Leonardo Vivas vivió por dentro el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez, cuando se ejecutó el paquetazo y luego se desataron los demonios del golpismo. Ha regresado por unos días a Caracas —vive y trabaja en Boston, Massachusetts— para ver de cerca el desastre y su conclusión sobre el saco de grillos de la oposición actual es muy sencilla: hay que concertar. En tiempos de CAP se hizo una consideración tecnocrática del proceso, no política, y pasó lo que pasó. Un dato adicional: se le echa la culpa a Carlos Andrés, cuando en verdad fue culpa del gobierno en su conjunto
Sebastián de la Nuez
Su padre Lorenzo Vivas nació en San Juan de Colón, Táchira, y su madre Mireya Peñalver en Cumaná. Se conocieron en Caracas mientras estudiaban. Eleonora es la hermana mayor, quien lo cuida todavía, sobre todo cuando viene a Caracas procedente de Boston, como en estos últimos días de julio. Una familia de raigambre adeca que parió un muchacho alguna vez cercano al MAS y quien se hizo un sitio dentro de una tecnocracia recién llegada al ámbito de las políticas públicas a finales de los 80, comienzos de los 90. Allí estuvo Leonardo Vivas Peñalver, hidalguía y fe en las posibilidades de este pueblo aunque a menudo se equivoque.
Leonardo Ruiz Pineda era muy amigo de su padre, un médico que militó en el PDN y luego en Acción Democrática y quien fuera diputado en la asamblea estadal cuando Medina Angarita se hallaba en el poder. Ruiz Pineda fue presidente (gobernador) del Táchira. De hecho, el nombre que lleva Vivas Peñalver se lo debe al mártir de la lucha contra Pérez Jiménez, quien pernoctó en su casa a manera de concha cuando era perseguido por la Seguridad Nacional.
Este Leonardo jamás tuvo interés, sin embargo, en vincularse con Acción Democrática. Quiso enrolarse, más bien, en un partido antisistema como el MAS. Era un poco la oveja negra de la familia, con sus toneladas de primos militando en AD. Estudió en el liceo Gustavo Herrera, justo al arribar la familia a la capital procedente de Barinas. Al terminar el bachillerato, su papá decide mandarlo a Estados Unidos, donde se inmiscuye en las luchas de protesta contra la guerra de Vietnam. Verse metido en eso, más la renovación universitaria con epicentro en la UCV que viviría en 1968, fue determinante. Nunca militó en la juventud comunista.
Estuvo un año en la universidad Lisandro Alvarado (UCLA) en Barquisimeto, fundada por su padre durante el quinquenio de Rómulo Betancourt. Abandonó esta universidad a raíz de una huelga y se vino a Caracas: comenzó a estudiar Psicología en la Central pero, por lo visto, no estaba tan animado a los estudios como por la posibilidad de ver mundo. Y le llegó esa oportunidad con un grupo de jóvenes que proyectaba largarse hasta la Patagonia andando, en cola o en cualquier autobús que se les atravesara. Al final el grupo se redujo a tres. Estuvieron diez meses recorriendo América Latina, asimilando experiencias como el nacimiento de la ANAPO como partido en Colombia, un movimiento de izquierda que estuvo cerca de llegar al poder en esa época (luego, una parte se separaría para formar el insurgente 19 de julio). Estuvieron en Ecuador cuando Velazco Alvarado, en Chile con la efímera pero estimulante efervescencia de Allende; siguieron hacia el sur y luego cruzaron hacia Argentina, donde conocieron a los líderes del sindicalismo en auge. Entraron a Uruguay dos días antes de las elecciones donde se presentó por primera vez el Frente Amplio, hoy en día en el poder (una fuerza política que se define como democrática, artiguista, antioligárquica y antiimperialista). Luego, Brasil.
Aquel viaje le dejó una educación sociopolítica y un texto sobre el recorrido que después trataría de editar sin resultados que valga la pena resaltar. Al volver a Venezuela hizo política universitaria, gestionó equivalencias y finalmente se graduó de sociólogo. Y se marchó a Inglaterra, donde hizo un postgrado en Estudios del Desarrollo. Allá estuvo dos años.
Desde luego, Leonardo lleva por dentro un temperamento analítico e inquieto. Por fuera lo que lleva, por lo general, es buen humor propenso a departir con amigos y un trago de por medio. Luego de estos 16 años en Boston, donde ha hecho diversas cosas en el plano académico, se sienta en el Trasnocho y ve por el espejo retrovisor aquella coyuntura del país, con Carlos Andrés Pérez como protagonista. Allí quizás se gestó el huevo de la serpiente que habría de parir esta tragedia que hoy vive el país.
EL PERIPLO LABORAL
Trabajó en un organismo apoyado por Naciones Unidas que se ocupaba de incentivar la producción de insumos nacionales para la industria, sobre todo la petrolera, la eléctrica, la cementera, entre otras. Luego pasó a la dirección de Industria del Ministerio de Fomento; después, protagonizó la transición de Fintec (un organismo de crédito a la tecnología) que se disolvió pues simplemente no tenía demanda. Se transmutó en el Centro Nacional de Competitividad, que terminó llamándose Venezuela Competitiva. Todo eso durante el periodo de CAP y después con Rafael Caldera Parte II.
