Quién olvidará a Larrys Salinas

Foto1LarrysSalinas

La Coral Infantil Integrada de Guayana-UNEG (Universidad Nacional Experimental de Guayana) fue un proyecto que nació en noviembre de 1991, pero fue a partir de 1996 cuando, bajo la orientación del profesor Larrys Salinas, evolucionó como ente estable adscrito a la Coordinación de Cultura de la UNEG y con las características que han marcado su trayectoria. Dicho así, al estilo de un currículo, no parece haber matices. Pero los hay. El director musical Salinas le dio vida a esta coral de una manera profundamente humanísta, aceptando niños y adolescentes con problemas variados. Les dio ilusión, una causa para compartir, sentido de la excelencia y del rigor, una razón para levantarse con entusiasmo cada mañana. Salinas acaba de ser asesinado de dos disparos en Ciudad Guayana, se supo este jueves 10 de marzo. Esta semblanza es una versión sintetizada y actualizada de un trabajo realizado para la asociación civil Venezuela Competitiva en julio de 2009

Sebastián de la Nuez

En ningún otro ámbito como en la Coral Infantil Integrada de Guayana-UNEG han podido verificarse de manera más fehaciente los postulados de la Constitución —esa Constitución tan prostituida por el gobierno chavista— sobre derechos del niño; en especial el derecho a la participación. Bajo la premisa todos podemos cantar, rompió con cierto paradigma de las corales en cuanto a las aptitudes innatas que supuestamente deben tener sus integrantes. El deseo de cantar fue a partir de cierto momento, y lo sigue siendo, lo importante en la coral infantil de la UNEG. Así lo estableció Larrys Salinas, genio y figura de esta experiencia, en 1996: no elegir chamos sino dar oportunidad a todos, afine o no. Su responsabilidad es formar oído musical y rítmico.

Larrys, reciente víctima fatal de la violencia —al parecer fue asesinado por el hampa en alguna parte de San Félix, aunque su cuerpo fue hallado vía El Pao mientras que su automóvil desapareció—, comenzó a aceptar niños con necesidades especiales, enfermedades terminales y/o en condiciones de abandono. Había visto de cerca un caso especialmente conmovedor. Un niño llamado Ramsés Revanales. Ramsés deseaba fervientemente cantar pero no lo recibían en ningún coro pues padecía un tumor en su nervio óptico que se desencadenaría en metástasis. Larrys, para entonces estudiante de Informática, lo aceptó en su agrupación. El niño tenía cinco años. Con Ramsés comenzó a cambiar la vida del coro, y la del mismo Larrys, quien se decidió a estudiar Educación Especial. (Ramsés habría de fallecer en Estados Unidos: su madre lo había llevado allá en busca de una solución.)

 

LA CORAL DE SALINAS

Al momento de realizar el trabajo para Venezuela Competitiva había más de cien integrantes en la coral de Salinas, algunos en silla de ruedas, otros con dificultades para trasmitir a plenitud su rico mundo interior, otros dueños de una salud que empleaban con todas sus fuerzas juveniles ayudando a los demás a superar sus limitaciones. La coral es música abierta y polifacética, el amanecer de una Venezuela que busca la inclusión. Ya lo era en 1996, lo seguía siendo en 2009 y desde luego, tras la muerte del emprendedor Larrys, deberá seguir siéndolo más que antes.

La de Salinas fue una cruzada de la esperanza. La gente que asistía y asiste a las actuaciones de su coral, tal como él la reinventó, queda tocada, como quien es testigo de un rito místico.

 

EL ENSAYO EN DIRECTO

Para que cada actuación sea un suceso, un logro de acoplamiento y hermandad, es preciso ensayar todos los días a las 5:30 de la tarde.

En el último piso del hotel Cumberland Caracas, a esa hora exactamente durante una jornada de visita en la capital, están apenas unos 35 integrantes –no todos pueden viajar a todas partes− ensayando para la presentación de esa misma noche en el hotel Eurobuilding. Reunido en una sala más bien pequeña, el variopinto grupo con edades entre 4 y 17 años parecía encontrarse con las facultades a tope. Larrys, vestido de riguroso traje, les hacía señas mientras tocaba su sintetizador portátil. Además del instrumento del director, apoyaban varios estudiantes universitarios guayaneses: un baterista, un percusionista, un trombonista y un guitarrista. Todos ellos vestidos de azul oscuro. Y los demás, los propios integrantes de la coral, enfundados en franelas rojas con su nombre y el distintivo de la agrupación tejido en el pecho.

