Gregorio Salcedo, escultor y museógrafo por afición y aprendizaje propio, heredó una Guerra Civil en la propia tierra que pisaron sus pies desde muy temprano. La fue sacando de allí, y con ella fraguó figuras sombrías, objetos diversos. Ha recogido por su propia cuenta y riesgo la memoria de aquel tiempo en que una batalla de más de veinte días convirtió este entorno de la Alcarria en un cementerio, un Guernica vívido y pestífero de pura muerte
Sebastián de la Nuez
Se cumplen ahora 80 años de esta pesadilla. Morata de Tajuña es un pueblo de la Alcarria a unos treinta minutos en autobús de Madrid. Pertenece, de hecho, a la comunidad de Madrid. Su centro es un racimo de casitas desparramado por calles estrechas, frías y semidesiertas (al menos en un día de semana); algunas edificaciones llevan a cuestas una longevidad que se mide en siglos. Se encuentra Morata de Tajuña en un ámbito de olivares y viñedos, cantiles y descansaderos, suelo terroso a trechos de un pálido verde. Cerca están los ríos Tajuña y, más importante, Jarama. En este valle ─en sus hondonadas, en su cielo, en sus colinas─ estalló en febrero de 1937 una batalla espantosa entre las fuerzas franquistas y las republicanas. Queda la memoria empeñosa de un lugareño, y poco más.
La batalla del Jarama es considerada una de las más cruentas de la Guerra Civil española. Los distintos autores no coinciden en el número de bajas de ambos bandos: entre 6 mil y 7 mil para las fuerzas sublevadas ─es decir, el bando franquista─, y entre 9 mil y 10 mil para las fuerzas republicanas (entre estas últimas víctimas, más de 2 mil 500 fueron brigadistas). El interés por dominar la zona era crucial para ganar el paso o continuar interrumpiéndolo hacia Madrid. Nadie diría hoy que Morata de Tajuña fue escenario de una batalla de esta envergadura; pero lo fue. Y las autoridades municipales no han valorado hasta ahora el significado histórico de estos parajes.
Hebillas de uniformes de caballería e infantería, máscaras antigás, cañones, obuses, sobres y cartas de uno y otro bando, fotos enmarcadas, esculturas construidas con metralla por Goyo. El enfrentamiento, o la serie de ellos, duró desde el 6 de febrero de 1937 hasta el 27 de ese mismo mes. En varias estancias de su museo, Goyo ha dispuesto sobre las paredes, en el suelo, en vitrinas, su particular arsenal de la memoria.
¿Cómo lo hizo? ¿De dónde saca tanta paciencia? Durante los bombardeos, la metralla que saltaba quedaba incrustada en los olivos, sobre la tierra o dentro de ella. A veces los fragmentos los encontraba a simple vista (en realidad Goyo habla en presente, por lo que es probable que todavía se produzcan hallazgos); en otras ocasiones aparecieron o aparecen al arar la tierra.
La escultura de la foto que abre esta nota tardó en hacerla más de medio año… sin contar el tiempo que le llevó recolectar los miles de fragmentos.
“Un museo de la Guerra Civil en la puerta trasera de un mesón”, es el título de uno de los recortes de Prensa que recoge el trabajo de Goyo. Más caso le ha hecho la Prensa que algún ente gubernamental español.
Sus amigos de las brigadas internacionales de Irlanda le dieron una placa en agradecimiento a sus esfuerzos por conservar la memoria de la batalla. Hubo voluntarios irlandeses de lado y lado. Del lado franquista lideraba el militar Eoin O´Duffy, un admirador de Benito Mussolini. Fue la del Jarama, dice Goyo, la primera batalla moderna ocurrida antes de la Segunda Guerra Mundial. Goyo nació en 1944. Lo que recuerda como traumático es la hambruna aunque ya en su niñez había pasado lo peor, y sin embargo:
Aquí hubo hambre hasta los años sesenta (…). Mis padres eran personas humildes, nacidas aquí, empleados del ayuntamiento de Morata. Todos pasaban necesidades.
Sus padres se llamaban Ramón y Pilar. Se empezó a interesar en este oficio de la museografía bélica desde los 6 o 7 años de edad, cuando marchaba junto a su padre y hermano a buscar balines y trocitos de metal para venderlos. Con eso se podía recolectar algo de dinero para comprar pan. Añade Goyo que esas vivencias quedan en uno, y que cuando eres mayor te preguntas cómo pudo ocurrir algo así, de tal violencia. Comenzó a indagar. Aun cuando sus padres no hablaban mucho, sí lo hacían otros. Recopiló objetos: algunos los encontró, otros los ha comprado o se los han regalado. Sin duda, expertos deberían tomar muchos de esos objetos y realizar una especie de curaduría para darle una forma más didáctica a la colección.
Ahora será creada una fundación entre Pilar, la del mesón El Cid en cuyos terrenos se halla el museo, y Goyo con el ayuntamiento de Morata. Una iniciativa que ha debido tenerla el gobierno central. El museo de Goyo lleva una vida de unos quince años, sin subsidio de ninguna clase. Solo Pilar le brindó apoyo: “Lo que haga falta”, le dijo desde el principio.
¿Cuántas cosas podrán decir las piedras, la tierra calcinada, los cauces de los ríos? ¿Acaso no han sido testigos del infierno en un país en trance de suicidarse? Sin embargo nadie se molesta en preguntarles, o muy pocos lo hacen y de manera empírica. Volverse de espaldas a la Historia es un pasaporte a la repetición.
Deja una respuesta