Venezuela Competitiva fue una buena iniciativa donde se involucraron, entre otros, Imelda Cisneros y Jonathan Coles. Leonardo fue su director ejecutivo por varios años. Desde allí un grupo de profesionales interdisciplinario buscaba y documentaba experiencias venezolanas exitosas por su gestión, por sus resultados en la creación de riqueza, por su proyección social. Aparecieron muchas organizaciones de diverso tipo: ejemplos del emprendimiento, la creatividad y la capacidad gerencial del venezolano cuando se propone las cosas por su cuenta y riesgo sin esperar —al menos sin esperar tanto— a que el Estado le sirva de mecenas. Venezuela Competitiva era una asociación civil híbrida pues se mantenía con aportes de la empresa privada y del Estado. Fue creada mediante un fideicomiso aportado por el Ministerio de Fomento. Como era de esperarse, el chavismo ignoró esta instancia que hubiera podido impulsar réplicas de gestión con buenas prácticas a lo largo y ancho del país. Chávez jamás mencionó la palabra competitividad en sus peroratas.
Como puede verse, aquellas cosas en las que trabajó Leonardo apuntaban hacia la modernización del parque tecnológico, el emprendimiento y la búsqueda de buenas prácticas al estilo criollo. En fin, hacia un país que tomara las riendas del desarrollo alternativo al rentismo petrolero. Evidentemente, el país no quiso ese rumbo sino que se enclaustró en la antipolítica.
Emigró a Boston en 2000. Estuvo en Harvard como fellow, una figura académica que le permitió dedicarse a la investigación. Dentro de un grupo de venezolanos, se involucró en una fundación para mejorar la educación de los hispanos en la zona de Boston. Luego de permanecer varios años en el centro de derechos humanos de la Escuela Kennedy de Gobierno (Harvard), pasó a la Northeastern University, donde da clases actualmente.
Del MAS —aun cuando se desprendió pronto— le queda una cierta ilusión por el cambio en Latinoamérica. Fue en los setenta cuando creció en Leonardo esa idea de edificar con sentido práctico el cambio; hacerlo con tecnología, con modernidad. Por eso busca irse a Inglaterra. Asimila herramientas con vistas a la construcción del socialismo tal como él lo entendía ya para entonces.
Por cierto, lo terminó de entender con Miterrand. Fue otra experiencia, entre 1981 y 1984, que lo influyó sobremanera: en Francia vio y vivió de cerca esa era Miterrand y las opciones que dentro de una coalición socialista-comunista se le abrían teniendo por marco Europa. En cierto momento, Miterrand debió escoger entre el mercado común europeo o el aislacionismo. Allí entendió LVP que cualquier régimen económico aislado no tiene vida. Aquel socialismo de Miterrand produjo la reestructuración de las grandes empresas: del automóvil, de la siderurgia, de la electricidad, etc. Gracias a esa reestructuración, cuando llegó el gobierno capitalista de Chirac esas empresas estuvieron en mejores condiciones de ser privatizadas.
Ya Leonardo había asimilado la idea de reforma antes que la de revolución. Marx nunca entendió el papel del comercio internacional, lo veía como un acto predatorio. Eso es algo que el gobierno de Allende no entendió. También le ha ocurrido al gobierno de Chávez y ahora al de Maduro.
DOS LIBROS
Escribió dos libros antes de esta etapa norteamericana que le ha tocado al establecerse en EEUU con su segunda esposa, Angélica, y la hija de ambos. En el primero de ellos no en balde titulado Crónicas de un tecnócrata en apuros salta de un tema a otro: es una colección de textos que da cuenta de la variedad de intereses de Leonardo: políticos, económicos, internacionales, sociales. A pesar de su perspicacia, le hago notar que la palabra resentimiento no aparece por ninguna parte, y es algo que poco después sería determinante en la casta que asumiría el poder.
Me contesta que es algo que, en todo caso, se gestaba pero sin expresión política en aquel momento. Me dice:
Fíjate tú: La Causa R, justo en la elección donde quedaron muy cerca Caldera, Álvarez Paz, Claudio Fermín y Andrés Velásquez, fue la expresión del descontento en ese momento pero no con la tónica que luego el chavismo explotó. Uno veía en La Causa R más bien la posibilidad del cambio con una fe un poco simplista, pero no a partir del resentimiento.
El otro libro, publicado una vez que asume Chávez el poder, se llama La última revolución del siglo XX. José Vicente Rangel lo llamó a raíz de la aparición y le dijo que a Chávez le había gustado; que se quería reunir. Eso quedó así. En ese momento la oposición estaba desbaratada. Había colapsado.
Por eso la oposición fue, durante varios años, la sociedad civil. Las ONG, las organizaciones empresariales, los sindicatos… ¿Por qué la debacle fue tan grande? Porque el rompimiento que tuvo la sociedad con los cuarenta años de democracia fue brutal.
