Los meses del terror

Exposición de cartuchos usados durante la represión en 2014.

Exposición de cartuchos usados durante la represión en 2014.

Estas fotos son de los alrededores de plaza Altamira. Fue la marca del año, no solo allí; imágenes como esta definieron 2014. Guarimba y represión. Algún día la Historia hará su balance y podrá leerse este 2014 desde una distancia que permita mayor equilibrio que rabia mezclada con desazón

Sebastián de la Nuez

Por ahora y hasta nuevo aviso, esa imagen de los cartuchos no está congelada; vive. En estos días permanece agazapada entre los cohetes que lanza la gente o alguna Alcaldía. Pero la sombra que lanzan los meses que van de febrero a junio sigue alargándose, sociográficamente hablando.

Hay una noche en especial, o quizás más de una noche, en que las tanquetas se pasean por la avenida Rómulo Gallegos seguidas por motorizados de la Guardia Nacional o Policía Bolivariana (o colectivos). Ver las tomas espontáneas, hechas con teléfonos inteligentes o camaritas de video, de los vecinos de Los Dos Caminos o El Marqués desde sus ventanas, me recordaba El pianista, de Román Polanski: Władysław Szpilman (Adrien Brody) es un músico que logra escapar del gueto o campo de concentración escondiéndose en una habitación de edificio o casa en la Varsovia invadida; desde allí observa, en un momento terrorífico, el avance de un tanque nazi abajo en la calle que va disparando indiscriminadamente contra las casas. Al sitio que resguarda a Szpilman puede tocarle en cualquier momento.

Esas imágenes de la Rómulo Gallegos llegaban a los pocos minutos vía redes sociales, así como las de las tanquetas avanzando por Chacao, chocando adrede carros estacionados; también el video de los disparos en La Candelaria, y muchos otros de Los Ruices pero también de Valencia, del Táchira, de oriente: pruebas fehacientes del terrorismo de Estado.

Kapuscinski hablaba de la carga psicológica que todo periodista maneja a la hora de enfrentar al otro. La empatía es la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro. En los sucesos de Altamira fui testigo, uno de tantos, en directo. Fui periodista y objetivo opositor al mismo tiempo sin haber alzado una sola piedra o botella; periodista y clase media; fotógrafo y víctima de las bombas, del miedo. Solía salir en las mañanas con la Olympus para fotografiar los desastres de la última refriega.

Subiendo por Avenida Del Ávila (22/03/2014).

Subiendo por Avenida Del Ávila (22/03/2014).

La avenida Luis Roche –también la avenida San Juan Bosco y la Francisco de Miranda desde la calle Élice hasta Parque Miranda y más allá− muchas tardes se llenó de jóvenes que bajaban finalmente por la Avenida Del Ávila (Torre Británica, del otro lado está mi casa) en busca de la autopista, hacia el distribuidor, como si tomar la autopista allí fuese sinónimo de tomar el poder o algo parecido. Una tarde que llegué a la casa entre bombas lacrimógenas un joven me pidió un balde de agua. Subí, llené el tobo y se lo bajé. Era un tobo rojo y nunca más lo vi, pero una estudiante de Arquitectura de la UCV, vecina, luego de varios días se apareció a la puerta de mi apartamento para regalarme un tobo nuevo.

Aquellos meses dejaron esta desazón en el alma del caraqueño, del venezolano en general. Una mañana de sábado hubo reunión con los vecinos del edificio para tratar de ordenar el apoyo a los guarimberos. Desde luego que había apoyo, desde luego que la gente insultaba a los guardias nacionales y supongo que a veces les tiraban botellas desde la penumbra de sus casas o azoteas. ¿Cómo no hacerlo? Muchos habían visto cómo venían las motos dando la vuelta por La Floresta y desde Bello Campo por el otro lado; bajaban otras zigzagueando de la plaza, bien pertrechados sus jinetes porque para eso sí hubo recursos. Se abalanzaban en forma de tenazas sobre manifestantes que venían bajando hacia el distribuidor.

Yo salía por las mañanas a fotografiar el suelo quemado, la basura esparcida, la cerca desgonzada que antes rodeaba los terrenos del antiguo edificio Altamira. Bajaba hacia el búnker donde estaba apostada una ballena o un autobús de la GNB; alguna señora siempre me advertía “cuidado, no les gustan las cámaras”.

Otras veces iba a la calle Élice, en pleno Chacao, y hasta el vendedor de periódicos, a las siete u ocho de la mañana, tenía miedo de que le tomara fotos. No protestaba contra la GN sino que murmuraba algo sobre el alcalde.

Dentro de ese clima de represión criminal con soundtrack de himno patriotero a todo volumen (los altavoces estaban justo donde instalaban una especie de muro tipo NO PASARÁN casi llegando al distribuidor); a partir de esa política de ensañamiento contra los más inermes –por lo general pálidos muchachos sin camisa, también chicas y amas de casa− cazados por los motorizados de la GNB y PNB que los secuestraban para la tortura y la humillación, uno dejaba de ser periodista para convertirse en víctima. No solo por empatía. Los gases y el terror se podían palpar.

Fue un año que comenzó con el asesinato de una exreina de belleza, madre y esposa, estrella de la TV. Alguien que todo el mundo admiraba o reconocía con simpatía; inocente y popular. La vileza de su asesinato y el de su esposo fue una noticia que estremeció al país. De un año que comenzaba de ese modo, ¿qué podía esperarse?

El país se incendió; se va a continuar incendiando en 2015 aunque el régimen siembra terror anticipado.

Youtube rescata aquel clima en cada vídeo. La prolija videoteca a un click. Basta colocar en el buscador las palabras represión y Venezuela. El registro de la barbarie del Estado contra la gente –en ocasiones, también, del vandalismo desatado por los ciudadanos− puede documentarse a través de cientos de fragmentos grabados. Es la marca generación 2.0 y asegura aquello a lo que aluden los defensores de los derechos humanos: los crímenes de lesa humanidad no prescriben.

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En efecto: la avenida Del Ávila en Altamira Sur estuvo entre las más apetecidas por la masa estudiantil que manifestaba. Puede que hayan sido torpes al escoger el lugar. Puede que el partido Voluntad Popular tenga las agallas demasiado abiertas y haya alborotado el avispero antes de tiempo.

Puede que esas amas de casa que se apostaron en las esquinas de Altamira, durante el Carnaval, vestidas como de playa e interrumpiendo el paso de los ciudadanos que probablemente compartían sus ganas de cambiar al Gobierno, se hayan comportado de manera francamente estúpida.

Pero los derechos humanos fueron pisoteados durante 2014 y eso no tiene perdón sino castigo. El pueblo y algunos de sus líderes en los partidos políticos pueden meter la pata. El Estado no. El Estado no puede meter la pata sencillamente porque tiene los tanques.