En estos días de enero 2015 hemos revisado en clase las entrevistas que Joaquín Soler Serano hizo (programa televisivo A fondo) a Borges y Cortázar. Fue a mediados de los años setenta. Los alumnos del Noveno Semestre de Periodismo las vieron por primero vez
Sebastián de la Nuez
Julio Cortázar les pareció más cercano que Borges. A un alumno le asombró que estuviera fumando en cámara y que en cierto momento le dijera a Soler Serrano que le contestaba a esa pregunta que le acababa de hacer si le cedía un poco de su whisky.
Borges comenzó advirtiendo de su timidez, y adujo, además, que es desagradablemente sentimental. [Al referir lo dicho por Borges en este programa hace casi cuarenta años, en una emisión todavía en blanco y negro, ¿es lícito y natural hacerlo en presente, dijo o adujo que es…? Creo que sí. Sobre todo porque para los jóvenes que ven esa entrevista por primera, Borges no solo está en presente, sino que significa futuro]. «Cuando escribo trato de tener cierto pudor», agrega como poniendo distancia entre sus debilidades personales y su rol como escritor. El entrevistador le dice, palabras más o palabras menos, que, en cualquier caso, tiene la maravillosa habilidad de convertir sentimientos en matemáticas.
La entrevista es larga, llena de sabrosas digresiones y algún punto un tanto embarazoso. Borges acababa de lanzar unas frases muy benevolentes, políticamente incorrectas para la época, sobre Augusto Pinochet, a la sazón dictador en Chile. Y Soler Serrano apunta al pensamiento político de Borges, y el escritor dice algo pero a fin de cuentas prefiere retomar el tema literario, hablar de la mitología escandinava o algo semejante.
MANCHAS AZULES, MUERTE EN GINEBRA
En la clase de Periodismo, ninguno acertó a ver algo embarazoso o incómodo en ese segmento del programa. Quizás es porque no tomaron en cuenta el contexto político del momento.
La entrevista es rica en detalles autobiográficos, muchos de los cuales Borges plasmaría después en su Autobiografía editada por El Ateneo. Recuerda a la abuela que hablaba en inglés y al padre que le franqueó su biblioteca, rito de iniciación en las letras. Utiliza ese verbo, franquear. Habla de la poesía como sonido; la materia de los poemas la recibe continuamente del mundo externo. Ha soñado con un poema completo, como si se lo estuvieran soplando por un oído, y al levantarse ha corrido a escribirlo.
Soler Serrano, con su guion de preguntas o hechos biográficos en la mano más su montón de obras borgianas expuestas en un anaquel a su derecha, va desbrozando cronológicamente la vida del entrevistado. Una entrevista de estructura obvia, pero efectiva.
«Soy el mismo de hace veinte años, pero el de ahora ha aprendido algunas astucias», responde a una referencia que le hace JSS sobre una declaración con veinte años de antigüedad. Luego viene el relato de su primer libro, publicado en 1923: lo que ha hecho desde entonces es reescribir ese primer libro. Quiere decir que allí estaban los temas que habrían de perseguirlo siempre.
No piensa en público alguno cuando escribe, sino simplemente en expresar lo que quiere… Luego pasa al asunto de las palabras: hay muchas que no deben usarse. Uno puede usar azulado, pero también existen azuloso y azulino. Cuidado.
«Digo azulino y me parece que hay una mancha azul en el texto.»
Su padre era anarquista y un poeta romántico. Le franqueó su biblioteca, como queda dicho, con libros escritos mayormente en inglés. Una hermana, Nora, lo recuerda de niño siempre tumbado boca abajo, leyendo. Lo que le gustaba del Quijote a Borges era la caballería andante.
«Es un libro rarísimo; no es una parodia de los libros de caballería.»
