Las palabras tienen un peso pero andan ligeras en su vuelo, vestidas con alas, y si cuentan con un medio en expansión, masivo, son doblemente ligeras y llegan lejos. Hollywood, la industria del cine, se volvió en una época contra sus propios talentos. La sociedad norteamericana, maniacodepresiva como ninguna, veía conspiraciones soviéticas por todas partes. He aquí la historia de un guionista en una película imprescindible, Trumbo (Jay Roach, 2015)
Sebastián de la Nuez
Uno se entera por la película Trumbo, que tiene todos los méritos cinematográficos que pueda desear un cinéfilo, de las virtudes personales de un actor como Kirk Douglas y de la cobardía de un “duro” en la pantalla como Edward G. Robinson. Hay momentos de la película en que uno no sabe si te están pasando un trozo documental original o es la dramatización del momento histórico que revive. Es la época de la lista negra y hay un gran antecedente de este film que se llama El testaferro (Martin Ritt, 1976) donde actúan Zero Mostel y un muy novato Woody Allen.
Hay varias escenas memorables en Trumbo dentro de un guion impecable que parece hecho por el propio Dalton Trumbo. No. Trumbo falleció hace muchos años. En realidad lo hizo John McNamara, quien tiene una prolífica trayectoria como productor ejecutivo y escritor de series para TV.
Una de estas escenas memorables: el encuentro e intercambio de palabras entre el muy patriota y anticomunista furibundo John Wayne y el guionista Dalton Trumbo. La película es, dicho sea de paso, no solo un homenaje a un valiente y talentoso padre de familia, escritor afamado de Hollywood que cae en desgracias por simpatizante del partido comunista norteamericano; es, sobre todo, una elegía a la libertad de pensamiento. Con eso bastaría para que todo venezolano de hoy vaya, la vea y la disfrute.
Otra escena memorable es cuando la hija mayor de Trumbo (Nikola, interpretada ya de jovencita por una entrañable Elle Fanning, actriz de primera línea), niña todavía, comienza a preguntarle al padre si, como dice la gente, y comienza a decir la TV, es comunista y qué es eso de ser comunista. Le pregunta, luego, si su madre (interpretada por otra profesional de primera, Diane Lane, esta ya consagrada) lo es. Él responde que no. Y le pregunta finalmente si ella misma es comunista y el padre le contesta con una píldora: si tú, Nikola, te llevas el mejor desayuno posible a tu escuela, digamos, el sándwich de jamón y queso que tanto te gusta, y resulta que una compañera tuya no ha podido llevarse ni siquiera un pan, ¿tú qué harías? ¿Mandarla a trabajar para que pueda comprarse algo?
A partir de allí se ha ganado a su hija para toda la vida, y ella buscará, a su manera y en su propio ámbito, ser como él.
La otra escena es cuando la columnista Hedda Hopper cita al actor Douglas para confrontarlo con un agente del Comité de Actividades Antinorteamericanas. El actor se ha inmiscuido en la producción de lo que a la postre será uno de los films clásicos de Stanley Kubrick, Spartacus. Y quiere que Trumbo arregle el guion. Si esa escena con la abyecta Hedda y el soberbio agente o fiscal del CAA tuvo un correlato en la realidad o al menos se le pareció, desde luego que el padre de Michael fue un hombre de una sola pieza, acero inoxidable.
Por supuesto que Dalton Trumbo ha tenido sus debilidades y contradicciones, sus desafueros y momentos de extremo autismo, como todo creador entregado a su tarea. Al final la película es eso, un retrato, un biopic, cuyo marco referencial es la libertad de pensamiento. Vemos cuán importantes son las historias creíbles, aun las que se construyen para agradar al público más grueso. Vemos el peso de las palabras. Las palabras transportan ideas. Trumbo, severo y experto en su manejo, ayuda a cambiar el rumbo de una sociedad temerosa, agresiva e hipócrita con una entrevista que le hacen en televisión. Le preguntan por la lista negra. Dice que ha visto su horror y su crueldad, la pérdida de vidas que acarrea [varios de quienes se quedaron sin trabajo por haber sido despedidos por causa de la lista negra, acaban suicidándose a principios de los cincuenta] mientras él camina por “la larga línea del anonimato”. No quiere firmar mediante testaferros más películas. No va a inventar más seudónimos. Dice que esa pequeña estatuilla dorada, bastante inútil, está cubierta por la sangre de sus amigos.
Por cierto, Trumbo recibió solo una nominación a los Oscar de este año: el de mejor actor, para Bryan Craston en su papel protagónico.
En Venezuela también hemos tenido listas negras durante estos 17 años. Las sigue habiendo, de manera abierta o soterrada.
me encanta leer personas con clase
Gracias, Carmen Elena. Espero que otros materiales también sean de su agrado.