En la Sala Mendoza, hasta el domingo pasado, estuvo la selección del Premio Eugenio Mendoza. Quizás lo más interesante fue Correspondencia, de Arnoll Cardales
Sebastián de la Nuez
Va poca gente, el sitio es perfecto dentro de la tranquilidad dominguera de la Universidad Metropolitana. Hay una librería de arte bastante reducida; venden además cajas, muñecos, pequeños objetos de artesanía o modelados en serie. Hasta el domingo pasado hubo trece obras allí que no son pintura ni escultura ni fotografía ni dibujo ni objetos manipulados, retorcidos o recodificados según una idea más o menos arbitraria por parte del artista… ¿O sí? Hubo de todo eso y también todo lo contrario.
En cualquier caso, eran obras que pueden llamarse propuestas. Te propongo leer estas frases en conjunto para que te hagas una idea que no está en ninguna frase por separado (es un ejemplo).
La mejor instalación —hubo propuestas que no son instalaciones, incluso algunas meramente pintura o fotografía— fue probablemente la de Arnoll Cardales, Correspondencia: primer momento de evidencia pública. Era una salita. La salita ofrecía vestigios, pedazos, jirones, hebras. Técnicamente y según el catálogo, “objetos realizados con papeles artesanales, materiales como polvo [¿el polvo es un material?], cabellos, trapos de cocina…”. También un proyector de diapositivas a través del cual uno podía ver formas de una materia cambiante, inasible.
Lo bueno es que Cardales concede primacía en su proceso creativo a la piel; habla de cicatriz y de registro. Había formas menudas, caseras, casi desperdicios en la cotidianidad íntima de MH y AR, dos misteriosas personas que sufrieron en carne propia la tragedia de Vargas en 1999. De ellos, de allí, partió la propuesta de Cardales.
No creo mucho en “seguir expandiendo la acción de los intercambios simbólicos” ni en la “re-significación de las experiencias…”: ¿no son frases demasiado ampulosas?
Lo mejor de Cardales no es la teorización de su propia obra sino la puesta en escena propiamente dicha. Hay allí un acercamiento con microscopio sensorial que mira la trastienda de un lugar y de una fecha. El sitio y el ruido de una hecatombe. De esa tragedia quedaron fragmentos y con los fragmentos él ha reconstruido, a su modo, figuras, formas, luces, texturas y volúmenes.
Si uno se pone a ver las cosas con tranquilidad, resulta que es cierto: hay algo que se ha re-significado desde su talento.
Otra exposición, esta sí abierta esta semana y quizás las próximas, habla igualmente de una tragedia cotidiana revelada, expresada con fotografía hiperrealista. Esa tragedia es amplificada, es expuesta estéticamente. Cada obra es un símbolo. O pasa a la categoría de símbolo por su extracción y por el trabajo que hace el artista. Es la tragedia de esta ciudad, de este país. Hablo de las fotografías de Juan Toro Diez. Índice Riesgo País puede visitarse en el centro Los Galpones (galería D’Museo), donde por cierto han debido aumentar la vigilancia porque la clase media que va a sus galerías y tiendas deja el carro en la calle, y eso ha hecho las delicias del malandraje.
Bajando por la avenida Principal de Los Dos Caminos, muy cerca de allí, asesinaron el otro día a una joven polisucre solo para quitarle su arma de reglamento.
Las tragedias naturales siempre han sido motivo de re-lectura según la sensibilidad del artista, su contexto cultural y particularidades. La tragedia de Vargas, en Venezuela, ya ha dado lugar a varias de estas lecturas, en diversos registros. Ahora bien: esta guerra del crimen contra el resto de la sociedad en la que el Estado toma parte beligerante, y muy beligerante, contra la gente, está encontrando hoy sus propios re-lectores, en diversos soportes, según diversas sensibilidades y artesanías. Todo ello hablará con fuerza al futuro de un país derrumbado.
Deja una respuesta