José Gil Fortoul, reconocido historiador venezolano y escritor de la Historia Constitucional de Venezuela, habla de su trabajo y de su vida en esta entrevista imaginaria. Una vida llena de historia
Andrea Vera Mondazzi
Permanece callado, sin inmutarse. Lo único que sale de su boca es humo. Bocanadas de bruma espesa cubren su cara. La comisura de sus labios sostiene una pipa marrón y envejecida. Profundas arrugas surcan su rostro, el monóculo que usa en el ojo derecho difícilmente se sostiene en su sitio. A pesar de la edad, sigue usando la gomina que controla lo que queda de su cabello rubio grisáceo. El bisoñé tapa la calvicie frontal.
Cada vez que puede se sienta en su biblioteca para observar el cerro Ávila con tranquilidad y melancolía, como lo hace ahora. Está en su casa en el Country Club, pero viste elegante. Para la ocasión se puso una rosa en el ojal del saco como siempre ha acostumbrado. Se siente cómodo vistiendo así, es un hombre de maneras refinadas.
José Gil Fortoul, de 75 años de edad, no es un tipo común como cualquier otro. Es historiador, sociólogo, político, diplomático, educador, penalista, literato, deportista y hasta fue presidente de la República. Individuo de número de la Academia Nacional de la Historia desde 1918. Entre todos sus libros publicados resaltan los dos tomos de Historia Constitucional de Venezuela.
—Eso es lo que de mí quedará —responde pausadamente cada vez que alguien le pregunta por su obra insigne.
―¿Qué significa para usted la historia?
―Un género extraordinariamente difícil y complejo. Es ciencia y arte, o literatura a un tiempo. Ciencia con los mismos títulos y por iguales razones que las demás ciencias. Estudio que allega materiales minuciosos para clasificarlos, y luego describir y compendiar, apuntar hipótesis, hacer conjeturas momentáneas. Y señalar causas, asentar conclusiones, formular leyes de evolución, sistematizar, revivir el pasado: ambientes, hombres, sucesos. Explicar el presente y echar una que otra ojeada al porvenir. El historiador estudia los hechos y los hombres como un fisiólogo las funciones del organismo y un anatómico los tejidos del cadáver.
Detrás de él reposan miles de libros en los estantes. A Gil Fortoul le apasiona la lectura y la escritura. Desde temprana edad pasaba horas sentado en la biblioteca de su padre leyendo cuanto libro cayera en sus manos.
MANÍAS DE UN ESCRITOR
En 1886 fue nombrado cónsul de Venezuela en Burdeos, Francia. Se mantuvo diez años lejos de su patria ejerciendo varios cargos diplomáticos hasta que regresó a Caracas en enero de 1897. Siempre fue un viajero, un nómada. Desde su retorno a la ciudad capitalina vive entre Europa y Venezuela. Viaja durante aproximadamente tres semanas en barcos grandes a vapor, para ir y venir.
Su amor por la historia lo llevó a proponerle al gobierno venezolano, presidido por Ignacio Andrade para ese entonces, la idea de escribir Historia Constitucional de Venezuela, pues lo que se proponía necesitaba de apoyo institucional. En diciembre de 1898 empezó el arduo trabajo. Tenía intenciones de narrar la época que iba desde la Declaración de Independencia hasta su tiempo presente.
―¿Por qué decidió irse a Europa para terminar de escribir esta obra?
―Por el calor caraqueño. Este clima tiene un efecto debilitante. Produce pereza e inercia intelectual a cualquiera. Escribir ese libro no fue tarea fácil. Tuve que investigar y revisar miles de documentos que me proporcionó el gobierno. Todo yo solo. Con poco tiempo en mis manos no podía darme el lujo de dejar de escribir meses por el calor insoportable. No soy maniático, pero esa es una de las razones por las que vivo acá. Hay una atmósfera fresca que facilita los pensamientos. Jamás podría coexistir en el ambiente ruidoso, caluroso y fatal para la salud que hay en el centro de Caracas.
El historiador confiesa que aún no ha terminado de redactar Historia Constitucional de Venezuela. Aunque ya haya publicado dos tomos, aún le falta un tercero para completar sus planes iniciales. Un tercero que está elaborando.
