El infinito en una cinta flotante

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Pedro Fermín, el artista nativo de Carúpano (ver nota anterior aquí), muestra sus Diálogos con escultores y pintores que le han interesado particularmente.  Todo comenzó en un rancho improvisado, detrás de la casa familiar en Carúpano

 

Sebastián de la Nuez

Fermín se ha hecho a sí mismo como artista manteniéndose abierto a la experiencia estética. Ante el objeto-obra de arte  calla y asimila, se conmueve y aprende. O simplemente toma nota. Pero nada parece dejarlo indiferente.

Desde los bisontes de las cuevas de Altamira, ingrávidos y sutiles, todo le atañe. Está flotando en el aire, aquel bisonte que ha quedado como vestigio de la sensibilidad de los antepasados de las cavernas.

Ahora Fermín traspira algo de eso, en esta sala con escaleras que conduce a otra sala, todo forrado en paredes blanquísimas y suelo de madera que se conserva en la sede del BOD (antes Corp Banca) en La Castellana.

 

ADMIRACIONES TRANSFIGURADAS

Fermín admira a Mondrian, por ejemplo. Le hace un homenaje a la obra que dejara inconclusa al fallecer, Victory Boogie-Woogie. Le interesó la espacialidad, esa cosa como de ver una ciudad desde arriba. Tomó los planos y los hizo –los construyó, les dio cuerpo− en el espacio, como dándoles una estructura interna que los soporta.

La obra Intervalo hace alusión al trabajo de Richard Serra, escultor minimalista estadounidense nacido en 1939 y quien es conocido por sus grandes piezas de acero. Con Intervalo, Fermín quiere que el espectador note cómo la obra se va construyendo mientras quien mira anda a su alrededor. Y es cierto: ese ondulante retorcimiento del metal va cambiando su forma mientras avanzas o retrocedes.

Habla Fermín, por cierto, de un elemento coreográfico.

Hay otra obra que alude a Max Bill, un arquitecto suizo que a la vez fue pintor, escultor, diseñador gráfico, tipográfico e industrial además de publicista y educador. Bill tiene varias esculturas sobre la forma de la cinta o banda de Möebius. Fermín corta la banda de Möebius. “La corté para que sus puntas estuvieran separadas y a la vez el espectador pueda unirlas nuevamente o dejarlas liberadas para que se vayan al espacio infinito. En algún momento pienso que van a unirse…”.

Algo de lo que han hecho otros, pues, le dejaron alguna interrogación; o una inquietud intelectual en relación a volúmenes y espacio. Es un poco obsesivo: en Plano continuo (en la galería Freites de Las Mercedes, actualmente), está una cinta de superficie roja cortada en sus extremos. Busca el movimiento que Mondrian pintó en Composición en rojo, amarillo y azul. Quizás también Fermín quiere hacer cosas más sencillas que la vida.

Trabaja en un taller en Los Rosales. Un sitio no muy grande, y quizás no lo necesita pues suele comenzar a trabajar con una lámina de acero templado que no tiene sino unos pocos milímetros, y la corta con unas tijeras. Le gusta trabajar esos espirales; le gusta partir de lo básico, de lo elemental. Y si tuviera que relacionar lo que hace con sus manos y una ciencia, escogería la cosmografía. Lógico. Ha leído a Carl Sagan, el astrofísico norteamericano.

Hay algo en la niñez o adolescencia de Fermín que debe tener relación con todo esto. Es Carúpano quizás a finales de los cincuenta, y él sube a una colina y se acuesta a ver pasar las nubes. No es, en realidad, que las nubes pasaran, sino que viajaban. Y en ellas había una energía… esa clase de energís que lo mueve todo.

Allí estaba este sucrense que trabaja cintas que buscan el infinito o lo intuyen o lo insinúan. Ya lo atraía, en aquellos cielos del oriente venezolano, aquello que, mientras viaja, se va modificando. ¿Por qué salieron sus dos hermanos, Pedro Julio y Zany, matemáticos? Alguna influencia del padre hubo en ellos, en los tres hermanos.

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En cierta ocasión, una señora vio una de sus obras y le dijo: “Yo veo esto y quisiera volar”.

Y todo comenzó, en efecto, en un rancho improvisado en la parte trasera de la casa familiar en Carúpano. Los muchachos le pusieron un nombre: taller. Recuerda Fermín cuando llegó un circo y él quiso imitar uno de sus artilugios en forma de estrella. Cierto: todo regresa desde el pasado y se proyecta al futuro o se devuelve en un continuo vital, un ir y venir, infancia recuperada; y el cerebro o el intelecto controlan las manos: de la sensibilidad a la habilidad artesanal, de la memoria a la indagación prospectiva… una y otra vez, sinuosamente.

 

Fotos: Pedro Fermín debajo de sus cintas, fotografiado por Oswer Díaz Mireles el domingo 22 de noviembre de 2015.