Miguel Arroyo en Nueva York

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En Nueva York, en estos días, se exhibe en tres entidades de prestigio el arte, la arquitectura y el diseño de venezolanos o gente que se hizo venezolana; en estas exhibiciones, independientes unas de otras, no ha habido participación o iniciativa alguna del gobierno criollo. El MoMA, el MAD (Museum of Art and Design) y la Americas Society son los sitios. Miguel Arroyo se encuentra representado en esta última galería, y a él se dedica mayormente esta reseña sobre todo por su condición (aun esporádica) de diseñador de interiores de librerías

 

Sebastián de la Nuez

Esas vueltas que da la vida. Miguel Arroyo, quien durante 17 años dirigió el Museo de Bellas Artes y fue presidente del comité venezolano para el Consejo Internacional de Museos, está ahora mismo representado en una exposición de la Americas Society en Nueva York, abierta desde febrero hasta el próximo 16 de mayo. Se explica, sobre todo, porque Arroyo, antes que museólogo –o después, no importa− fue un diseñador de talento excepcional que supo capturar las tendencias modernas de los años cincuenta.

Miguel Arroyo falleció en 2004 y lo sobrevive Lourdes Blanco, la mujer que en el pent house de Bello Monte que compartiera durante tantos años con Arroyo me recibió hace pocas semanas para hablar de la fundación que está desarrollando en estos momentos. En su viudez se ha puesto a curucutear los archivos que dejó Arroyo y ha encontrado tesoros.

No es muy dada a hablar con la Prensa; es vivaz, directa y elástica como si tuviera 25 años. Quiere publicar una serie de monografías sobre las diversas facetas de Arroyo, no rendirle homenaje en un solo volumen pues eso no bastaría ni resultaría un libro manejable; antes bien, quiere hacer una serie de ediciones económicas para que estén al alcance de todos.

Se sienta a su computadora y allí tiene, digitalizados, textos que dejó en carpetas diversas o en cuadernos el hombre que le diseñó la librería a Luis Beltrán Prieto Figueroa en los años cuarenta, un local llamado Magisterio.

Lourdes Blanco me regaló un folleto editado por Fundarte en 1978, Breve introducción a la pintura en Venezuela, que debería ser lectura imprescindible en las escuelas o liceos del país hoy en día. Texto sencillo y didáctico de Arroyo donde habla del Círculo de Bellas Artes, de la importancia del grupo de Los disidentes –entre los cuales estaba Alejandro Otero− y de las diversas tendencias de la pintura venezolana, apenas mencionándolas y explicándolas.

También me regaló el catálogo que hace unos años se hizo en la TAC −Trasnocho Cultural− para la exposición Interior Moderno, sobre los muebles diseñados por Arroyo. «Hacia el final de su vida, a Carmen Araujo, de quien un amigo dice que fue su última novia, y a mí, se nos ocurrió que debíamos hacer una exposición de su diseño. Porque él fue muy activo en diseño durante los años cincuenta», dice Lourdes.

Una de las fotos  reproducidas en la exposición y en el catálogo inmortaliza el estar de la casa de Alfredo Boulton en Pampatar (1954). Además de los muebles de Arroyo, en la sala se dispusieron una obra de Alejandro Otero y otra de Alexander Calder. Esa foto está hoy en la Americas Society.

 

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Ella no quiere tipificarlo: lo amaba, advierte; ha asumido un trabajo de investigación partiendo de una genuina admiración hacia él. Lo está descubriendo pues a fin de cuentas se casaron en 1965 «…y siempre veíamos hacia el futuro.»

Todo estaba en este pent house pues allí nunca se ha botado nada. En la universidad no guardaba nada. Arroyo siempre asumió su rol allí como ayudante de Inocente Palacios, el abogado, político –contribuyó a fundar Acción Democrática− y músico que fue director-fundador de la Escuela de Arte. Tuvieron siempre una amistad estrechísima, aunque Palacios era bastante mayor que él.

Arroyo fue pedagogo, museógrafo, impulsor de la cerámica: ¿un esteta? A Lourdes no le gusta esa palabra pues, a su juicio, dejó de vincularse a la estética para cargarse de preciosismo; cree que Arroyo no era, en absoluto, un rebuscado en su capacidad para revelar los secretos del arte y enseñar a amarlo. «Como sabes, los cincuenta fueron una época de gran invención que significó la incorporación del abstraccionismo a través de gente como Alejandro Otero», dice.

