El Prado, las dictaduras, la memoria

Homenaje a Velásquez frente a una de las fachadas del Museo del Prado.

Un paseo por el Museo del Prado, un foro de argentinos y españoles en Casa de América: en Madrid algunos ya saben que la memoria de las dictaduras hay que machacarla para que los pueblos sepan detectar a tiempo los cantos de sirenas y no persistir en los mismos errores

 

Sebastián de la Nuez

Son las 11:15 de la mañana del miércoles y por los pasillos del Museo del Prado caminan decenas de chiquillos bajo la batuta de sus maestras. No pueden, desde luego, detenerse en todas las salas: es imposible que en una sola jornada pueda abarcarse todo. Pero en ocasiones, las maestras paran el trote ante un cuadro ─por ejemplo, el de Saturno devorando a un hijo, de Goya─ y pasan largos minutos explicándoles el mito a los niños, preguntándoles su opinión acerca de lo que pueda significar tal o cual detalle, y ellos oyen con interés o al menos ponen cara de oír con interés. Luego sigue el recorrido: algunas niñas tomadas entre sí de las manos, los varones murmurando al oído de algún compañero; uno se queda mirando al techo y tiene razón al hacerlo pues, en ciertas salas, en el cielorraso también hay pinturas.

El otro gran grupo de visitantes tiene los ojos como Kato, el ayudante del Avispón Verde. Los asiáticos, probablemente en su mayoría japoneses, caminan y miran en oleadas, a veces sosteniendo un aparatico al oído. Son gente respetuosa, comedida, silenciosa; se toman en serio su papel de asomados a un universo que les debe resultar tan ajeno como esplendoroso.

El Museo del Prado es casa sagrada de la iconografía cristiana, con tesoros de alabastro, madera y lienzo. Es un santuario. Lugar erótico, además, con sus escenas de la desnudez mitológica o no mitológica que cantan al cuerpo humano. De sus paredes cuelgan tetas ilustres y muslos macizos. Las desnudeces se concentran en las Tres Gracias, en la sala de la colección de esculturas griegas, en las diversas versiones de Venus y Adonis, en las majas de Goya y en la sala veneciana donde reina, sobre todo, Tiziano. Una invitación a la concupiscencia.

Recorrer el Museo del Prado es pasearse por las formas de la imaginación humana. También hacerlo por las esquizofrenias y crímenes de la historia europea.

Hay dos artistas españoles a los que se rinde en este recinto un especial culto: Goya y Velásquez.

Los diez bocetos de Rubens ─son muchos más, pero en manos del Museo quedaron estos diez─ sobre tablas de roble son una obra en miniatura con alegorías bíblicas de una extraordinaria belleza.

 

LA MEMORIA SE CONSTRUYE

Subiendo por el Paseo del Prado hacia el Palacio de Comunicaciones, donde los madrileños dan la bienvenida a los refugiados con una gran pancarta solidaria («REFUGEES WELCOME»), encuentras Casa de América: todos los días hay alguna conferencia, película o exposición relacionada con Latinoamérica. Hace pocos días se reunieron ─en el marco del evento «Ejercicios de la memoria»─ Aníbal Jozami (rector de la universidad argentina Tres de Febrero, o Untref), Ferran Barenblit (director del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona), Aurora Fernández Polanco (profesora de Bellas Artes de la Universidad Complutense), Yayo Aznar (profesora de Geografía e Historia de la UNED) y Diana Wechsler, investigadora de la Untref. Un foro en la sala principal.

Aurora dijo que trabajar sobre la memoria es  hacerlo sobre aquellos que no tienen historia; «Hay que desear imaginar… No podemos dejar las imágenes solas», dijo en referencia a un grupo de videos o vídeos que pueden observarse en la propia Casa de América hasta mediados de abril, producidos por aficionados ─tras un llamado a concurso en Argentina en 2015─ para conmemorar los cuarenta años de la dictadura de Galtieri, Videla y compañía.

Es cierto: los videos por sí mismos no preservan la historia ni rescatan necesariamente la memoria como lección para las nuevas generaciones. Generar memoria es una labor social amplia, desde la escuela, desde la familia.

Berenblit, por su parte, habló de la exposición que él mismo aupó en su institución, «Historias escamoteadas de los 80», que rescata los hechos de violencia de la transición española entre 1977 y 1992. Otro esfuerzo seguramente loable y creativo lleno de buenas intenciones. Pero las buenas intenciones no bastan.

Reunión interesante la de estos académicos preocupados por la memoria de la dictadura sureña. Hubo intervenciones del público; realmente existe una necesidad de rescatar y airear hechos que han poblado Iberoamérica, marcando los últimos cincuenta años. Se huele cierto temor ante la supremacía de lo inmediato. Es muy avasallante esa percepción a la cual probablemente contribuyen las redes sociales: la actualidad es una catarata sin fin, el día a día es un agregador de contenidos sin contexto.

También se habló en este foro de Donald Trump y sus afanes por eliminar pasajes enteros de la realidad; así como se hizo referencia al Valle de los Caídos: una asignatura pendiente para los españoles, ya que Franco está enterrado allí con todos los honores. Ahora hay gente que lo quiere exhumar y echarlo en alguna fosa común, quizás. «Es un enorme problema», comentó uno de los asistentes al foro, «¿cómo lo re−significamos?»

Quizás no haya que re−significar nada sino devolverle ese cadáver a sus deudos franquistas para que lo entierren en el patio trasero de algún cortijo. En fin. España tiene sus propios problemas, que no necesariamente son los mismos que los de los países americanos. Eso sí: las dictaduras han sido un ejercicio militarista, asesino y facho en todas partes, de este lado del océano y del otro también. Y si no que lo digan los supervivientes que estaban presentes en el Palacio de las Cortes el 23 de febrero de 1981, cuando irrumpió el bueno de Antonio Tejero pistola en mano.