Un paseo por El Hatillo en las cercanías de la Navidad: poca afluencia de gente en el centro comercial, y quienes estaban merodeando la mercancía en las tiendas tampoco era que cargaban demasiadas bolsas que digamos. La propia mercancía, escasa. Eso sí, toneladas de carcasas para móviles. Valía más la pena adentrarse en la galería 39 y conocer a sus musas
Sebastián de la Nuez
Hasta ayer domingo 20 estaba abierta la Galería 39 en El Hatillo con tres muestras: una habitación repleta de vasijas dispuestas en el suelo como un batallón de la variopinta artesanía criolla, dos salitas con frutos y obras sobre el cuerpo y el erotismo del pintor Pedro Tagliafico —revelación personal al carboncillo con forma y color de lo genital— y alhajas de la orfebre Flor Areinamo.
La 39 es un lugar para estar un rato, conversar e incluso almorzar pues una parte de esta casa fue arrendada para tal fin. En la otra parte reinan dos musas: Luisa Elena Sánchez, fundadora hace 18 años, y Carolina Toro, su partner en la organización. El muro por fuera no es verde ni azul sino todo lo contrario. Calle Bolívar, estrecha como todas las calles de El Hatillo, pero limpia, bajando desde la plaza principal de El Hatillo un par de cuadras. En la esquina hay una escandalosa taguara de apuestas hípicas; doblando a la derecha y siguiendo como si fueras hacia el centro comercial encuentras un sitio de quesos, cachapas y golfeados regentado por un ingeniero agrónomo. Los quesos son realmente buenos. El lugar se llama De la finca y no en balde lleva ese nombre pues lo que allí se vende viene, en su mayor parte, de la finca familiar. Calle Sucre, frente al polideportivo Vinicio Mata.
Luisa Elena y Carolina llevan la 39 con donaire, desparpajo y tozudez. Ayer había pocos visitantes pero allí estaban ellas exultantes en su buen humor navideño, charlando y atendiendo… Pudieran ser musas al estilo de las que pintó en su día el francés Maurice Denis. ¿Qué simbolizan, si es que deben simbolizar algo en especial? Probablemente la mejor forma de meter en una licuadora vital la voluptuosidad criolla y las artes plásticas en su posibilidad de vanguardia conceptual. Quizás ellas sepan transmitir mejor que nadie ese confuso estado del alma donde moran la fluidez musical y el misterio de las formas e ideas imaginadas, dibujadas o solo intuidas. Son eclécticas, abiertas y entusiastas. Se nota que ejercen la noble calistenia de la amistad. Probablemente este lugar sea, a fin de cuentas, solo un pretexto para recibir amigos y ponerse a hablar de lo que más les gusta. Oficialmente y según sus propias palabras, la 39 tiene como propósito consolidar artistas contemporáneos que han desarrollado una trayectoria y, a la vez, servir de plataforma a jóvenes creadores activos en el ámbito artístico nacional e internacional.
Dentro del marco de la exposición de Tagliafico se instaló Mil, la habitación antes descrita, llena de vasijas, que se propuso José Antonio Fernández como una manera de llamar la atención hacia la cerámica venezolana y la necesidad de valorarla más (ver más información aquí).
También esta la colección de collares y alhajas diversas a cargo de Flor Areinamo, Primavera en invierno.
Por cierto: Fernández editó un bellísimo catálogo diseñado por Waleska Belisario, que contiene una revisión de su trabajo escultórico: lo vegetal, lo mineral y, en ocasiones, lo animal —dice su introducción— aparecen en la obra de este escultor como realismo, adaptación de las formas naturales y celebración de la materia-forma.
La 39 vuelve a abrir a mediados de enero.
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