La risa traviesa de Queta

Enriqueta Pardo Pardo, a mediados de 2015.

Enriqueta Pardo Pardo, quien durante décadas fue motor y corazón de la librería Soberbia junto a su hermana Ana María, se encuentra hospitalizada, en estado muy delicado. Ella, nacida en 1923, representa un oficio, una memoria, la delicadeza puesta sobre anaqueles para que Caracas pudiera salvarse y dejar a las nuevas generaciones su alma gentil, su cultura acogedora

Sebastián de la Nuez

Contaba Queta cierta vez en su apartamento de La Florida, frente al antiguo CADA, que cuando iba a celebrar su cumpleaños número 17 recibió un balde de agua fría: a última hora se suspendió la celebración porque los alemanes acababan de ocupar su país, Francia.

Queta, uno de los pilares de Librería Soberbia junto a su hermana Ana María, ha sucumbido a un derrame, está inconsciente en alguna clínica de Caracas y lo más probable es que jamás se recupere. Sus amigos libreros y buscones recordarán su dulzura, el amor que le brotaba cuando evocaba a su marido Pierre Couret (fallecido en 1984), su risa traviesa, esa disposición a recapitular el pasado y contarlo con cara risueña. Ha tenido  una vida rica en pasajes dramáticos y también felices; ha visto lo que pocas personas, al día de hoy, pueden contar de primera mano. Ha sido, ella junto a su familia, puente que cruza el océano Atlántico. Sus anécdotas tienen el poder de estremecer o, nada más, provocar un guiño de simpatía, melancolía o ternura.

Ya en 2014, Queta se ayudaba con andaderas y estaba medio sorda. En conversaciones sucesivas con quien esto escribe fue contando su vida y sus querencias. Si quería aclarar algo con su hermana Ana María ─las otras dos hermanas viven en Europa─, le hablaba en francés. Cierta vez vio un número de la Revista Shell fechado en 1960 que traía un trabajo firmado por Couret, una reseña del Mercado de las Pulgas de París. Ella lo miró y se le encendieron las pupilas, como iluminando cosas que hasta entonces habían permanecido adormecidas. Las fotos del artículo, de antigüedades puestas a la venta en uno de los anticuarios del mercado, eran del propio Couret. Este hombre, farmaceuta de profesión, en 1951 formó parte de la expedición que registró científicamente y por primera vez las cabeceras del Orinoco. Se habían casado en 1954. A Couret le gustaba la fotografía. Le gustaban las orquídeas y las antigüedades. Le gustaba explorar. Le gustaba Venezuela. Gran parte de lo que dejó en libros, en investigaciones, en documentación científica, se lo legó Queta al IVIC. Según le dijeron, le han hecho una sala especial dedicada a él en alguna parte de la sede de San Antonio de Los Altos. Organizaba Pierre a los orquideólogos de Venezuela y armaba exposiciones. Una en especial, en el entonces recién inaugurado Hotel Caracas Hilton, atrajo a la primera dama de entonces, Alicia Pietri de Caldera, en su inauguración. Queta y Ana María recordaron esto con especial deleite pues doña Alicia comentó, y todos pudieron escucharla: “Rafael tiene que ver esto”.

En efecto, el presidente de entonces se presentó esa misma tarde, cuando nadie lo esperaba.

Queta está llena de querencias, seguro que la cama de cuidados intensivos donde se encuentra vive rodeada, en estas horas tristes, de presencias que la acompañan. Habrán sido llamados por la amistad y la pasión por las pequeñas cosas de la vida que dejan el sabor de lo bonito, de lo digno de ser conservado. Esta nota está acompañada de una foto de Queta mirando por la ventana una mañana en su apartamento de La Florida; luego se mudarían de allí, para irse a vivir con su prima Cristina, la hija de Isaac J. Pardo. La otra foto, de Giuseppe Di Loreto, es la mesa del recibo alrededor de la cual solían sentarse a conversar.

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