En este apartamento en un edificio diseñado por Jimmy Alcock (premio nacional de Cultura, el Poliedro salió de su cabeza) se respiran los años cincuenta hasta en los perros que corretean en la terraza cubierta donde la pareja Arroyo-Blanco instaló  parte de su biblioteca y lugar de estudio.

 

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Jorge Rivas es un arquitecto y diseñador de muebles, y un gran investigador del pasado colonial de América. Vive en Nueva York, donde culminó  un postgrado en una universidad que se especializa en artes decorativas e industriales. Luego de la exposición de Arroyo en la TAC y de la de Cornelis Zitman también como diseñador de muebles a través de Tecoteca –legendaria empresa creada precisamente en los cincuenta− y en las que intervino Lourdes como curadora, se desarrolló un vínculo interesante. Rivas, entre otros aportes, escribió un texto para el catálogo Interior Moderno y le manifestó a Blanco su intención de hacer su tesis sobre Arroyo y sus círculos. La idea común: el cabal entendimiento del diseño como algo abarcante. El interior moderno es una forma, también, de sensibilidad. Sustituir, digamos, unas formas anticuadas −una silla, un sofá, una cerámica, pero de igual modo una relación− es una idea enunciada por Miguel en un número de la revista Letra a hombre y expresión (en el original todo en minúsculas). Allí hay un artículo sobre los muebles que había diseñado para Alfredo Boulton. La edición en la que aparece el artículo la prestó Lourdes para la exposición en Nueva York [era el primer número; hubo un segundo, un tercero y un cuarto o último en otro formato, según LB. La portada del primero en particular es de Mateo Manaure. Los avisos, diseñados por Clara Urdaneta, Juan Pedro Posani y Alejandro Otero; la tipografía tendía al dominio de la minúscula, como en el diseño de Herbert Bayer de la Bauhaus; la sociedad editora a estaba dirigida por Carlos Raúl Villanueva, Ramón Losada Domínguez y Juan Pedro Posani. Se daba como dirección avenida Los Jabillos, 27, La Florida.]

 

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Tiene la intención de establecer una fundación, un centro de investigación en su casa; con estos libros, estas obras, esas estampas, estos archivos. Previamente hay que organizar todo. No puedo, dice, pasar horas buscando algo. Que cualquiera que pueda venir a investigar, lo haga y ella o una bibliotecóloga que la ayuda brinde el servicio con prontitud.

También guarda el archivo de Nedo y el de la fotógrafa Sarita Guardia de Mendoza.

Arroyo no fue solo el hombre que impulsó la cerámica en Venezuela a partir de los años cincuenta, dándole un lugar en las artes. Luego de la publicación del libro sobre el ceramista, vendrán Miguel Arroyo y la docencia y Miguel Arroyo y la museografía.

En aquella librería que llevaba el maestro Prieto –una relación sobre la cual alguien debería investigar, signada por la preocupación docente− asistió Arroyo a una conversación entre el maestro y Betancourt poco antes del 18 de octubre del 45.

Miguel Arroyo diseñaría el mobiliario de dos librerías más en su vida: La Librería dentro de la sala Mendoza, a finales de los setenta, cuando precisamente Lourdes Blanco dirigía la sala en la avenida Andrés Bello (hoy se encuentra dentro de la Universidad Metropolitana) y Cruz del Sur en su asentamiento de Sabana Grande, con sus tres preciosos niveles en el moderno Centro Comercial del Este, hoy bastante disminuido por el cemento que ha echado alrededor la Alcaldía manejada por el chavismo.

Los lectores de esta nota harían bien en seguir la pista de lo venezolano en el MoMA, en el MAD y en la Americas Society. Como dice el diario madrileño El País en referencia a la exhibición de la Americas, se trata de un acto de justicia. De reparación. De reconocimiento. En el MoMA, Latinoamérica en construcción: arquitectura 1955-1980. En el MAD, New territories: laboratories for design, craft and art in Latin America. Y en la Americas, Moderno: design for living in Brazil, Mexico and Venezuela 1940-1978. Agrega El País: «La ciudad [Nueva York] en particular, y Estados Unidos en general, tenían una cuenta pendiente con el diseño latinoamericano de mediados del siglo pasado.»

 

FOTO de Alfredo Boulton. Sala de su casa en Pampatar que diseñó Miguel Arroyo apoyado en Otero y Calder.