Entre una canción y otra, apenas unos segundos de intervalo. Sin relajo ni alboroto. Todos se mantenían en su sitio. Larrys anunciaba la siguiente pieza y comentaba algo. Un muchachito, de rodillas sobre la moqueta, se movía al compás de la música sin abrir la boca. Los demás interpretaron varias piezas del repertorio y al llegar a Guayana es, Guillermo Lusinchi —lo llamaban Guille— hizo suyo el rayo para lucirse en su frenético ritmo de calipso. Guille era el más alto entre los jóvenes y quizás, también, el más inquieto. Larrys le indicó que atenuara sus ímpetus. Después, recordó a todos que en cierto momento de la actuación debían elegir a alguien entre las filas del público para animarlo a mover el esqueleto. La última canción ensayada aquella tarde en la salita del Cumberland fue El ratón, la legendaria pieza de Cheo Feliciano compuesta durante la eclosión de la Fania All Stars. Sonaba maravillosamente en sus voces. El joven Andrés Torres llevaba la voz líder.

Al finalizar el ensayo, Larrys dio instrucciones para la vestimenta de esa noche. Habrían de reunirse en el lobby, listos para salir en el bus, en el término de 45 minutos. En efecto aparecieron vestidos, los chicos, de traje negro y corbata verde agua, y las chicas, con traje largo del mismo color.

 

OJALÁ QUE LLUEVA CAFÉ

Carmen María Villarroel era para esa época la presidenta de la fundación que le daba —o le da— soporte institucional a esta coral. Pero en verdad coordinaba todo. Me contó que trabajaba en Puerto Ordaz y que era educadora; se había vinculado desde 1998, cuando entró a formar parte del coro su adorada Carmarys (no era su hija sino una niña tomada a su cargo). Me dijo que aquella coral era una bendición: “Me parece un milagro ver a los niños incorporarse al trabajo, y a sus padres integrándose. Esto me permite realizarme en lo personal y también en lo profesional porque, aunque no canto ni en la bañera, ayudo a Larrys en algunos detalles musicales”.

Para aquel momento, cuando la coral había cumplido doce años, alrededor de 60% de los integrantes tenía condiciones especiales. Dijo Carmen María que las características de Larrys eran la abnegación y la humildad. “Ni aun enfermo se cansa; trabaja en función de que se acepten todas las personas por igual”.

Para el trabajo que me pedía Venezuela Competitiva hice varias entrevistas con niños y adolescentes del coro. Entre ellos, María Victoria Ravelo, voz soprano que a la sazón llevaba nueve años en la coral. En ese momento tenía 17 años, se había graduado de bachiller  y se disponía a estudiar Medicina en la UDO de Ciudad Bolívar. Rainier Linares, mezzosoprano, cantaba a dúo con María Victoria el merengue dominicano Ojala que llueva café. Ya llevaba once años en la coral. Me dijo: “Es una gran parte de mi vida; allí están mis mejores amigos. Es algo que me gusta, y además contribuyo a que los demás se integren”. Se encargaba de las voces de los niños especiales, y me dijo que su ilusión era hacer el trabajo de Larrys en el futuro.

 

DOS MADRES, DOS OPINIONES

Entrevisté a Laura Rojas y Mary Carvajal. La primera, madre de  un varón de 10 años (César Javier, en quinto grado para ese momento) y de una hembra de 7 años (Mística Carolina, en segundo grado). Médico pediatra, apoyaba en áreas claves para el buen funcionamiento de la coral. Me dijo que la adaptación de los niños “no regulares” permitía que revelaran un potencial interno que muchas veces sorprendía a los propios padres.  “Aquí hay constancia, perseverancia, lineamientos y normas: desde las madres que apoyamos el proyecto hasta el más chiquitico de la coral”, dijo. Le pregunté a Laura lo que les diría a los padres y madres con niños con necesidades especiales. Contestó de esta manera: “Les diría que a su casa llegó un ángel de Dios; no una carga o un sufrimiento. Es un ángel sin rencores ni malicia que vive para traer paz y amor a la familia. Y si no han buscado apoyo, existe este tipo de proyectos donde lo va a encontrar, a través de proyectos como este verá a su hijo de manera diferente”.

Por su parte, Mary Carvajal, merideña y odontóloga, tenía en la coral a un niño con síndrome de Down de 16 años, José Luis Torres. Le pregunté qué le había dado la coral a José Luis y me contestó: “Mucho. Antes era un niño muy tímido, se aislaba. Entró a los 12 años y se ha integrado, ahora es más extrovertido y la prueba está en que sale a bailar. Lo más importante es que, desde el mismo momento que entró, los demás lo hicieron un miembro más. Eso es lo que uno busca cuando tienes un niño especial. Que la sociedad lo acepte, que no lo rechace. La coral lo ha hecho más responsable, creándole hábitos: si le dicen que a tal hora hay un ensayo, eso él lo respeta. Y ha aprendido a valerse por sí solo”.

