. Lo importante no es que un texto tenga éxito, sino que comunique algo. Para hacerlo no importa qué se cuenta, sino cómo se cuenta. El lenguaje debe ser base, motivo, protagonista e hilo conductor. El lenguaje asegura la inmortalidad y tal como le decía Akenatón a Nefertiti: “Llámame siempre por mi nombre y no desapareceré jamás”.

Adriano González León parece decidido a ser eterno. Es un adicto a la compañía y a la plática. No es inusual que luego de impartir sus clases universitarias termine en algún restaurante de Sabana Grande o de Las Mercedes comiendo e intercambiando opiniones con alumnos, colegas o amigos íntimos. Conversar es un placer para él, quizás hasta una necesidad de compartir con el mundo una charla amena de literatura.

ADRIANO_GONZALEZ_LEON26

¿Qué representa para usted la memoria?

—Es el motivo que me conduce a desbordar en el papel y en el habla un registro poético que trasciende la anécdota. La creación humana parte de lo conocido y en mi caso de lo recordado. En la mayoría de mis escritos rondan  los fantasmas de mi pasado. Esos que, bien sean lugares o personas, me inquietaron tanto que tomaron lugar en páginas escritas o cobraron vida en esta voz andina. Es un acto que emerge de mí de forma inesperada hasta que se convierte en obra.

—¿Es posible recordar Trujillo cuando se ha impregnado de la capital?

—Hay formas. Yo ejercito la memoria, sobre todo las vivencias de la infancia. Aún recuerdo una canción que cantábamos en el colegio salesiano donde estudié: «Venimos a ofrecerte / las flores de este suelo / Con cuánto amor y anhelo / Señora, Tú lo ves / Venid y vamos todos / con flores a porfía / con flores a María / que Madre nuestra es»

Y agrega que la simple melodía me traslada y puedo sentir la brisa fría de los Andes y vislumbrar el verde de las montañas.

—Eso no se olvida. Además, mi primo hermano Argimiro [Briceño León] es mi ancla a esa tierra provinciana de donde vengo, a la cual le debo la materia prima de varias de mis obras.

—¿Para atraer a más lectores no considera que debe imponerse una nueva estructura narrativa donde predomine la economía de palabras y se minimice la retórica?

—Al transcurrir los años se analizarán las obras del presente y solo perdurarán aquellas que transmitan más que una historia. Es fundamental el cómo se construyen, es decir, el papel del lenguaje. Al final, eso es lo que te queda porque al interpretar el lenguaje te interpretas a ti mismo y a la humanidad. Para mí no es relevante el grosor de un texto, sino su profundidad.

El poeta trujillano no es el más agraciado de la barra, pero si el más impecable y galante. Se expresa de una manera tan espontáneamente pensada que su capacidad de almacenamiento cultural sorprende más que su baja estatura.

***

—¿Televisión, prensa o docencia? ¿Qué disfruta más?

—Escribir y hablar es un compromiso. Quizás lo oral conlleva mayor responsabilidad porque solo hay una oportunidad de que te escuchen e interpreten acertadamente. Por eso, en cualquiera de las facetas, aunque no soy el más formal, me atrevo a desdibujar los patrones para comunicar lo que yace en mi interior y considero que debería estar presente en todos. Rimbaud, Valéry, Asturias, Kafka y otros cientos deben dejar de ser desconocidos a nuestros oídos, para transformarse en seres andantes de nuestros pensamientos.

—¿Se puede vivir poéticamente?

—Se debe vivir poéticamente. Huyo de lo vulgar, de lo tópico, y encuentro placer en las palabras cargadas de existencia. La palabra es un elemento creador que nos concede una presencia llena de altivez. Yo quiero continuar haciendo lo que hasta ahora: actuar y escribir racionalmente desde el corazón.

«Te cortarán en pedazos y te llevarán en hombros, porque no hay hueso como tu hueso para hacer leña. Porque te ponés seco y ardés de una vez. Porque tenés el corazón aplanado y parecés yesca. Porque después la candela es como el sudor tuyo marcando el cuello de la blusa. Eso es. Eso será. Eso eras al principio y serás al fin. Hombre que nadie tuvo como tal. Hombre que fue más bien fiera. Hombre para el que salga. Hombre que daba sed…»

Extrae un pañuelo blanco del interior de su chaqueta, retira los lentes y limpia el estrago que su sollozo ha causado. Se coloca los lentes, toma el vaso de ginebra y con una voz resquebrajada dice a modo de despedida: “¡Salud!”.