―El humo de mi pipa es un libro de pensamientos propios, ¿por qué decidió publicarlo?
―Es mi obra favorita. No la más conocida pero sí mi favorita. Me encanta el periodismo, la historia y la literatura. He publicado hasta poesías, pero esta es especial. ¿Por qué? Porque representa un respiro a una vida ocupada. Como digo en el preludio, esas páginas fueron escritas en horas de cansancio, cuando el espíritu analiza, sin elección, lo que en él surge. Si algo me hizo entender redactarlo es que el pensamiento es un niño incorregible, a quien ningún castigo retiene en casa. Y si lográsemos encerrarlo, se moriría de tristeza. Mejor es dejarle que vaya a realizar su capricho: atraer, en el escaparate de librero, la mirada de algún paseante. Por eso lo publiqué, mi pensamiento no puede ser encerrado, mejor que sea libre.
Aleja la pipa unos segundos de su boca mientras toma un sorbo de su trago favorito: güisqui con soda. Coloca el vaso de vidrio de nuevo en el escritorio de madera y la pipa regresa a su lugar. El humo lo envuelve completamente, sin embargo, su postura permanece intacta. Se impone con respeto y seguridad.
EFERVESCENCIA AUTÉNTICA
Tenía fama de peleador. Para él, sus contiendas eran simples “tempestades de verano”. Nada que durara en el tiempo porque olvidaba pronto.
―¿Considera su personalidad peleadora un defecto?
―¿Sería preferible otro temperamento menos inflamable y más constante? Qué sé yo. En último resultado la vida no es más que un combate. Aunque en ocasiones mi carácter es muy fuerte. Cuando tengo ataques incontrolables de ira el monóculo vuela por los aires, rueda por el piso y se hace añicos. Como ya te habrás dado cuenta lo uso sin cordoncillo. Pero eso no representa un problema para mí, tengo lentes en cajas de una docena para solventar estos arrebatos.
―Cuando fue nombrado ministro de Instrucción Pública preparó el Código de Instrucción. Los contrarios a este decían que sus propuestas educativas no se ajustaban a la realidad venezolana por su larga ausencia del país, ¿qué respondería a esto?
―Siempre que dicen que no conozco bien el contexto de mi tierra respondo: “Nunca vibra más hondo el sentimiento del patriotismo que cuando se contempla a distancia la patria y se establece el término de comparación entre su estado de cultura y el alcanzado por otros pueblos”. Es verdad que he vivido en Europa casi toda mi vida, y por ello soy capaz de saber a dónde tenemos que dirigirnos como país.
―¿Qué le gusta hacer en su tiempo libre?
―Depende de mi ánimo. Muchas veces me gusta ir al hipódromo y al club Venezuela, mi otra casa. Cuando puedo asisto diariamente a partidas de póquer, bridge o bacará. Pero muchas veces prefiero caer en el deseo irresistible de derribarme sobre un sofá, encender mi pipa. Soñar con los ojos abiertos, soñar mirando las paredes. ¡Dulces instantes! Los miembros se extienden perezosamente como en un baño tibio. El pensamiento vaga entonces con los mismos caprichos que el humo.
José Gil Fortoul recibió la influencia directa de Adolfo Ernst cuando asistió por tres años seguidos a su clase de Historia Natural en la Universidad Central de Venezuela. Allí aprendió a admirar esta ciencia. Ernst es el principal promotor de los estudios naturales en Venezuela durante la segunda mitad del siglo XIX. Promovió la creación de obras como el Museo Nacional y la Biblioteca Nacional. Impulsó la enseñanza de ciencias naturales en la UCV.
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Falleció el 15 de junio de 1943 a los 82 años. Nunca logró completar el propósito de su libro más conocido. Antes de que la muerte lo sorprendiera trabajaba en el tercer tomo del mismo. Hoy se han olvidado sus logros diplomáticos y políticos. Solo es recordado por sus obras, en especial Historia Constitucional de Venezuela. Como él dijo –echando una ojeada al porvenir–: “Esto será lo que de mí quedará”.
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