La foto capta los elementos de la tragedia nacional: un presidente inflado de abdomen y cachetes, mirada perdida y ceño contrito, como de adolescente cogido en falta; pero con el puño en alto. El puño en alto nunca sobra pues debe demostrarse fuerza aun cuando las encuestas anden por el piso. Al lado, un gordito a quien le duele la barriga. Ambos, por lo que se ve, muy bien comidos y bebidos. Detrás, el edecán atento y tieso, con la boca semiabierta. Delante, el micrófono, elemento fundamental durante estos quince años en que se ha gobernado desde los medios, a través de los medios, gracias a los medios: la palabra en el megáfono nacional ha sido herramienta principal de políticas públicas
Sebastián de la Nuez
Cuando Nicolás Maduro entró el miércoles 21 a la Asamblea Nacional, a las 6:15 de la tarde, el locutor oficial –con su propio micrófono− lo presentó como el presidente obrero, constructor de la suprema felicidad del pueblo. Diosdado Cabello, su anfitrión en calidad de presidente del parlamento en ese día de discurso anual, se tomó varios minutos saludando a la concurrencia, y se detuvo especialmente a elogiar a los representantes de las fuerzas armadas por su esfuerzo diario y solidaridad, incluyendo a la milicia bolivariana. No saludó a la oposición, presente allí a través de sus diputados. Sí lo haría Maduro minutos más tarde, luego de presentar a unas víctimas de la guarimba. Las guarimbas, se supone, fueron maquinadas y acicateadas por esa misma representación opositora que saludaba.
Primera parte del discurso: acusaciones varias, quejas, alaridos clamando por justicia en el caso Robert Serra –cuyo asesinato le endosa a una etérea derecha fascista con epicentro en Colombia y ramificaciones en Venezuela. Después, el discurso de memoria y cuenta –poco de lo uno y nada de lo segundo− del comandante en jefe de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana derivó hacia los meandros de la economía. El adolescente, en este punto, montado en un carrito chocón. Una parodia de sí mismo. Como dijeron algunos comentaristas al día siguiente, se notaba que decía cosas que él mismo no entendía cabalmente, como lo del mercado cambiario con participación de bolsas. Volvió a escurrir el bulto con el delicado asunto de la gasolina. Un par de días más tarde el vicepresidente Arreaza hablaría de una discusión con el pueblo para determinar nuevo precio de la gasolina. Es evidente que el Poder Ejecutivo observa con terror sus propias responsabilidades.
Pero lo más ilustrativo, en términos del artículo que desarrolla Fernando Mires («Maduro no es Allende«), es la transfiguración Maduro-Allende. Resulta que el venezolano se parece al chileno en su desarrollo como revolucionario, en su significación universal, en las amenazas que sufre, en su común martirio. Más allá del ritornello sobre un eventual magnicidio, Maduro es una especie de reencarnación del jefe de la Unidad Popular. Por ello requiere solidaridad, apoyo, el cierre de filas de todos los venezolanos de buena fe en torno a él, heredero del comandante eterno.
Se nota que este hijo de Chávez no ha leído un libro que se llama Operación Cóndor, escrito por el periodista estadounidense John Dinges. Recoge Dinges, entre testimonios y datos diversos, documentos desclasificados; reúne además los que ya se conocían para trazar la terrible conspiración del imperio norteamericano en su tarea de destrucción de lo que consideraba la amenaza comunista en el subcontinente. El Departamento de Estado –la CIA, Henry Kissinger o como quieran ponerle− deseaba neutralizar a Salvador Allende a cualquier precio y solidificar gorilatos no solo en Chile sino en otros países suramericanos. Un solo detalle, un extracto del documento de la Fuerza Aérea brasileña fechado en 1977 −aun cuando no se refiere a la situación chilena sino a la de Argentina, ilustra una determinación sin ambages y una época−: «Dado que el lanzamiento de cadáveres al Río de la Plata causa problemas a Uruguay, como la aparición de cuerpos mutilados en las playas, se están utilizando hornos crematorios de hospitales públicos para la incineración de subversivos abatidos.»
¿Viene ahora Nicolás Maduro a ponerse en los zapatos de Allende? ¿Acaso el mundo no ha avanzado? Si Estados Unidos hubiese tenido la intención de proceder según su estilo respecto de los países latinoamericanos en los 70, bajo el concepto popularizado del patio trasero, hace tiempo Nicolás Maduro y su cúpula hubieran desaparecido con todo y revolución bonita.
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