El informe sobre el caso de la coral para Venezuela Competitiva exigía determinar los valores fundamentales para el éxito de la experiencia. De allí la indagación sobre el líder de la agrupación, Larrys. Se determinó que probablemente una clave era el rigor en la búsqueda de la excelencia. Como dijo una madre, “no se admiten excusas para no andar tras la excelencia”.

Otra mujer me contó sobre el sitio donde ensayaban usualmente en Ciudad Guayana: el salón de usos múltiples de la universidad, sede Villa Asia. Era posible que no fuera el mejor sitio pues, en ocasiones, debían compartirlo con otras agrupaciones culturales de la universidad, y era muy caluroso. Pero  si faltaba agua o papel o lo que fuera, no había excusas [eran otros tiempos: aún no se había producido el desabastecimiento actual]. Larrys no admitía cruzarse de brazos, y remataba: “Hay que rendir mil por ciento para que cuando estemos cansados rindamos el cien por ciento”.

Larrys representaba para el grupo la razón y el entusiasmo; había modelaje en su conducta, y al mismo tiempo sabía ejercer el mando con firmeza cuando hacía falta. Me definió su rol así:

Por un lado amor puro, condescendencia, complacencia; pero siempre manteniendo unas líneas de trabajo, respetando unas normas.

 

QUIÉN ERA LARRYS SALINAS

Salió  de una familia de catorce hermanos donde los padres impusieron el sentido del respeto, de la entrega y del querer. “Una familia estructurada, organizada”. Padre caraqueño y madre barquisimetana. Su papá comenzó a trabajar en Sidor y por eso la familia se radicó en Puerto Ordaz. Una educación bajo parámetros de equidad y consecuencia. Durante nuestra entrevista para Venezuela Competitiva, me puso el ejemplo del helado: o se compraba helados para todos los hermanos, si había dinero, o no se compraba para ninguno. “O se picaba un helado en catorce pedacitos”.

Lo criaron bajo la idea mormona del Evangelio con la cual se puede estar o no de acuerdo, pero en todo caso el resultado de esa formación religiosa pudo constatarse en la práctica. A través de la religión de los padres, los hermanos Salinas se acostumbraron a practicar lo que aprendían los domingos en la iglesia. Los lunes siempre había un consejo familiar llamado Noche de Hogar  durante el cual hablaban, por ejemplo, del amor hacia el prójimo. De allí surgía el compromiso para practicar ese precepto: tareas específicas  para cada quien, las cuales se revisaban al siguiente lunes para ver efectivamente si cada quien había cumplido con lo prometido. La mormona es una religión de enseñanza-actuar.

Lo aprendido en casa más lo escuchado en la iglesia hicieron a Larrys. Lo que lo cautivó del mormonismo, afirmaba, es que en primer lugar la religión respeta la voluntad de escoger, el libre albedrío. “Y lo otro: lo que aprendes, lo aplicas. Por eso supe que no se debe hablar tanto sino actuar”.

Comenzó sus escarceos con la música a los 8 años; aprendió piano con rapidez y empeño. Lo primero fue Noches larenses y luego Fulgida luna. Con 8 años hizo eso y vio que había una niña sordomuda en la iglesia; no le importó. Era una ocasión para practicar la mímica (no hay por qué asombrarse: luego integraría a su coral de la UNEG algunos sordomudos, habrían de hacer su aporte bajo ciertas condiciones).

De modo que a los 8 ya estaba fogueándose en la dirección musical. Se empleó después en la UNEG y comenzó a dirigir su coro infantil formado por los hijos de los trabajadores de esa universidad. Se aprobaban para entrar los que tenían condiciones para el canto. Siguió tales reglas durante cinco años hasta que hizo una pausa por motivos de salud.

Se embarcó en una carrera que en realidad no era lo que deseaba y llegó hasta octavo semestre de Ingeniería Informática. Por ese tiempo lo afectó un virus cerebral que le paralizó la coordinación de brazos y piernas; al parecer salió del trance con renovados bríos pues marchó a Maracaibo a hacer labor de misionero, previo aprendizaje religioso en Bogotá. De hecho, habría de convertirse en  sacerdote mayor, progresando dentro de la jerarquía de acuerdo a edad y responsabilidades asumidas. Incluso fue —lo ha debido de seguir siendo al momento de su fallecimiento— sumo sacerdote. “La religión no la veo como un dogma ni como una filosofía, sino como un estilo de vida; simplemente pongo en práctica lo que predico”.

Todo lo que me dijo, dicho de una manera directa —sin alardes, sin golpes de pecho— y espontánea, lucía perfectamente acoplado en su vida.