Un caballero en Parque Central

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Daniel Fernández-Shaw y Enrique Siso fueron los socios de la firma que desarrolló Parque Central como contratista del Estado venezolano. Hoy es un gueto, la portada sangrienta de Pim Pam Pum, un cementerio de carros en el tercer sótano con ratas gordas, una fantasía distópica. Fue referencia de la modernidad, un lugar para la clase media en ascenso, una promesa de futuro. “Yo dije siempre que Parque Central iba a ser mi futuro, y fíjate”, dice Nicolás Sidorkovs, un caballero en una de las colmenas

Sebastián de la Nuez

Nicolás Sidorkovs es arquitecto, artista, judío emigrante cuya nacionalidad es la ciudad que nunca pudo ser. Llegó a La Guaira de cuatro años y todos los que venían en su mismo barco fueron a parar a El Trompillo, en cuarentena. Rómulo Gallegos mandaba, aunque no lo haría por mucho tiempo.

A Nicolás Sidorkovs le gusta que lo llamen Nicolai, como se pronuncia en su lengua de cuna, el ruso. Representa la mejor época de ese monstruo inhóspito que es hoy Parque Central. Lo ha vivido desde su nacimiento. Todavía hoy insiste en desenvolverse en sus entrañas, so riesgo de asalto, secuestro o algo peor. Antes tenía dos apartamentos en una de los edificios. Luego se quedó —o mejor dicho él y su madre se quedaron— con uno, aquel sin escaleras. Era un fastidio andar todo el tiempo en un sube y baja. La cosa se pondría peor a medida que ambos envejecieran.

Publicó sus memorias en Amazon y se pueden leer en un Kindle. Pero Nicolai es, de entrada y mientras abra la boca, un libro abierto, fecundo e ilustrado sobre esta ciudad. Es transparente, un espíritu forjado con delicadeza. Sabe que Caracas una vez en el pasado quiso ser moderna; era la ciudad donde el talento europeo encontró, entre los cuarenta y los setenta, un clima despejado para el emprendimiento personal y colectivo, en especial en las áreas de la arquitectura, el diseño gráfico y las artes.

—Para mí caminar por Sabana Grande hoy en día es horrible porque me siento como el protagonista de Cinema Paradiso cuando vuelve al pueblo —dice—. En el año 1978 estaba en Nueva York. Fue el año máximo de mi vida. Descubro, no me acuerdo en qué calle, cerca de la Quinta Avenida, una pared de mármol con letras de bronce y en cursivas: Harry Winston Paris-Geneva-Monte Carlo-Los Angeles-Caracas. No aparece Madrid, no aparece Buenos Aires; aparece Caracas. Este es el país donde yo me crié.

Lleva 39 años en Parque Central como habitante. Su relación con este enjambre de concreto y gente comenzó primero como profesional pues trabajó para el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas y luego en otros desarrollos arquitectónicos, como por ejemplo el cine. Ese cine-emblema estuvo primero en la imaginación y en la punta de los dedos de este caballero solitario rodeado de maquetas por todas partes excepto en el techo.

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Según Sidorkovs, fue Gustavo Rodríguez Amengual quien tuvo la idea del MACC, sus siglas por Museo de Arte Contemporáneo de Caracas; luego se agregarían una S y una I. Rodríguez Amengual era el presidente del Centro Simón Bolívar, hombre cercano a  Rafael Caldera que luego sería cónsul en Miami. Sin embargo, hay quien dice que la idea del museo fue de Alfredo Boulton.

El primer candidato para dirigirlo fue Miguel Arroyo. Seguramente Arroyo rechazó la propuesta por su compromiso vital con el Museo de Bellas Artes, donde fue director durante 17 años. Y por allí andaban Carlos Rangel y Sofía Imber, quienes habían comprado algunas obras importantes para el Centro Simón Bolívar. No tiene nada de extraño que los responsables del desarrollo pensaran en ellos.

Han pasado 46 años desde que Sidorkovs comenzara a trabajar en Parque Central. Hoy vive solo pues su madre, toda la vida una bellísima mujer letona, ya falleció. Lo acompañan las maquetas, construidas con precisión de orfebre. También libros, discos, afiches. Probablemente Nicolai tiene plena conciencia de su vulnerabilidad en medio de Parque Central, un hormiguero amenazante y sucio con unas catacumbas en el subsuelo. Al menos el pasillo del piso donde mora luce limpio, lleno de rejas por todas partes.

Quizás Enrique Siso se dio cuenta de su doble condición: solvente arquitecto con especial sensibilidad artística, y por eso lo llamó y le preguntó dónde, en su opinión, podía levantarse el museo de arte moderno que quería Rodríguez Amengual. Eso fue un día de 1972, no se acuerda Nicolai exactamente cuál. A Nicolai se le prendió un bombillo, tuvo una idea y la comentó a los directivos de la contratista. Le dijeron que muy bien, que hiciera una maquetica.

Sofía Ímber siempre acaparó la atención. Eran ella y su Museo. Sin embargo, hay (hubo) otra mujer a su lado no tan alumbrada por los focos. Perfil más bajo. Permanecerá en el MACC hasta ser llamada por el banquero Álvarez Stelling a un almuerzo. Le encomendará, si le parece bien, señora, cierta tarea un poco más al este de la ciudad y muy relacionada con lo que mejor usted sabe hacer. Una mujer que hoy en día, por su parte y a la calladita, prepara sus memorias desde algún lugar de Portugal.

Nicolai sigue trabajando y dando clases hoy en día. Tiene una cátedra en la Universidad Santa María. Hace un par de semanas, por cierto, llevó a un grupo de sus alumnos al MACC y se pasearon por sus salas. Lo encontró todo muy bien, la verdad sea dicha. Pero al final quiso mostrarles a los jóvenes el auditorio que él había diseñado, con las sillas importadas de Trieste (ver foto abajo) que  había seleccionado cuando se construyó este espacio, hacia 2002. El lugar estaba cerrado. Le pidió al vigilante que lo abriera, un hombre que lo conoce de toda la vida. El vigilante, gustoso, fue a pedirle el permiso correspondiente a la directora, y regresó diciendo que la señora le había dicho que para mostrar el auditorio se necesita primero enviar una carta.

Se quedó sin mostrar su obra a sus alumnos por culpa de una burócrata chavista.

Auditorio 1