John Lennon partió hacia su eterno campo de fresas


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[Originalmente publicado en El Diario de Caracas, 10/12/1980] 

Aquí no hay biografía; no hay datos ni cifras. Eso quedará para quienes escriban la historia cronológicamente  detallada de todo lo que ha pasado. Aquí se muestran dos visiones: una, que parte de las letras de las canciones de Lennon y conecta con el movimiento social y artístico que las provocó. La otra es una reseña crítica de la reacción de los norteamericanos ante la muerte del músico

Algunas veces pienso que este mundo es un gran patio de prisión / Unos somos presos / Otros somos guardianes –  Bob Dylan

 

John Lennon ya es leyenda. El tiempo pasa, y las heridas cicatrizarán. Después de todo, quedará solo el sabor de lo que pudo haber sido y no fue. El Diablo ha vuelto a triunfar. Como en Dallas. Como en Memphis. Él se llevó a Jimmy, a Janis, a Morrison, a Brian. Gente que tocaba y cantaba por el placer de hacerlo para gente que oía por mística y devoción. Cuando las explicaciones terrenales no sirven para nada, quedan al menos los cielos de mermelada y las flores de celofán. Gloria a Dios en las Alturas, a pesar de que permitió que sucediera todo.

 

NO PODÍA PASAR DE LOS 40

Les conté acerca de los campos de fresa / ya saben, el lugar donde nada es de verdad / bueno, aquí tienen otro lugar a donde ir / donde todo fluye (…) / les conté acerca de la morsa y todos saben que no podríamos ser más amigos (…) La morsa era Paul – John Lennon, Glass onion

 

Es que la gente siente mucha simpatía por el Diablo. Él se presentó un día vestido de Hell Angel y acabó con el sentimiento de Altamont, matando a un negro que intentaba subir al escenario para abrazar a Mick Jagger. Aquello era el principio del fin. Woodstock ya no se volvería a repetir.

Él inyectó a Janis Joplin con heroína, tomando la forma de sociedad hostil. El lema era «sácales el jugo, que den todo lo que puedan». Que se mantengan en pie a como dé lugar. Anfetaminas, cocaína, todo lo que venga en cápsulas.

La misma vieja historia se repite. Aunque esta vez, los métodos son distintos. Mientras sucedía lo de Altamont y Woodstock, los Beatles se separaban. La separación era, a todas luces, lógica. Y no vale la pena volver sobre lo mismo de cinco o seis años atrás. Y menos que ninguno, John Lennon.

Era la oportunidad para enfrentarse a sí mismos. Los relatos oníricos ya no cabían en el mundo de millones que los enfrentaba, aunque seguramente ninguno de ellos disminuyó sus dosis diarias de estimulantes. Lucy en el cielo con diamantes había bajado a la tierra y se había encontrado con Vietnam, Irlanda, Angela Davis y Nueva York. No se podía seguir mirando el mundo a través de una cebolla de vidrio. Además, la dulce jovencita del bosque noruego era, en realidad, una fea y chiquita japonesa, una intelectual con gran ojo empresarial que metió a John siete días en una cama, lo puso desnudo en una carátula y demás yerbas. Como consecuencia de todo esto, a John por poco lo crucifican. Era hora de reconsiderar el bucólico mensaje de Let it be, había que darle poder a la gente; había que pedir un chance para la paz; había que denunciar que la mujer es el negro del mundo.

¿Es posible imaginarse a John Lennon viejo? No; al igual que no es posible imaginarse a Elvis Presley viejo. Ambos murieron alrededor de los cuarenta, y aunque Lennon no se sometía a severos tratamientos, la muerte de ambos tiene algo de significativo como encarnación eterna de juventud que eran.

 

EL CANTANTE CANTARÁ UNA CANCIÓN

Imagínate que no hay cielo (…) / Imagínate a toda la gente viviendo en paz (…) Imagínate que no hay países (…) / Nada por qué matar / Nada por qué morir (…) Tú puedes decir que soy un soñador / Pero no soy el único / Espero que algún día nos sigas… y el mundo será uno –  John Lennon, Imagine

Cuando me desperté esta mañana / Mi cama estaba empapada en lágrimas / Han matado a un hombre al que amaba de verdad / Le han pegado un tiro en la cabeza – Bob Dylan en su canto a George Jackson

 

«Es un error confundir arte popular y arte pop», dijo Umberto Eco. La confusión es necesario aclararla porque, si bien los Beatles derivaron del rock, su evolución empujó la era hippie, manifestación contracultural sin base ideológica precisa que alimentó y se alimentó del arte pop. Los Beatles son, entonces, un producto de la cultura de masas que impulsó, y a la vez fue asimilado, por el arte pop. Lo que sucede es que en la tradición anglosajona se ha llamado siempre popular art a lo que el mundo latino conoce como cultura de masas «…y se hablaba de popular art incluso cuando se hacía una crítica aristocrática de la cultura de masas diciendo que el popular art no era arte. El pop art nació precisamente como un juego inteligente e irónico sobre el popular art, pero por su capacidad de identificarse con él ha llegado a ser lo mismo; los cómics de Lichtenstein era pop art» (Umberto Eco, entrevista en el libro Los movimientos pop, de la Biblioteca Salvat de Grandes Temas).

Un proceso paralelo podría ser atribuido a la música de los Beatles: en un principio, el rock era popular art reservado solo a los negros. Aunque los Beatles, desde luego, no fueron los primeros blancos en reproducir la machacona energía del género, rompieron tantas barreras e incorporaron tal número de nuevas sonoridades y técnicas, que el proceso se dio en la misma medida: barroquismo, clasicismo, vaudeville, blues, música india. Todo era reinventado, para bien o para mal. Todo esto tiene que ver mucho con el kitsch. Pero cuando las cosas se hacen con genio y audacia, no hay barreras ni crítica posible.

Todo lo anterior se enmarca meramente en un contexto artístico. Otro problema es el significado social de todo ello: el progresivo engullimiento por parte del establishment de una contracultura cuyos signos eran la paz y el amor, revertida en contra de sus propios creadores e impulsores mediante una serie de mecanismos que no viene al caso analizar, pero cuyos coletazos aún no se extinguen, como lo prueba la sangre derramada el lunes pasado, frente al edificio Dakota en Nueva York.

Ahora, el cantante cantará una canción. La última. El asesino disparará su arma, George Harrison rezará a su Dios y Mick Jagger aumentará, quizás, sus dosis de heroína para olvidar que eso le pudo haber sucedido a él. El libre albedrío no existe, definitivamente. Tenía que suceder así. Todo encaja perfectamente. A John Lennon lo mató Nueva York, ese lado de la ciudad que Woody Allen escamotea en su película. Esto puede oler a predestinación, pero es perfectamente comprensible en una sociedad posiblemente muerta, aunque no sepultada.

Sebastián de la Nuez