Algunas películas reposan sobre una mesa de madera en el recibo de la casa del crítico de cine Héctor Concari. En los estuches apenas puede percibirse el nombre ya gastado por los años y el uso: Ciudadano Kane de Orson Welles y La diligencia de John Ford. Junto a ellos, varios folletos del Hotel Hilton en Santo Domingo.
Luana Cabrera de León
Hay varias maneras de presentar a Héctor Concari. Una es geográfica: se trata de un uruguayo que vivió muchos años en Venezuela antes de mudarse a Santo Domingo. La otra, literaria: ha tenido que escribir las novelas y cuentos que no encontró en sus libreros ni en las películas que habitualmente critica.
Pero si nos ceñimos a lo estrictamente laboral, hablo de un reconocido crítico de cine y del gerente de varios hoteles de la cadena Hilton.
En 1956 la ciudad de Montevideo lo vio nacer, hasta que a los 26 años, por “perseguir unas faldas”, abandonó el clima sureño por el caribeño. Fue en Venezuela donde desarrolló tanto la profesión que lo alimenta como la que lo satisface: gerente de hoteles y crítico de cine.
Unos cuantos años después de haber llegado a esa ciudad tropical que nada tiene que ver con la Suiza de América logró desempeñar su habilidad como crítico de cine en el suplemento dominical Literales del diario Tal Cual de Caracas. “Formé parte del grupo Cine al día, que para ese entonces circulaba como un pequeño periódico de pocas hojas [Cine-Oja]. Lo más atractivo era reunirse todas las semanas con gente muy preparada y conocedora del cine como Fernando Rodríguez, Alfredo Roffé y Oswaldo Capriles”.
El Caracas Hilton, el Anauco Hilton, el Margarita Hilton y el Hilton de Barquisimeto fueron los primeros escenarios que le permitieron a Concari lanzarse al estrellato de la gerencia de hoteles. “Cuando al fin ya estaba a gusto en Venezuela, el comandante Chávez decidió echarnos a patadas porque según él ellos lo podían operar mucho mejor que nosotros”, comenta mientras se restriega la cara una y otra vez para no rendirse ante el agotamiento laboral.
Una persona que controla su vida y su tiempo a través de una agenda estructurada, dejando espacio para descansos en la playa, asegura que para él ser articulista de TalCual se vuelve muy rutinario; sin embargo, su oficio como gerente lo disfruta desde que empezó a entender los hoteles como un escenario y a los huéspedes como actores de una película interminable, que todos los días cambia de guion.
Atraído por las playas, la gente y una buena oferta de trabajo, su siguiente parada, después de haber vivido 30 años en Venezuela, fue República Dominicana. El diario TalCual nunca le aceptó su renuncia y el Hilton le ofreció manejar dos hoteles cinco estrellas en la ciudad de Santo Domingo.
— [Se ríe] Me pagan una fortuna en el diario Tal Cual de Caracas por mis artículos, pero mato tigres como gerente de dos hoteles cinco estrellas en Santo Domingo.
Su carrera como licenciado de Filosofía en la Universidad de la República Oriental del Uruguay nunca la ejerció. “Ese cliché del pobre poeta que se tiene que ganar la vida con algo que no le gusta no va conmigo”. Tener vidas paralelas no ha sido para él problema alguno, asegura que todo uruguayo siempre ha tenido la característica de cultivar el pluriempleo. “Al licenciarme en Filosofía me di cuenta muy temprano que si vivía de ella me iba a morir de hambre. Como tenía entre mis planes viajar, me busqué un trabajo en el área turística y al mismo tiempo no dejé de escribir sobre cualquier película que veía”.
EL HOTEL, SU ESCENARIO
En el formato de la reconocida película La diligencia de John Ford es como Héctor Concari se maneja en su trabajo como gerente de hoteles. Parece que siempre sabe que alguien le va a disparar, o los indios o los bandoleros. “Te montas un día en un hotel y te van a ocurrir cosas agradables y otras desagradables. Es un trabajo muy entretenido y no tengo tiempo para aburrirme”, señala antes de referirse a la célebre frase del crítico de cine Roger Ebert: “Una gran película debe parecer completamente nueva cada vez que sea vista”.
No se cree capaz de dirigir una película pues asegura que no tiene la paciencia suficiente para ese trabajo; sin embargo, en su mente se ha creado su propia película a través de sus sueños que relata poniendo una cara parecida a la de Harry el sucio. El escenario principal: lobby del Hilton de La Habana; la utilería, un tabaco Cohiba y un Habana Club de 14 años; la situación, la culminación de un día de trabajo; el diálogo: “Por favor maître, dígame, ¿qué es lo que tocarán Paquito D’Rivera, Chucho Valdés y Arturo Sandoval esta noche?”
Las únicas películas que pudo realizar las plasmó en tres libros distintos. El primero, Fuller y los sobrevivientes, libro de cuentos sobre el cineasta Samuel Fuller. El segundo, Yo fui el chofer de John Dillinger, libro alimentado por el cine y la curiosidad ante situaciones insólitas y pasajes extraños, protagonizado por viejos personajes que transitan sus vidas como en una película. Finalmente su novela Prófugos y fantasmas, tercer y último manuscrito publicado.
Sus narraciones guardan siempre una unidad interactiva entre personajes y temas, con el cine siempre presente, para elaborar historias donde la imaginación reta al registro histórico
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Este amante de cine y de los viajes por el mundo, del vino y de las buenas historias de perdedores irrefrenables y románticos al borde del suicidio, asegura que de uruguayo no le queda más que el acento aunque regrese todos los años a visitar a su familia de allá. No se siente del sur pues percibe a sus habitantes como personas nostálgicas y depresivas.
Sin embargo, cuando Venezuela se le plantea como país de regreso, su tono de voz se torna más serio.
Cuando me fui de Venezuela se juntó un poco la historia personal con la historia profesional. El que una vez se quemó con leche ve una vaca y se pone a llorar. Yo tengo una fuerte resistencia con los militares y su forma particular de ver el mundo. Los recuerdos de una dictadura por la que pasé en Uruguay junto a la angustia de vivir bajo el chavismo plantearon una película en la que jamás me permitiría estar. Podría volver pero cuando Venezuela resurja de las cenizas.
Excepto cuando ejerce su profesión como gerente de hoteles, Héctor Concari viste camisa negra y pantalón cómodo. El amor incondicional que siente tanto por su esposa Maritza como por las playas cristalinas siempre está presente. A sus 58 años de edad no deja de crearse nuevos mundos así como cuando de niño lo hacía cada vez que veía una nueva película.
— A veces pienso que mi vida representa al Dr. Jekyll y Mr. Hyde pero nunca se cuál de los dos soy.
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