La cara de la muerte

JoseRojasMendoza(Sucesos)La foto la tomó Oswer Díaz Mireles durante su guardia de carnaval, cuando a los reporteros les toca cubrir todo lo que salga. Es otro cadáver para las estadísticas. Este, al menos, tiene nombre y edad. Fue localizado allí donde lo ven, casi en el cauce del río Guaire a la altura del distribuidor Plaza Venezuela. Identificado, dice la escueta nota de El Universal, como José Enrique Rojas Mendoza, de 28 años, presentó un impacto de bala en el tórax, además de fractura en la pierna izquierda. Bomberos del Distrito Capital fueron alertados a las ocho de la mañana del miércoles 10 y funcionarios del Cicpc levantaron el cadáver, agrega la nota.

Así terminó el carnaval para José Enrique Rojas, y todo lo demás también. No llegó a disfrutar de la “octavita”.

Los policías, o los periodistas de sucesos, presumen que fue atacado luego de la trifulca que se suscitó en las adyacencias de Plaza Venezuela la noche anterior, “y que se extendió hasta Sabana Grande”.

Vaya, tan solo una trifulca. Ni siquiera un ajuste de cuentas ni un enfrentamiento con la Policía ni una disputa por el territorio en un barrio. Una trifulca.

En su libro de reportajes y crónicas Cuando era feliz e indocumentado, Gabriel García Márquez incluyó lo que él mismo denomina en un sumario una historia de injusticia bajo el título “Condenados a 20 años pero son inocentes”. El nudo desencadenante de la injusticia es un asesinato. Matan al taxista Vicente Hernández Marval y a quien era su compañero en la cabina del Mercury negro en el momento del crimen, un vecino del taxista de nombre José Gregorio de Pablo. Eso ocurre en 1952. El taxista es una ficha del partido Copei que suele repartir panfletos políticos aprovechando su itinerante trabajo citadino. El otro, De Pablo, simplemente estaba en el carro equivocado en el momento menos oportuno.

La viuda del taxista ha jurado durante todos estos años, es decir, los que van del 52 al 57, cuando habla con García Márquez —reportero de alguna revista venezolana al lado de Plinio Apuleyo Mendoza—, que se ha condenado por tal hecho a dos trabajadores del puerto de La Guaire de manera absolutamente arbitraria, y tiene buenas razones para sospechar que han sido esbirros de la Seguridad Nacional quienes en verdad cometieron el doble homicidio. Un juez, en algún momento, parece reivindicar la inocencia de los dos arrestados (y torturados para arrancarles confesiones a la fuerza) por la SN pero los hombres reciben sentencia condenatoria de 20 años de todas maneras.

Hasta allí la historia. García Márquez sabe que la mujer tiene razón; su relato, sus declaraciones y los datos que ofrece más lo que obtiene GGM por su cuenta, caminan en la misma dirección, coinciden. García Márquez llega hasta el punto en que el juez —hay que nombrarlo: el doctor Ferraro—, el mismo que antes los trató de absolver, interpone, ya cuando en el país manda una junta de gobierno post Pérez Jiménez, un recurso para que tal junta haga valer sus atribuciones constitucionales y conceda el indulto a los dos reos, quienes a la sazón ya han cumplido cinco años de pena inmerecida.

En tiempos de dictadura, la Seguridad Nacional actuaba de manera totalmente impune. Sesenta años después, en el futuro, un gobierno democratizará la impunidad. Será lo único que realmente democratice mientras constriñe libertades en todo lo demás.  En la Venezuela que tampoco García Márquez advertirá en su terrible nitidez, el esbirro que te toque podrá ser la persona con quien te has estado echando unos palos durante horas en una noche de carnaval. Te perseguirá sobre la autopista, saltarás de manera imprudente tratando de salvarte, te partirás la pierna y de todos modos te van a atravesar el tórax.

Esta ciudad excreta muertos por todas partes. Gilles Lipovetsky dice en La era del vacío —capítulo titulado “Violencias salvajes, violencias modernas”— que la violencia ha sido desde siempre un comportamiento de honor y desafío, no de utilidad.

¿Qué utilidad podría haber tenido la muerte de este anónimo Rojas?

Una cosa es cierta: quien lo asesinó tiene 98% de posibilidades de no pagar por su crimen. Igualito que la Seguridad Nacional en sus buenos tiempos. / Sebastián de la Nuez