Recuerda, estando él en el gobierno en pleno proceso de reformas, unas vacaciones en Choroní con unos amigos. Se encontraron, a su vez, con otros amigos. Recuerda que le enrostraban la culpa de todo al Estado; odio desenfrenado contra todo lo que se estuviera haciendo desde allí. Ese sentimiento lo supo capitalizar el chavismo y convertirlo en un arma política.
GABINETE DE 20 PUNTOS
Le pregunto sobre aquel gabinete de 20 puntos (así tituló El Diario de Caracas luego de las elecciones en diciembre de 1988) de Carlos Andrés Pérez en 1989 donde estaban varios amigos de él, entre ellos Moisés Naím. Le digo que aquel gabinete fracasó; de hecho lo que hizo originó primero una rebelión social cruenta y luego, al menos, dos golpes de Estado. Salvando las distancias, me contrapone la manera en que China fue saliendo del maoísmo, convirtiéndose gradualmente en una gran economía de mercado. La secuencia de los cambios allá no se parece en nada a lo que se hizo, en general, en América Latina. Claro, son cosas distintas: en comparación con Venezuela, un país de 19 millones de habitantes ante otro de mil millones con una gran civilización atrás.
—Pero el sentido de la dirección es el mismo. Te pongo un ejemplo: las reformas en China comenzaron en el campo. Lo que había hecho Mao con las comunas fue de las cosas más bestiales que se han hecho en la historia de la humanidad. Cuando llega Den Xiao Ping al poder, sabe que tiene que comenzar por el campo pues es allí donde está la mayoría de la población. Sabe que, de no mejorar la vida de los campesinos, cualquier reforma no tendrá futuro. Sigue una lógica típicamente maoísta: monta una experiencia en varios sitios para cambiar las comunas, generando una forma de propiedad no comunal ni colectiva. Al crecer la producción y la gente sentir mejoría, se abrió el camino.
En cambio, en América Latina vamos de lo general a lo particular. Queremos meter a todo el mundo por el mismo camino; una cosa como muy centralizada. “No dudo que haya que centralizar en algún momento, pero hay que ver las cosas con una lupa, más finamente”.
Toma como ejemplo el desabastecimiento. Cuando se hace esta entrevista, la foto del gentío en busca de comida, atravesando el puente entre Colombia y Venezuela, recorre las redes. Eso puede indicar una solución, dice. Pensar de repente en una ciudad intermedia, como Bucaramanga. Llamar a inversionistas colombianos y venezolanos para que monten unos almacenes, como para un periodo transitorio de unos seis meses o un año, garantizando que lleguen los productos a Cúcuta. Puedes hacer algo semejante en la frontera con Brasil.
Siempre existe la tentación, en los políticos venezolanos, en los planificadores de políticas públicas, de crear fórmulas generalizadas que meten a todo el mundo en el mismo bojote:
Hay que separar los problemas dramáticos, urgentes, como el desabastecimiento, de lo demás. Creo que se puede aprender de las cosas que están ocurriendo.
Ve en Perú, ahorita, cierto peligro, pues el gabinete de Pedro Pablo Kuczynski resulta básicamente tecno-empresarial, y quizás no mida bien los tiempos. Su temor es que este grupo puede creer que “hay velocidades donde la política no es importante”. Se refiere a las reformas, y vuelve a recordar el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez, cuando la cosa se hizo demasiado rápida, todo al mismo tiempo, con errores de enfoque… Pero claro, eso no se vio en el momento, sino después. Hubo quien sí lo advirtió pero nadie, nunca, produjo la nueva fórmula.
Otro tema clave son las expectativas. Con CAP hubo muchas. Las crisis de expectativas pueden ser muy peligrosas. Eso está presente hoy en Venezuela:
Hay unas expectativas económicas sociales y políticas enormes. Es que sales de Maduro y todo se arregla: hay esa expectativa. Está en el fondo. Sacas el tapón, liberas el genio de la botella y el mundo cambia. Expectativas muy elevadas.
Y le pregunto:
—Qué tienes tú de socialista hoy en día, qué te queda, si es que alguna vez fuiste realmente…
—No, yo sí era un socialista convencido. Pero después me convencí de que era un absurdo. Tengo un poco… No, tampoco me siento de derechas.
—Eres un tecnócrata.
—No. Creo en la tecnocracia porque es indispensable, pero no puede ser la que lleve la brida, sino la política.
—¿Los políticos de qué color?
—No sé. El que sea, pero tiene que estar al servicio de la democracia. Un ejemplo de las reformas de Carlos Andrés: no puede ser que un gobierno como el de aquel entonces no hiciera acuerdos con las fuerzas sociales que estaban representadas en su partido. Carlos Andrés les pasó por encima. No estoy diciendo que no hubiera intereses subalternos en la CTV, como los había en Fedecámaras y como los hay siempre pues para eso son esas organizaciones de representación de sectores. Son sus intereses legítimos; algunos subalternos, pero en todo caso no puede ser que no negocies. Igual que hoy en día, esa gente que se queja porque hay muchos intereses dentro de la oposición con unos líderes que tienen unos egos tales y tales… Bueno, pues con eso hay que vivir.
Deja una respuesta