Una visita a la galería Freites, donde actualmente exponen el norteamericano Donald Sultan y los venezolanos Pedro Fermín y Carlos Cruz-Diez. La conclusión más evidente: no todo en esta ciudad es mediocridad y hegemonía comunicacional
Sebastián de la Nuez
Una vez había una «ronda de galerías» que hacía El Nacional, pero también El Universal dedicaba páginas o reseñas al arte en su cuerpo 4, el mismo de los clasificados… Claro, sobre todo cuando se trataba de una exposición en el Maccsi. Ahora todo ese mundillo de la plástica parece como cubierto por una lona.
Una vez había unos cronistas que cubrían las exhibiciones de las galerías, las reseñaban o comentaban. Ahora cada vez hay menos papel y menos ideas para cubrir el que queda a disposición de la tinta. Pero el arte sigue, no parece haber muerto en Caracas. En absoluto. Las salas se remozan cada tanto con propuestas que te dejan patidifuso o indiferente, según el caso. El mercado del arte sigue vigente en esta ciudad de zombis y alienígenas. En Los Chorros, La Trinidad o Las Mercedes renace el milagro, el espíritu, la inquietud, el color, la materia o la no materia, que también puede ser un elemento manipulado por la mano/intelecto del artista.
Pedro Fermín es una buena persona que hace fintas con cintas de colores desplazándose por el aire con su gracia alada. Estaba al lado de su esposa y de otras personas el domingo en la galería Freites. La galería Freites es un lugar espacioso y fresco. En su planta baja ofrecía una muestra del estadounidense que hace bodegones con brea, alquitrán y masilla, y el alquitrán a veces se le chorrea por los bordes del soporte, y todo parece muy rústico y espontáneo pero seguramente no es nada improvisado. Son bellísimas flores.
Y en la parte de arriba es donde exhibe, por ahora y hasta nuevo aviso, el venezolano Fermín —nació en Carúpano—, quien está un tanto preocupado porque vienen a tomarle fotos y él piensa que uno siempre pone cara de tonto en tales circunstancias. Pero no; no pone cara de tonto y es un tremendo artista a quien alguna vez le deslumbró Caracas cuando llegó el mismo año del terremoto (1967). No está muy optimista sobre el futuro del país. Se siente hijo de la modernidad, y la modernidad es un orden, una posibilidad… También él, a la hora de buscar materiales para sus obras, le encuentra pleno sentido a la palabra escasez. No hay orden posible ante eso.
Y este domingo está allí María Elena Ramos, que es su amiga y conversa con él y deja que le tomen fotos mientras conversan delante de una de sus obras. También están Elizabeth Cemborain e Isabel Cisneros cerca, mirando su obra. Ramos ha escrito (en realidad fue más que escribirlo) el más bello libro sobre el arte relativo al cerro Ávila que se haya hecho en este mundo: El Ávila en la mirada de todos.
Allí quedaron, artista y museógrafa, conversando juntos en un bonito rincón de una ciudad latinoamericana como otra cualquiera. No todo es desahucio y violencia; no todo es mediocridad y hegemonía comunicacional.
Por cierto, una nota de Prensa anuncia que a partir de esta semana las intervenciones cromáticas del maestro Carlos Cruz-Diez regresan a Caracas en nueve obras: una selección de sus famosos «Colores aditivos e Inducciones cromáticas», realizadas entre 2010 y 2015. Dice la nota que representan una extraordinaria oportunidad para reencontrarse con el más reciente trabajo del maestro. Cuadros de pequeño y mediano formato que llegaron directamente de su taller en Panamá.
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