Ese calor áspero que de ti emanaba

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Faride Mereb es una joven venezolana que promete. Y cumple. Fundó una pequeña editorial, pequeñísima, pero es muy probable que crezca. Sus primeros libros versan sobre Miyó Vestrini

 

Sebastián de la Nuez

Ediciones Letra Muerta está destinada a crecer al amparo de esta emprendedora diseñadora gráfica y licenciada en Artes. Tiene talento. Tiene capacidad para asociarse con gente que reconoce su valor y la apoya. Como Elisa Maggi, la viuda de Salvador Garmendia; como el fotógrafo Vasco Szinetar, como el artesano del papel y la tinta Javier Aizpúrua. Crecerá Ediciones Letra Muerta a pesar del país, a pesar del dólar, a pesar de la intemperie.

Ha editado dos libros dedicados a la periodista y poeta Miyó Vestrini, quien murió cuando apenas acababa de nacer Faride. Miyó se hastió de la vida. Seguramente lo tenía pautado desde hacía años, cuando todos la conocimos más en El Diario de Caracas. Uno piensa en ella ahora, de nuevo, gracias al trabajo que recupera y arrejunta Faride. Quizás Miyó no se daba cuartel a sí misma; quizás la daba ya por sabida y bien sabida, a la vida, de modo que pudo despedirse de ella sin mayores miramientos.

Un grupo de periodistas una vez estuvo en su casa —en esa avenida arbolada que sube desde la Rómulo Gallegos y se adentra en Sebucán— tomando vino y hablando de periodismo. Estaban sus compañeros de la sección de Cultura de El Diario, entre ellos Luis Lozada Soucre, a quien le tocó escribir la nota luctuosa en el propio periódico un par de años más tarde,  el primero de diciembre de 1991. Esa nota está en forma de facsímil en un cuadernillo que acompaña Es una buena máquina, la primera de las obras que Faride ha editado en la imprenta de Aizpúrua, una especie de álbum dentro de un sobre: afiche, tiras de papel, fotos, estampas, riesgos tipográficos… y errores mecanográficos consagrados por Barthes. Es poesía inédita de Miyó. Y es lo que uno llamaría una novedosa propuesta editorial por todo el cañón, aun cuando suene a Lugar Común —librería y figura retórica donde, por cierto, ha tenido su epicentro la actividad post editorial de Letra Muerta.

En ese pedazo de facsímil del original escrito por LLS y publicado en EDC hay algo puntual que describe a Miyó mejor que nada: ese calor áspero que de ti emanaba.

Después de Es una buena máquina, Faride se dedicó a recopilar entrevistas de Miyó escritas para El Nacional a principios de los ochenta. No deben olvidarse, por cierto, las que también escribió para la revista de fin de semana que por algún tiempo fue encartada en El Diario de Caracas. Este otro libro, Al filo, son 16 entrevistas a intelectuales criollos o radicados en el país. Otra original propuesta editorial hecha seguramente con retazos de cartón y papel que quedaron en Ex Libris —la imprenta de Aizpúrua— como remanente de trabajos previos. El reciclaje, la conversión del desperdicio en materia bellamente re-tratada, es clave en Letra Muerta. Esto de Al filo es un paquete. El libro propiamente dicho viene envuelto.

Mientras tanto, queda el recuerdo en el restaurante de carnes de la esquina al que llamábamos El Mosquero, y no en balde. La esquina de la calle 9 de la zona industrial de La Urbina donde estaba por ese entonces la sede de El Diario. Allí está Miyó un día cualquiera de trabajo, sentada a la mesa entre compañeros de Redacción, almorzando. Me propuso a mí, que me iniciaba en el periodismo, entrevistar a Suzy, la regente del Tic Tac, el sitio de la avenida Bolivia donde recalaban todas las tardes poetas, escritores, profesores de la UCV, guerrilleros de regreso y políticos del establishment para arreglar el país, como diría García Márquez, que ellos mismos habían contribuido a desarreglar.

Naturalmente, nunca se me ha olvidado esa confianza en mis posibilidades para retratar aquel universo social concentrado en un bar; venía de una mujer a quien todos respetábamos con todo y su persistente sequedad cálida.