Felipillo al rescate

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Felipe González llegará en algún momento a Caracas, ya que al parecer ha debido suspender su viaje previsto para este domingo 17. El exdirigente del PSOE tiene amistad de vieja data con Venezuela. Ha sabido comerse las uvas verdes y las maduras, políticamente hablando. En una vieja entrevista hecha por el periodista venezolano Manuel Felipe Sierra habló de su relación con Acción Democrática

 

Sebastián de la Nuez

Manuel Felipe Sierra lo entrevistó para El Diario de Caracas la mañana del 25 de julio de 1979 en el Hotel Ávila, donde se hospedaba el dirigente español que por entonces contaba 37 años de edad. Le faltaban cuatro años para ser presiden del gobierno español. Después de hablar de la situación interna en su partido —por entonces muy al rojo vivo ante la disyuntiva de si proclamarse marxista o no—, Sierra le preguntó acerca de su relación con AD:

—Usted ha venido varias veces al país invitado por Acción Democrática y se conocen sus vínculos personales con dirigentes adecos. ¿Hasta dónde llegan sus compromisos con este partido, qué similitudes existen entre AD y el PSOE?

A lo que el andaluz respondió:

Hay relaciones de amistad y personales con dirigentes de AD. Ahora, en relación a las similitudes ideológicas, el problema es muy claro: no se pueden establecer paralelos entre los partidos socialistas europeos y las fórmulas socialistas o socialdemócratas de América Latina. En Europa, los partidos tienen una definición de clase muy notoria y ella los hace asumir con mayor fuerza el planteamiento marxista, mientras que acá los partidos socialistas tuvieron una visión restringida del marxismo y se fundaron a partir de la afirmación de lo nacional sobre lo extranjero. Por eso son partidos con elementos tomados del populismo y el nacionalismo, y su base social es mucho más amplia, va más allá de la clase obrera. Ese hecho, en mi opinión, hace que sean realidades políticas y sociales distintas.

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González al parecer mantenía una confrontación, al momento de su estadía en Venezuela, con otros dirigentes de su partido anclados en el marxismo. Dijo que no se trataba de contraponer dos posiciones (marxismo sí, marxismo no); que hubo en alguna asamblea un claro planteamiento suyo: el PSOE no debía definirse como marxista; el marxismo había que tomarlo como un instrumento de análisis pero en ningún caso como una definición absoluta.

En fin, veía hacia el futuro y más allá que sus congéneres; deseaba que en el PSOE convivieran marxistas, socialistas radicales y socialdemócratas. Entonces le preguntó Sierra “pero usted, ¿en cuál de esas tres categorías se ubica?” a lo cual respondió:

Siempre he sido y seré socialista.

De modo que un socialista ha de arribar próximamente a la tierra del socialismo del siglo XXI y sin embargo el Gobierno local ha advertido de que se abstendrá de cuidarlo o recibirlo, o sea, que allá usted señor González. Lo cual, en boca de un régimen que cuenta con patriotas cooperantes armados y grupos de choque motorizados, cebados en la impunidad, suena bastante peligroso.

Pero, ¿qué ha pasado para que el régimen chavista o madurista sea tan proclive a insultar a este superviviente de la transición española, a la cual contribuyó sin duda exitosamente? ¿Es que Felipe Gonzáles no es ya un socialista sino una especie de José María Aznar instruido y perspicaz? El otro día, en una de sus alocuciones, el presidente Nicolás Maduro los puso a ambos en el mismo saco, y al actual jefe de Gobierno español también, Mariano Rajoy.

En realidad, hay bastante diferencia entre el PSOE y el PP, como la hay entre Felipe González y José María Aznar.

Tanto la izquierda española como la centro derecha representada primero por Unión de Centro Democrático —el partido del bien recordado Adolfo Suárez— y ahora PP contribuyeron junto a la voluntad inequívoca de Juan Carlos de Borbón a superar el franquismo remanente tras la muerte del caudillo, consolidando una democracia que pudo, así, empujar a España dentro del siglo XX de la mano de la CEE y dejando atrás amagos de recalcitrante fascismo como la intentona golpista el 23 de febrero de 1981.

Hay que ver lo que tuvo que pasar el talante democrático español para doblegar la aceitosa mancha franquista. Vean nada más esta perla contenida en Una biografía psicológica: Franco, de Enrique González Duro.

(…) El tema sucesorio le obsesionaba, casi le torturaba [a Franco]. Insistía en que la monarquía era la forma legal de su régimen, pero “habrá un rey o regente que gobernará sin los inconvenientes de la democracia o del liberalismo, para lo que el pueblo español no está preparado”. En diciembre de 1962 reiteraba que “en España no llegará a reinar el conde de Barcelona. Por su forma de pensar, daría paso a una revolución comunista como la que vencimos en el 39. Si no se encuentra un rey que garantice el régimen, se nombrará un regente”.

Dejó finalmente al rey, y el rey lo traicionó en buena hora.

En el fondo, Nicolás Maduro y su combo piensan más o menos lo mismo: el pueblo venezolano no está preparado para la democracia o el liberalismo. Por eso hay que chantajearlo con misiones.

Lo importante, a fin de cuestas, es: alguien que a sus 37 años o poco más ayudó a construir la democracia española tal como la conocemos hoy, con sus defectos y virtudes, estará en Caracas para ocuparse como abogado de los detenidos políticos del chavismo. O, al menos, para tratar de ayudar.

No es, en absoluto, un mal aliado. Él aprendió quizás de Carlos Andrés Pérez a ser más populista, a jugar más con el sentido nacionalista español sin olvidar las diferencias regionales y así ampliar su base de votantes. Algo le debe a Venezuela, además de que sobre él pesa lo que pesa sobre todo español con un mínimo de conciencia histórica: sabe que la emigración española tras la Guerra Civil tuvo en Venezuela hogar, trabajo seguro y amistad.

Para el devenir político de González puede consultarse la Wikipedia, de donde se extrae el siguiente párrafo que da una idea del poder que ejerció:

Estuvo trece años y medio en la presidencia del gobierno español, siendo el mandato más largo en la democracia española. Bajo su dirección el PSOE logró dos mayorías absolutas consecutivas: la de 1982, con 202 diputados en las Cortes, y en 1986, elecciones en las que obtuvo 184 diputados; asimismo, en 1989 obtuvo 175 diputados, exactamente la mitad de los que componen el hemiciclo. En 1993 perdió la mayoría absoluta, obteniendo 159 diputados. Tras este resultado, el PSOE pactó con Convergència i Unió para poder formar gobierno. En 1996, perdió las elecciones al lograr 141 diputados frente a 156 que consiguió el Partido Popular. Fue elegido diputado por última vez en 2000, año en el que concurrió a las elecciones en la lista del PSOE por Sevilla.