Corregir es más fácil que escribir. Quevedo, por ejemplo, podría haber corregido el Quijote; pero no habría sido capaz de escribirlo. Los escritores preferidos del niño Borges fueron H.G. Wells, Kipling, Stevenson… Su abuela inglesa le recitaba pasajes enteros de la Biblia, en inglés. En su lecho de muerte les dijo a los familiares que no era para tanto, que la disculparan, que solo tenían delante a una vieja muriéndose lentamente. Esto también está en su Autobiografía.
Su otra abuela murió en Ginebra, y a la familia casi la increparía: «Déjenme morir tranquila, coño». Aunque Borges no pronuncia esta última palabrota. Naturalmente, el hecho de haber visto esas agonías lo marcó:
«Somos fortuitos, casuales… Siempre estoy esperando unos meses de prórroga.»
LEONOR Y LOS DOS HERMANOS
Habla del alemán Heinrich Heine, uno de sus poetas preferidos; de la manera como aprendió el idioma alemán, o sea, autodidacta; de cuánto le encanta esa música del idioma alemán. Los sonidos del francés, en cambio, no. Cita a Schopenhauer, quien decía que el francés es un italiano pronunciado por alguien acatarrado.
Reafirma −aquí otro instante un tanto incómodo de la entrevista− que la democracia es un abuso de la estadística. «Ojalá [algún día] merezcamos no tener gobierno alguno. A lo sumo, uno municipal, local…» e inmediatamente se van los interlocutores a la poesía oriental, que es pura esencia, evadiendo entrevistador y entrevistador aquel terreno fangoso. «Confucio renunció a ser patético.» O sea, Confucio era lo contrario de lo enfático. Nunca quiere serlo, Borges, huye de eso; el retruécano como una falta de consideración al interlocutor, al lector; García Lorca nunca le ha gustado; le gustan las Elegías romanas de Goethe; la religión es mentirosa:«cómo va a ser el sufrimiento una corona de gloria»; esa pretensión vana de ser siempre verídico… pretenderlo es una vanidad y un egoísmo.
El entrevistador le lee frases que ha dicho mucho antes y a él le parecen bien algunas, sigue estando de acuerdo con ellas; con otras no.
«La puerta es la que elige al hombre… Sí, es una buena frase.»
Luego explica, o simplemente alude a que fue comunista en 1919. Había una obra suya, Salmos rojos, que desapareció a Dios gracias. Habla con cierta displicencia sobre Historia Universal de la Infamia, El Jardín de los Senderos que se Bifurcan, El Aleph y del cuento El sur. En cierto momento se descubrió como escritor de cuentos fantásticos.
Su madre murió a los 99 años. Siempre le acompañó. Le cuenta a Soler Serrano que le dio la solución para el cuento en que dos hermanos se disputan una mujer y uno de ellos la mata porque rompe esa fraternidad. ¿Qué solución darle a ese cuento?
Su madre lo pensó y al rato, o al día siguiente, se le apareció con un detalle asombroso para Borges:
−Ya sé lo que le dijo un hermano al otro: «A trabajar, hermano; esta mañana la maté.»
Leonor Acevedo supo lo que le había dicho un hermano al otro, no fue que lo pensó como una especie de resolución técnica del cuento, sino que se metió de tal manera en la historia que adivinó lo que un hermano habría de decirle al otro.
***
Borges estuvo en Caracas una sola vez con su compañera María Kodama. Fue a los toros coleados y firmó libros en Librería Lectura, en Chacaíto.
Muchos años después, en la Universidad Católica (probablemente en otros salones de clase también, en ámbitos de estudio diversos) un puñado de alumnos se ha despertado ante esta figura viva eternamente gracias al género de la entrevista. Lo tienen allí, coloquial, real, cercano aunque quizás no tan cercano como Cortázar. ¿Les dará ánimos para leerlo? ¿Recordarán esa lección sobre azulino, es decir, que hay palabras que aun cuando existan y sean reconocidas por el DRAE es mejor evitarlas, salir por la puerta oeste cuando entren por la del este o viceversa?
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