La galería GBG Arts en Prados del Este ofrece una muestra de trabajos de artistas jóvenes venezolanos donde se unen de diversos modos la plástica y la fotografía
Te bajas del carro en donde venden los yates —o más bien en el terraplén de al lado—, entrando a la avenida principal de Prados del este a mano derecha, antes del centro comercial. Galpón 2 o, mejor, preguntas por la galería GBG. Una vez dentro caminas por un pequeño pasillo, giras a la derecha y te vas adentrando en el mundo de Píxeles, cuya muestra encuentras a mano izquierda. Luego viene la exposición recién inaugurada propiamente dicha que se llama Oasis: la fotopintura y la pictofotografía, cuya curadora es Sagrario Berti. Allí están representados con obras que son pinturas y parecen fotografías, o viceversa, Rafael Arteaga, Rigoberto Astupuma, Starsky Brines, Lesly Chacón, María Teresa Hamon, José M. Ramírez, Arsenio Reyes y Clara Ferrand, Costanza de Rogatis, Lubeshka Suárez y Efraín Ugueto.
Es una colectiva heterogénea, variopinta, exuberante, pero con cierto aire común y es la preocupación, o el juego, entre el trazo que sale de la mano, producto de la inclinación plástica del autor, y la mirada que se fija a través de un artefacto… o sea, la fotografía. Lienzo, papel de algodón. Acrílico, dibujo, soportes y herramientas distintos. Plumilla, carboncillo. Registro, serigrafía, fotomontaje, collage: todo es posible en esta dimensión. A final de cuentas puedes entender o no un paisaje a través de una retícula plástica, o una reproducción al óleo de una fotografía que solo el artista tuvo delante en algún momento.
La nota de Prensa con la cual se ha difundido la buena nueva de esta exposición alude al “puro registro de ascendencia fotográfica”, el cual es retroalimentado por la metáfora o la alegoría y viceversa. Dice también que los artistas parecer recurrir al repertorio de formas de la pintura clásica, “a la instantaneidad de la fotografía, a las artes gráficas, a la velocidad del trazo dibujado o a la apropiación de ilustraciones que fluyen en internet”.
En general hay una vuelta a la infancia, a lo lúdico, al juego de las imágenes donde lo publicitario, lo religioso o el oscuro bodegón rompen límites e invaden con desenvoltura y desparpajo el campo vecino. También hay indagación sobre culturas, oficios, personajes y tecnologías. Las mujeres de Costanza en Bratislava son maravillas de pies desnudos.
Puede que hayan sacado, estos artistas, una fugaz luz de una hamburguesería, de unos fascículos de historia, de una estampa sagrada. No importa. Dejen que la gente interprete lo que quiera, si es que debe interpretar algo en particular. ¿Qué hay, pongamos por caso, en este trabajo de Brines?
Si vas un fin de semana entre 11 de la mañana y tres de la tarde, puede que te encuentres con la inquieta Gabriela Benaím o con su madre —que se llama Consuelo Ginnari y también es artista plástica. Como Ricardo. Como los demás familiares Benaím que parecen haber salido de un útero ancestral con su caja de creyones Prismacolor incluida.
Gabriela o Consuelo te ofrecerán una copa de vino, un bizcocho y sus comentarios sobre Ugueto, Costanza, Báez y los demás. Felipe y Clara, por ejemplo, que se fueron a fotografiar los servidores de Facebook en la ciudad más fría de Europa. Y allí están. Son como niños, pero no hay ingenuidad en la propuesta. En absoluto. Estos niños han crecido con un pincel y un obturador en los labios, y tienen algo que narrar./SN
FOTO DE ARRIBA: Gabriela Benaím (de lentes oscuros) con su amiga la artista Manuela Fernández, una de las invitadas de la muestra permanente Píxeles.
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