El artista plástico acaba de inaugurar una muestra de trabajos en el sitio cultural de Los Galpones. Por cierto, esta semana, cuando la ciudad ha cumplido 449 años, hubo encuentros en diversos puntos que vale la pena poner de bulto. Todos conducen en una dirección de reto y esperanza
Sebastián de la Nuez
La exposición de Ricardo Benaím en Los Galpones queda un poco recóndita: parte de atrás de una tienda de Los Galpones. El domingo pasado, penúltimo del inflacionario mes de julio de 2016, el artista plástico nativo de La Candelaria estaba entre un grupo de amigos inaugurando, vaso de vino plástico en mano, la muestra de sitios icónicos de Caracas que ha elaborado sobre diferentes soportes y con diversos instrumentos. Es un homenaje a su ciudad, a ciertos lugares que probablemente carga Ricardo en su cabeza desde que era niño. Sigue siendo un niño, a su manera, pero con herramientas muy desarrolladas ahora. Tiene oficio, ambición que entusiasma; siempre piensa en hacer cosas en colectivo.
Es interesante lo que ocurre en la ciudad de Santiago de León de Caracas mientras los salvajes que gobiernan hacen, fieles a su condición, salvajadas.
El domingo en la tarde, la plaza sur de Altamira, en el anfiteatro, estaba a reventar de gente con Leonardo Padrón y Mariaca Semprún en plan de diálogo y canto. El lunes, un homenaje de Claudio Nazoa y Laureano Márquez al poeta Aníbal Nazoa encendió de buen humor la placita de Los Palos Grandes, frente al Excélsior ahora, a menudo, asediado de bachaqueros. La buena vibra llegó hasta la pared de enfrente, literalmente hablado; exactamente hasta el sexto o séptimo piso de un edificio al otro lado de la calle: un caballero tendido en una hamaca. Repantigado en ella, cobijado en el balcón de su apartamento, refresco en mano, disfrutaba del show patrocinado por la Alcaldía. No solo fue un homenaje a la figura del padre de Claudio (contó cosas entrañables sobre él), sino a los humoristas que han sufrido al régimen chavista.
El jueves, en la librería El Buscón, Ramón Guillermo Aveledo y el padre Luis Ugalde bautizaban un libro muy acertadamente titulado Elogio de la política. Igualmente, a reventar de público. Por cierto, en el mismo Trasnocho, esta vez en el teatro, una obra adaptada y dirigida por Héctor Manrique agota cada fin de semana las localidades. Interesante y de rabiosa actualidad para los venezolanos al mezclar con talento, dentro de la noción de thriller judicial, ética y justicia. La obra se llama Terror.
La gente decente está reconciliada con Caracas (o más exactamente, con sus centros de cultura y buen vivir) a pesar de todos los pesares. Los salvajes no la conocen. Simplemente se conforman con odiarla.
Es muy recomendable ver la muestra de Benaim en Los Galpones porque, a través de su precisa puntada, pone en relieve los lugares que estuvieron allí antes de la barbarie y, cuando la barbarie se haya extinguido o al menos haya sido minimizada por una avalancha de votos en contra, seguirán estando allí para todos, los nativos y los extranjeros, los resentidos y los neoliberales, los decentes y los bárbaros. En esos lugares icónicos se encontrarán los caraqueños de todos los puntos cardinales, quienes, siguiendo a Ugalde y Aveledo, habrán de dejar la antipolítica definitivamente de lado y creer en la política como lo que es, la ciencia del bien común.
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