En el Teresa Carreño y sus alrededores no cabe duda de que el extinto líder Hugo Chávez es Dios o al menos algo parecido: está en todas partes. La verdad es que luce como una cruel alusión el eslogan escogido este año para la décimo primera Filven, Leer al mismo son. Una frase bastante desgraciada si se toma en cuenta que una convocatoria a leer debe serlo a la apertura de ideas y de posibilidades. Al contrario del pregón inventado quizás por algún burócrata, la gente no debe leer al mismo son sino cada quien en su registro, según sus inclinaciones y gustos personales. Bailas al mismo son, pero leer al mismo son es un contrasentido. Sucede que en esta revolución de dudoso éxito, la cultura es, también, un sonsonete persiguiendo el pensamiento único.
Pero Filven tiene cosas buenas y puedes darte un paseo sabatino de lo más orondo por los pabellones de Puerto Rico, país especialmente invitado, y Argentina, donde hay variedad de títulos; eso sí, lo de pabellón les queda grande. Son kioscos o puestos de exposición. Bajando las escaleras hacia el lobby del Complejo propiamente dicho, los libros del Fondo de Cultura Económica aparecen a la derecha y constituyen todo un tesoro. La editorial mexicana se luce en sus presentaciones y en la oferta. Compré Escribir, por ejemplo de Carlos Monsiváis, con quien uno aprende a apreciar a José Revueltas, y a quien uno le sigue la corriente desde ese fluir de las conciencias que te pone en contacto con otros autores a los que quiso, siguió o admiró. Como dice uno de sus personajes reseñados —o biografiados—, toda la historia de la vida de un hombre está en su actitud. Y por cierto que Monsiváis la tuvo.
Hay otros libros preciosos en ese almacén de ediciones primorosas —por sus portadas, por el papel, por sus tipografías— que es el FCE, como una Historia del Japón de lujosa encuadernación por mil bolívares o una prolija biografía de Lacan.
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En una esquina está Radio Nacional transmitiendo. ¿A cuenta de qué el visitante de esta feria debe aguantar, mientras ojea libros, a un locutor de voz tiesa diciendo que esta revolución es pacífica pero no pendeja, y cuidadito los gringos con venir a invadirnos, pues ya Venezuela se deshizo de otro imperio muy fuerte, que fue el español…
Alguien tendría que haberle explicado que en tiempos de Boves y Bolívar no existían los drones, pero nadie parecía especialmente interesado en la cháchara antiimperialista.
He aquí una conclusión que es una verdad como una catedral: los caraqueños no piden mucho en sus ratos de ocio. Apenas un lugar donde pasar esos ratos, tomarse un papelón con limón —son buenísimos en el paseo detrás del Museo de Ciencias, apenas 40 bolívares el vaso—, escuchar un concierto, pasear en paz sin que una moto te pase por encima.
Aparte del altavoz antiimperialista y del pasquín Todos adentro —otra frase para el redil de las ovejas— del cual han editado trillones para la ocasión; aparte de los folletos, revistas y libros con nítida propaganda oficialista, ¿a qué los kioscos de Palestina y del CICIL o Centro de Intercambio Cultural Iraní-Latinoamericano? Uno de los trípticos que te regalan se titula La mujer en el Islam. No lo he leído. En ese kiosco tenían puesto un monitor de TV con musulmanes en el desierto hablando a cámara, dobladas sus palabras a un muy castizo español. Cuando pasé por allí decían algo acerca de sus sanas costumbres.
Filven 2015: a pesar de todo, PDVSA sigue subsidiando estos actos de un Estado-Buen Samaritano donde la revolución se viste de cultura y obsequia a su feligresía. A propósito de regalos: asistí a un concierto de un grupo peruano con su quena y su charanga e incluso sus castañuelas, que también utilizan en algunos bailes. Y con sus ponchos. También a un foro con nuevos escritores puertorriqueños. Estos dos actos, escasísimos de gente, junto a los libros del Fondo, fueron para mí lo mejor del día.
Lo demás es lo de siempre, mucho altavoz y pocas nueces. / Sebastián de la Nuez
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